Recuperar la historia
Los tres partidos checos que, dirigidos por el socialdemócrata CSSD, intentan formar una coalición de Gobierno, se muestran incapaces de lograr un acuerdo para formar la exigua mayoría de 101 diputados en una cámara de 200. La batalla de reproches es general. También aumenta el conflicto entre partidarios y adversarios del ingreso en la UE ahora que el proceso entra en su recta final. Sólo hay una cuestión en la que reina inusual armonía y práctica unanimidad entre las fuerzas políticas checas: en el rechazo absoluto a abolir oficialmente -como exigen Alemania y Austria- los decretos del presidente Benes de 1946 que legalizaron la deportación y expropiación de los alemanes de la región de los Sudetes después de la Segunda Guerra Mundial. Austria ya ha anunciado -lo subraya el líder populista Jörg Haider en una entrevista que EL PAÍS publicará el domingo- que está dispuesta a bloquear la ampliación si no hay enmienda en Praga. No parece demasiado pedir a un país que se integra en una comunidad de valores democráticos que levante unos decretos que legalizaron vandálicas represalias contra millones de civiles por su real o supuesto apoyo previo a la Alemania nazi. El efecto jurídico sería nulo, el gesto generalmente aplaudido y desaparecería la amenaza del bloqueo a la ampliación por este motivo. Pues no hay en Praga hoy ningún político dispuesto a hacerlo.
En esto coinciden todos, desde los comunistas a los cristianodemócratas de Vaclav Klaus. La nueva crisis de los Sudetes es la demostración más candente de cómo el pasado puede generar fuerzas que crispan el presente y pueden sabotear el futuro. Una educación histórica veraz, de la que por supuesto careció la población checa bajo el comunismo, habría hecho menos impopular una solución razonable al conflicto.
Hace unos días se reunieron en el esplendoroso monasterio benedictino de Göttweig, junto al Danubio, en la Baja Austria, varias decenas de políticos, académicos y analistas para estudiar en el Europa-Fórum entre otros muchos aspectos de la integración europea el papel en la misma de la cultura y la historia. Todos coincidieron en que las fuerzas antieuropeas, chovinistas y radicales que están resurgiendo en toda Europa y siguen la batuta a populistas y demagogos se nutren de aversiones basadas en una historia sesgada, acientífica y manipulada por los políticos. Existe, se dijo, una necesidad imperiosa de crear comisiones conjuntas entre grupos de países e incluso paneuropeas para que las nuevas generaciones reciban una visión de la historia veraz, global, libre de mitos, condicionamientos nacionalistas, reduccionismos y aversiones inducidas. A principios del siglo pasado prácticamente todos los libros de historia eran una colección de leyendas épicas, emponzoñadas de romanticismo nacional trufado de fechas. En las pasadas cinco décadas, especialmente en la Alemania traumatizada por la culpa del nazismo, se hicieron grandes avances en el intento de presentar una historia con matices y con la vocación de entender otras posturas, intereses y sensibilidades.
Pero falta mucho por hacer y nada garantiza que el proceso de ilustración histórica continúe en la misma dirección. La fuerza de los medios de comunicación modernos y su utilización para propagar el mito nacional, los prejuicios contra otras naciones o grupos étnicos, hacen tanto más necesaria una formación histórica libre de filias y fobias del pasado. El poder intoxicador y envilecedor de la historia manipulada o directamente inventada quedó trágicamente demostrado durante la pasada década en los Balcanes. Allí fueron los poderes públicos los que impusieron una visión de la historia como llamada a la redención y a la venganza o reparación de pasados agravios. Por desgracia, no sólo allí. En la jornada plenaria de clausura del Europa-Fórum de Göttweig, el profesor Matti Klinge, catedrático de historia de la Universidad de Helsinki, habló del peligro que alberga el secuestro de la formación de la historia por parte de los políticos y puso como ejemplo el País Vasco, 'en cuyos colegios públicos se manipula e inventa parcialmente la historia para generar sentimientos en contra del resto de los españoles'. Por eso, añadió, 'la tendencia debe ir no hacia una regionalización de la formación histórica, sino, en sentido contrario, hacia una europeización'. Tomen nota.
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