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El violento país de las desigualdades

Los diarios brasileños tienen cuadernos de avisos, los clasificados. Allí se venden pisos, vehículos, casas, y se busca empleo. Desde hace poco más de un año, en las secciones dedicadas a los automóviles, apareció una novedad: un apartado especialmente dedicado a 'blindados'. El miércoles 25 de octubre, en O Globo, principal diario de Río, había nada menos que 54 anuncios de coches blindados. El jueves 26, en O Estado de São Paulo, el número era sensiblemente mayor: 91. El miedo de los ricos no es mayor en São Paulo que en Río. Es que hay más ricos en aquella ciudad, donde hay 10.000 vehículos particulares blindados. El número de helicópteros utilizados por altos ejecutivos, transporte menos vulnerable a los secuestros, aumentó hasta el punto de hacer que los cielos paulistas registren uno de los cinco mayores movimientos de helicópteros en todo el continente.

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El mejor negocio inmobiliario son los condominios vigilados 24 horas al día y con sofisticados sistemas de vídeo. Hay barrios enteros que son verdaderos refugios de nuevos ricos: los niños no salen del recinto, donde disponen de todo, desde escuela a cursos de fútbol o de inglés.

Para los empresarios existen trajes blindados hechos con tela de chalecos antibala. El negocio de la seguridad privada mueve alrededor de 2.000 millones de dólares al año. En todas las ciudades brasileñas la mayoría de las casas y edificios están cercados con verjas. Es la frontera visible del miedo que la desigualdad provoca en los que tienen algo. La frontera que delimita un país donde el 1,2% más rico acapara casi un 30% de todo lo que se produce, y el 50% más pobre alcanza nada más que otro tanto. Donde quien gana 700 euros al mes está entre el 10% más rico. Y también el país de las paradojas: el 89% de las casas cuenta con televisor, pero solamente el 52% de los municipios dispone de red de alcantarillado.

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