García Márquez publica la novela de su vida
Sus memorias, 'Vivir para contarla', se editan el día 10 con una tirada inicial de un millón de ejemplares
'La vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda para contarla'. Así empieza Gabriel García Márquez el primer tomo de sus memorias, Vivir para contarla (Mondadori), cuyo lanzamiento mundial será el 9 de octubre en Barcelona, Bogotá, Buenos Aires y México DF. 'Una vida que se lee como una novela', según Claudio López Lamadrid, su editor en España. Mientras que a Álvaro Mutis, amigo del Nobel colombiano y premio Cervantes, y uno de los pocos que conoce el original, no le queda duda de 'haber leído un clásico'. Unas memorias que García Márquez concluye después de 13 años de trabajo. EL PAÍS publicará este domingo el fragmento del libro dedicado a la escritura de Relato de un náufrago.
De 900 páginas, el libro queda en 596, y hasta el último minuto ha hecho correcciones
Es a partir de 1989 cuando empieza a otear en serio los meandros de su vida
Tras el velo sepia del tiempo, un niño de ojos asombrados come una galleta más grande que su mano. Tiene dos años. Es el primogénito de la mujer de eterna belleza romana y del telegrafista que tocaba el violín en fiestas y serenatas caribeñas. Es el niño Gabriel José García Márquez que ahora, con 75 años, ha llegado a su cita más anhelada. La de su vida. Y aquel niño de finales de los años veinte es quien da, en la portada, la bienvenida a sus memorias. Páginas en las que ha dejado de soslayar los 'zarpazos de la nostalgia' para perpetuar su propia historia, que es la de sus abuelos, sus tías, sus padres, sus 10 hermanos y la estela que ellos dejan en la suya propia. Un paseo por el origen donde anida su éxito futuro.
Vivir para contarla es el primero de dos o tres volúmenes. Se detiene en el año 1955. La primera estación que Gabo, como lo llaman y firma el propio Nobel, hace en su largo viaje. Hasta allí ha llegado después de 13 años de haber tomado en serio la decisión de contar su vida; de por lo menos tres de disciplinada escritura y dos de edición.
Aunque la idea lo acompañaba desde siempre, es tras El general en su laberinto, en 1989, cuando empieza a otear en serio los meandros de su vida. Sólo al enfrentarse a la escritura sus recuerdos se le amotinan y le exigen que aprenda a escribir. 'A eso me obligaron, y ese aprendizaje fue la única salida que encontré para desembrujarme de mí mismo y poder contar mi vida', dijo Gabo el año pasado en un documental de France 3, RAI, TVE y Canal 22 de Colombia.
Desde entonces, todas las sensaciones de la vida se cruzan en su camino. Incluso los colombianos lo reafirman como su patriarca. Y él quiere hacer de todo. Escribe Del amor y otros demonios, su última novela; revive su interés por volver al periodismo y participa en la creación de un telediario en su país, QAP; crea la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano para dar talleres a los jóvenes periodistas; escribe el reportaje del secuestro de varios periodistas y personalidades colombianas por parte del narcotraficante Pablo Escobar, Noticia de un secuestro, su último libro en 1996; compra la revista Cambio en 1998; opina sobre la paz en su país. Y, por si fuera poco, en 1999 le diagnostican un cáncer linfático. A partir de ahí su vida se mueve entre México DF y Los Ángeles para seguir un tratamiento. Hasta que arrincona a la muerte, como en sus cuentos.
Antes de aquella confirmación de mortalidad, se escucha la voz de Gabo leyendo el primer capítulo de sus memorias. Es en 1998, en el Festival del Centro Histórico Ciudad de México (EL PAÍS, 22 de marzo de 1998). Es sobre la decisión más importante de su vida. El viaje tras el cual quedó 'a merced de la nostalgia' en 1950. El que hizo con su madre, Luisa Santiaga, de Barranquilla a Aracataca, en el Caribe colombiano, para vender la casa de sus abuelos maternos con quienes vivió hasta los ocho años. Un viaje que hicieron una noche en una embarcación por la Ciénaga Grande de Santa Marta y continuaron al día siguiente en un diablo al que por allí llamaban tren. Cuando llegaron a ese pueblo situado en un claro de las bananeras, bajo un cielo renacentista donde el Sol apenas deja colar retazos de brisa piadosa, Gabo se da cuenta de que el tiempo estaba estancado en su memoria. Ese día, además, es cuando ve desde el tren el nombre de una finca, Macondo. Descubre la 'resonancia poética' de la palabra, de tal manera que será el nombre del universo donde habitarán todos los lugares y todos los tiempos de su obra.
