Dos Nobel de Literatura en el refugio de Arafat
El Parlamento de Escritores llega a Oriente Próximo para buscar vías de diálogo
'Es como una mezcla entre el Tíbet y Alemania del Este', dice un escritor, mirando por la ventana del autocar que lleva al grupo -los Nobel de literatura José Saramago y Wole Soyinka, y sus colegas Juan Goytisolo, Christian Salmon, Breyten Breytenbach, Bei Dao y Vincenzo Consolo- de Tel Aviv a Ramala, capital de la Autoridad Palestina. 'Puede ser', responde otro, reconociendo que los montes áridos evocan el altiplano tibetano y que los retenes militares recuerdan el muro de Berlín. 'Pero fíjate allá', agrega, señalando un asentamiento de colonos israelíes: '¿No te recuerda a Suiza?'.
'¿Las casitas bien pintadas, ordenadas en líneas geométricas y, en vez de piedras blancas, praderas verdes y bosques con coníferas?', continuó. 'Sí pero a lo que más se parece esto, es a Suráfrica durante el apartheid', interrumpió otro miembro de la comitiva, girando los ojos hacia un pueblo palestino, una caótica colección de ruinas.
Una misión de ocho escritores de ocho países diferentes, representantes del Parlamento Internacional de Escritores, intercambiaba primeras impresiones al llegar ayer por la tarde, procedentes de París, a la pequeña tierra donde se lleva a cabo el conflicto de mayor impacto en el mundo. Para el español Juan Goytisolo ésta era su cuarta visita. Los demás -el Nobel nigeriano Wole Soyinka, el Nobel portugués José Saramago, el francés Christian Salmon, el surafricano Breyten Breytenbach, el chino Bei Dao, el estadounidense Russell Banks y el italiano Vincenzo Consolo- llegaban con las páginas en blanco. Aunque sin ocultar que su propósito durante los cinco días programados de la visita no era reunirse con líderes políticos sino con intelectuales -sean palestinos o israelíes-; pero todos ellos abiertamente a favor de una paz negociada. La idea no es escuchar todos los puntos de vista. La misión del Parlamento de Escritores se opone, de manera inequívoca, a la política de choque del primer ministro israelí Ariel Sharon. Por eso, antes de partir de París, los escritores habían expresado su temor a que las autoridades israelíes podrían limitar sus movimientos.
Se equivocaron. El Ministerio de Asuntos Exteriores de Israel se comunicó con las autoridades migratorias para facilitar la entrada de la delegación al país y el Ministerio de Defensa le concedió los permisos necesarios para transitar por las sinuosas carreteras de la zona de guerra que conduce a Ramala, donde fueron calurosamente recibidos por el poeta palestino Mahmoud Darwish. Lo cual no significó que el viaje de 60 kilómetros hubiera tenido un plácido aspecto turístico. Imposible no ver en los montes bíblicos que atravesó el autocar los campamentos militares donde ondeaban banderas israelíes.
En los constantes retenes, algunos con colas de coches de más de un kilómetro, soldados israelíes se dedicaban a revisar documentos mientras otros apuntaban con sus rifles a las caras de los conductores. Por las dudas. 'Esto no es ninguna broma', comentó un escritor, mirando por la ventana. 'Esto no es machismo ni ninguna tontería por el estilo. Esto es vida o muerte de verdad'. Y justo antes de entrar a Ramala, de pasar a la jurisdicción palestina, otro retén. En la práctica, un control fronterizo -la imagen que hizo a uno de los escritores pensar en Alemania del Este-. El autocar se detuvo allí 20 minutos mientras los soldados determinaban si se trataba de una infiltración terrorista. Un soldado joven con gafas se subió al autocar. Cortés, amable, pero sin sonrisas, le pidió el pasaporte a cada uno de los escritores. 'Pobre chico', comentó uno que, por edad y por cultura, podría haber sido su padre. 'Qué pena da. Es un ser humano como cualquiera de nosotros al que, por el destino, le ha tocado algo atroz'. Otro escritor, de aspecto dolido, asintió con la cabeza.
A eso han venido. A buscar el factor humano en el conflicto más antiguo e intratable del planeta. Como decía el novelista Russell Banks, presidente del PIE: 'Los escritores que hemos venido aquí no hablamos en representación de ninguna nación, ni religión, ni institución política sino en nombre de la especie, de la Humanidad'.
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