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El Brasil que heredará el futuro presidente

La situación económica, con una moneda que se derrumba, y los compromisos de pagos pendientes de 16.700 millones hasta fin de año suponen un pesado lastre para el nuevo Gobierno

Hasta la noche del domingo 6 de octubre, Brasil vivirá en vilo: ¿habrá o no una segunda vuelta en las elecciones presidenciales? Y si la hay, ¿quién será el adversario de Luiz Inácio Lula da Silva, el antiguo dirigente sindical que se presenta por el Partido de los Trabajadores (PT)? Conocidas las respuestas, la expectativa de diez de cada diez analistas es que la tensión se mantendrá elevada al menos tres meses y que podría prolongarse por un plazo mucho mayor.

Desde mediados de abril, a medida que la campaña electoral empezaba a ganar fuerza, un segmento de la vida brasileña entró en turbulencia: el mercado financiero, termómetro de los temores y expectativas de la banca y del empresariado nacional, y de los inversionistas extranjeros. Impulsada por factores externos (la crisis de Argentina, el confuso escenario internacional y la tensa situación económica de EE UU) e internos (el alto volumen de la deuda brasileña, pública y privada, y la dependencia de capital externo), la economía del país entró en ritmo cada vez más lento, según crecían las perspectivas de que un candidato opositor llegara a la victoria. Al mismo tiempo, la especulación con títulos públicos y con la moneda alcanzó niveles inauditos.

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El dólar valía en enero 2,30 reales. Cuando falta una semana para la fecha decisiva, nadie en el mercado financiero se arriesga a un pronóstico: 'En estos días puede llegar a cuatro reales, o más', decía el domingo el operador de cambio de una importante financiera de Río de Janeiro. Con esa tasa de cambio, la deuda pública brasileña ya alcanza un 62% del PIB. Ganan fuerza los temores, verificados en determinados sectores de la economía, de que el país tenga dificultades para cubrir los compromisos que vencen hasta diciembre y suman 16.700 millones de dólares.

Nadie discute las causas que llevaron al dólar a romper todas las marcas frente al real. Sus desastrosas consecuencias se sienten tanto en la vida de las empresas como en la población, que experimenta índices de inflación inquietantes, por encima del 2% mensual en agosto y septiembre.

Para analistas económicos, la deuda pública interna preocupa tanto como la privada. El ministro de Hacienda, Pedro Malan, y el presidente del Banco Central, Arminio Fraga, experimentado y respetado operador de Bolsa, hacen lo que pueden para demostrar que la confianza de los organismos financieros internacionales y de la banca privada en Brasil se mantiene. De los primeros, lograron un préstamo del FMI de 30.000 millones de dólares; de la segunda, declaraciones formales y ni un centavo.

El arsenal de que dispone el Banco Central para hacer frente a la guerra especulativa que amenaza a los mercados financieros está al borde del agotamiento, sin lograr probar su eficacia. Y, para culminar, la fuerte desconfianza de que la victoria del candidato opositor, favorito absoluto, pueda significar un cambio brusco en las políticas económicas y monetarias llevadas a cabo desde 1994 hace que los inversionistas opten por dos salidas: retraerse, o buscar la protección del dólar presionando aún más las tasas de cambio y debilitando el real, que este año perdió un 68% de su valor.

Sobre el calendario electoral, una sola seguridad: si hay segunda vuelta, Lula estará en ella. Hay tres candidatos con posibilidades de ir a una segunda vuelta. A estas alturas, y sin excepción, los compromisos de campaña de los candidatos son considerados por analistas como inviables. Los programas económicos, cuya coincidencia tanto llamó la atención al principio de la campaña electoral, ahora son considerados como simples promesas electorales, de escasa o nula viabilidad a corto o mediano plazo.

