Un proyecto mundial producirá fármacos para países pobres
Menos del 1% del I+D mundial en sanidad se destinó el año pasado a malaria o tuberculosis
La investigación de nuevos medicamentos sólo repercute en patologías que afectan a los países ricos, o sea, al 10% de la humanidad. El inmenso resto sufre enfermedades endémicas y tenaces, sin prácticamente investigación y desarrollo (I+D). Médicos Sin Fronteras (MSF) presentará mundialmente en julio una iniciativa, con socios como la OMS (que hoy abre en Ginebra su asamblea mundial), Instituto Pasteur, Ministerio de Sanidad de Malaisia e instituciones de Brasil e India, para desarrollar al menos dos fármacos al año contra enfermedades olvidadas, como la malaria o la tuberculosis.
La Iniciativa de Medicamentos para Enfermedades Olvidadas (DNDI, siglas en inglés) será financiada por Gobiernos, UE, ONU, Banco Mundial, fundaciones privadas y ciudadanos, con un presupuesto inicial de 20 millones de dólares y una previsión para 12 años de 255 millones.
"El papel de MSF es clave para identificar, mediante los equipos sobre el terreno, las necesidades reales de la población", dice Nora Uranga, responsable de MSF para la campaña de acceso a medicamentos esenciales.
La estrategia de la DNDI consistirá en, una vez identificadas las necesidades, desarrollar medicamentos a partir de los ya existentes o de moléculas en proyectos a corto y medio plazo (3-6 años) o a largo plazo (10-12 años). Ya hay en marcha tres programas de Medicamentos Inmediatos, basados en fármacos existentes: paranomicina para leishmaniasis y dos combinaciones con artesunato contra la malaria, que ha desarrollado resistencia contra la cloraquina. También se estudia que la DNDI lance el nifurtimox, contra la enfermedad del sueño, que hoy no se comercializa.
La idea es tener un funcionamiento un máximo de 10 proyectos simultáneos, y lograr hacia el duodécimo año el registro de 6 o 7 medicamentos. "El modelo operativo", señalan fuentes de la DNDI, "no se dirigirá de por sí a desarrollar medicamentos, sino que más bien capitalizará los existentes y la capacidad fragmentada del I+D, especialmente la de los países en vías de desarrollo".
Un aspecto importante, ante el espinoso y no resuelto debate sobre patentes en la Organización Mundial de Comercio (OMC), es el legal. La DNDI abordará los derechos de propiedad intelectual desarrollando los medicamentos en cuanto a bienes públicos y asequibles a los pacientes, negociará con los propietarios de las patentes y procurará que los acuerdos de I+D se hagan con el sector público.
El pasado abril, la multinacional GlaxoSmithKline propuso que el escollo económico que supone para las empresas el ensayo clínico de un nuevo fármaco investigado por la compañía sea afrontado por instituciones públicas o fundaciones privadas; los laboratorios, después, comercializarían los medicamentos a precio de coste. "La situación sanitaria de los países pobres frena su desarrollo económico y las donaciones o el suministro de nuestros productos a precios reducidos es un comienzo, pero no la solución", argumentó Jean-Pierre Garnier, consejero delegado de la multinacional. "Las grandes empresas son eficaces".
Sólo 16 fármacos
De los 70.000 millones de dólares destinados para I+D sanitario en el mundo el año pasado, menos del 0,001% fueron para esas patologías. Según datos de la OMS (que dedicará su informe del próximo año precisamente al I+D), de 1.393 nuevos fármacos aprobados en los últimos 25 años, sólo 16 (algo más del 1%) combaten las enfermedades tropicales y la tuberculosis. Y, de esos 16, sólo tres no derivaron de la investigación militar o veterinaria.
"Hay una absoluta disparidad entre el I+D de lujo destinado al mundo desarrollado, que incluso califica de enfermedades problemas a menudo derivados del sistema de vida, como la obesidad o la impotencia, y las necesidades reales de medicinas que tiene la inmensa mayoría de la población mundial", dice Uranga. "Mientras una cama sanitaria cuesta en EE UU 6.000 euros diarios, en los países pobres viene a costar unos 10".
La clave está en que no hay I+D para las llamadas enfermedades olvidadas (malaria, tuberculosis, enfermedad del sueño, enfermedad de Chagas, leishmaniasis, oncocercosis, etcétera) que flagelan a los países pobres. "Más que olvidadas, son políticamente ignoradas", define Uranga.
Desde mediados de los años noventa, la I+D farmacológica ha quedado principalmente en manos de la industria, en detrimento de las políticas públicas. Paralelamente, la mortandad por esas enfermedades se ha incrementado desde hace una década en los países afectados: un 15% más de tuberculosos, que en África significa un 60%; la malaria, en el este y sur de ese continente (que sólo representa el 1% del mercado mundial) mata de dos a cinco veces más niños que antes, y el parásito se ha vuelto resistente a la cloraquina en más de un 90% de Tanzania o Mozambique; la enfermedad del sueño afecta a medio millón de personas en África; en Latinoamérica, el Chagas amenaza a 16 millones.
La OMS acaba de publicar un estudio sobre la malaria. En los años cincuenta y sesenta, insecticidas como el DDT eran el arma contra el mosquito, y hoy las redes impregnadas reducen los casos a la mitad: pero menos de un africano de cada 20 tiene esa protección. Y por supuesto, la resistencia desarrollada por la enfermedad está pidiendo a gritos nuevos fármacos.
MSF, que creó un grupo de trabajo sobre enfermedades olvidadas a partir de una reunión en 1999 con la OMS y la Fundación Rockefeller, ha elaborado un análisis de una situación que provoca "un desequilibrio mortal".
Según sus conclusiones, hay para la I+D unas enfermedades que son "rentables" porque afectan al mundo rico, y para las que se fabrican fármacos lógicamente caros, pero con salida en el mercado: cáncer, patologías cardiovasculares, trastornos neurológicos y metabólicos, etcétera.
Además, hay enfermedades que golpean sobre todo a los países pobres, pero que también tienen una cierta incidencia en los desarrollados (sida, tuberculosis, algo de malaria), donde se logran cronificar, mientras que los sistemas de los países pobres son absolutamente incapaces de afrontarlas.
Y por último están las enfermedades verdaderamente olvidadas o ignoradas. "Se caracterizan por su alta incidencia, porque afectan fundamentalmente a países en vías de desarrollo y porque el tratamiento contra ellas no existe o no está disponible, pese al gran avance tecnológico de nuestra época", señala Uranga.
Las iniciativas llevadas a cabo hasta ahora contra esas enfermedades son, para MSF, "parciales e incompletas". Podrían funcionar mucho mejor, como demuestra el hecho de que, para enfermedades raras que afectan a escasa población en el mundo rico, los Gobiernos sí incentivan a los laboratorios para que produzcan fármacos específicos, aunque desde el punto de vista mercantil no sean precisamente un negocio. Otro ejemplo positivo de eficaz competencia entre el sector público y el privado ha sido la rapidez en la secuenciación del genoma humano.
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