Tras ese primer asomo a su vida, el autor de El coronel no tiene quien le escriba se encara con la muerte en 1999. Y en mitad de ese duelo se concentra en la escritura de Vivir para contarla, cuyo primer punto final llega hacia el otoño de 2000. Son alrededor de 900 páginas. Mientras, su vida sigue oscilando entre México DF y Los Ángeles. A partir de ahí se dedica a la edición del libro dando paso al periodista rotundo de El espectador. Es la etapa de precisión con la ayuda de su hijo Rodrigo García Barcha, en quien centraliza el rigor informativo. Surge así un rosario de entrevistas para corroborar nombres o fechas.
Todo va bien. El cáncer está amordazado. En esa tregua del invierno de 2001, Gabo ofrece otro avance (EL PAÍS, 28 de enero), el del romance de sus padres, Luisa Santiaga y Gabriel Eligio, que inspiró El amor en los tiempos del cólera. La novela que le gustaría que pasara a la posteridad. La expectativa crece y varias editoriales quieren el libro.
La mirada atrás continúa sin alteraciones. Hasta que en agosto de 2001 un soplo de tristeza lo invade por la muerte de su hermano menor y cómplice literario, Eligio. Su respuesta es acelerar la edición de las memorias. Incluso saca tiempo para contar los entresijos del manuscrito de Cien años de soledad que sale a subasta en Barcelona y que finalmente no se vende.
A comienzos de 2002, García Márquez ya ha eliminado unas 300 páginas. Sólo quedan 596. Una de las pocas personas que lee el original es el escritor colombiano William Ospina, que viaja en mayo a México DF a petición del Nobel. Ospina lee un capítulo al día durante ocho días. Álvaro Mutis también lo ha leído, y sabe que la foto escogida para la portada es una que su amigo Gabo mima en su casa de México en un portarretrato sobre el mueble de un salón.
Se dice que la subasta por los derechos del libro ha sido una de las más fuertes de los últimos tiempos. Al final las obtiene Mondadori. ¿Para cuándo? Otoño de 2002. Y cuando todo parecía en calma, una nueva tristeza. La muerte vuelve a visitar a los García Márquez para llevarse a su madre de 97 años, la mujer que defendió su amor por aquel telegrafista que dejaba recados de enamorado por los pueblos donde la iban escondiendo. Aun en compañía del dolor, el autor de El otoño del patriarca sigue insobornable ante la búsqueda de contar lo mejor posible su vida.
Con el verano llega el original a Barcelona. Pero la procesión de correcciones no cesa. Los manuscritos van y vienen entre México y la capital catalana. Gabo pide que le den una fecha límite para tocar el texto. Viernes 13 de septiembre le dicen. Pues hasta ese día algo cambia. Es más, una semana antes modifica el título y el epígrafe. Ya no se titularán Vivir para contarlo, sino para contarla. La clave del cambio está en el epígrafe, en un juego que enhebra la primera idea y la última palabra: 'La vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda para contarla'.
Gabo ya ha cumplido con su primera cita y avanza en la segunda. Queda compartirla. Será a partir del 10 de octubre, con una invitación que podría decir como el final de uno de sus cuentos, cuando el capitán de un barco dice 'en catorce idiomas, miren allá, donde el viento es ahora tan manso que se queda a dormir debajo de las camas; allá, donde el sol brilla tanto que no saben hacia dónde girar los girasoles; sí, allá, es el pueblo de Gabriel García Márquez'.
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