La fuerte dependencia brasileña de capitales externos será combatida, según los candidatos, pero ninguna de las soluciones presentadas hasta ahora parecen posibles. Brasil necesita anualmente de 30 a 35.000 millones de dólares, cuyo origen tiene que ser el capital internacional. Todas las previsiones indican una fuerte retracción de esa fuente en los próximos años. Ninguno de los cuatro candidatos ha explicado, de manera convincente, qué hará para disminuir esa dependencia, y mucho menos para atraer al país más capitales.

Otro punto se refiere a los compromisos a cumplir todavía en el periodo en que Fernando Henrique Cardoso esté al frente de la presidencia, de aquí al 31 de diciembre. Compromisos de unos 16.700 millones de dólares ya serían motivo suficiente para temor e inquietud, pero hay un agravante: en este periodo, Brasil sabrá quién será el próximo presidente.

Buena parte del sector productivo de la economía declara que la llegada de Lula al poder sería 'aceptable', pero hay consenso de que los próximos meses serán poco o nada tranquilos. Entre agentes del sector financiero, cuyos beneficios a lo largo de los últimos cuatro años han roto todas las marcas anteriores en Brasil, la sensación es otra: se teme un total descontrol del mercado.

La especulación corrió y corre suelta, aseguran economistas tanto del Gobierno como de la oposición. Sabedores de que, gane quien gane, el modelo económico que tanto benefició al sector financiero en los últimos años sufrirá cambios, los bancos tratan de ganar lo que pueden. Desde Delfim Netto, poderosa eminencia gris del régimen militar, hasta Guido Mantega, principal asesor económico de Lula, pasando por Pedro Malan, actual ministro de Hacienda, todos dicen que el ataque especulativo contra la moneda brasileña es el más brutal registrado en la historia contemporánea.

La evidente especulación deja claro que, por más que el empresariado nacional asegure que el temor a Lula es mucho menor de lo que era hace 13 años, las dudas persisten. En aquella época, Mario Amato, entonces presidente de la todopoderosa federación que reúne al empresariado de São Paulo, dijo que una victoria de Lula provocaría la 'fuga en masa de 800.000 empresarios brasileños al exterior'. Ahora, Lula cuenta con un inédito respaldo empresarial. De Eugenio Staub, dueño de la Gradiente, gigante del sector electro-electrónico, a Ivo Rosset, líder del sector de ropas íntimas femeninas y que emplea a 4.000 personas, pasando por José Pessoa de Queiroz, uno de los más fuertes productores de azúcar y alcohol de Brasil, 500 empresarios manifestaron su apoyo al candidato del PT.

Se quiere saber, más que el nombre del nuevo presidente, quiénes serán los responsables de la política económica. Aunque se reconozca a Lula una inmensa capacidad negociadora, existe un temor, muy explotado por el mercado financiero, de que su equipo económico difícilmente logrará presentar un programa aceptable de transición y de hacer frente a los compromisos asumidos.

La economía del país necesitaría aumentos mínimos de un 5% en el PIB en los próximos cuatro años sólo para cumplir las promesas de crear nuevos puestos de trabajo. Este año, el crecimiento previsto es de poco más del 1%, y el promedio desde 1994 es de un 2,4%. Hasta los más optimistas admiten que esa perspectiva es casi imposible, tal como está hoy la situación.

Mientras persisten las dudas, nadie sabe decir qué se puede esperar en los tres primeros meses del próximo Gobierno. Menos aún en el periodo desde la elección a la transmisión de mando presidencial. Lula anticipa la intención de lograr un amplio pacto entre los sectores productivos y el sector obrero. Los empresarios admiten que el modelo económico de la era Cardoso, que tanto benefició al sector financiero en detrimento del sector productivo, está agotado y necesita redefinirse. El sector financiero dice que la incertidumbre de los primeros meses podrá hundir la cotización del real frente al dólar y dificultar aún más la capacidad del Gobierno y del sector privado para hacer frente a sus compromisos externos.

El electorado espera que el nuevo presidente cumpla un mínimo de las promesas de campaña, pero en la opinión pública se detecta ya una inmensa duda de que sea posible. El peso de esa duda es parte fundamental del peso de la herencia que Cardoso dejará al sucesor.

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