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Tribuna
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¿'Instinto' imperial o cortina de humo?

La actitud arrogante del Gobierno del presidente Bush en cuestiones militares ha provocado la reacción de los hasta ahora dóciles Gobiernos de la Unión Europea (UE). Chris Patten, comisionado de Asuntos Extranjeros de la UE, ha hecho un llamado enérgico a Washington para que haga a un lado el 'instinto', les dijo, de tomar decisiones unilaterales en materia de defensa y política internacional, en vez de utilizar su evidente superioridad militar para promover la cooperación y el entendimiento entre las diferentes regiones, países y culturas del mundo.

La supremacía económica, militar y tecnológica de Estados Unidos (EUA) no es discutible. Pero de ahí a cederle todos los espacios políticos y aceptar sus decisiones unilaterales sobre asuntos de interés mundial, hay una distancia. Por ello, el tono del discurso belicoso y las acciones militares que aparentemente prepara Washington empiezan a ser insoportables para Europa.

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La UE tiene un producto un poco menor al de los EE UU (9 contra 9,9 billones de dólares, en cifras del año 2000). Sin embargo, su comercio exterior es casi tres veces mayor. Obviamente en la UE no hay el control ni la unanimidad interna en política exterior que hay en los EE UU. Por eso resulta significativo que Patten, quien fue presidente del Partido Conservador Británico, haya dicho en un artículo publicado en el Financial Times: 'Así como hay afecto y admiración por los EE UU alrededor del mundo, hay también miedo y resentimiento. Como la única superpotencia del mundo, los EE UU tienen la responsabilidad de mantener la autoridad moral de su liderazgo'.

Aliados sí, pero no satélites, como les dijo Joschka Fisher, ministro alemán de Asuntos Exteriores.

Y no se trata sólo de los quince Estados que integran la Unión. Hace unos días, reunidos éstos con otros europeos que aspiran a ingresar a ella, más los que son miembros de la Organización de la Conferencia Islámica (OCI), hablaron en Estambul sobre Civilización y armonía: la dimensión política. Setenta naciones participantes y más de 60 ministros de relaciones exteriores coincidieron en su profunda preocupación, incluso su miedo, por la actitud del Gobierno de Washington en materia militar.

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Lo que los europeos le están diciendo a sus amigos de Washington es que desearían ver en los EE UU un aliado responsable, con la grandeza moral, el respeto al Derecho Internacional y la visión de gran alcance, generosa, que el mundo global necesita. A la misma gran potencia que concibió la Sociedad de Naciones en 1919 (aunque nunca ingresó en ella) y que encabezó en 1945 el movimiento para crear las Naciones Unidas y sus organismos. La misma que presume, predica y a veces impone sus formas de vida, el respeto por los derechos humanos y su concepto de la democracia.

La globalización progresiva del planeta conlleva cambios cuya profundidad se hace cada vez más evidente. Más allá de los acuerdos comerciales regionales, de la fábrica global, del crecimiento colosal de los movimientos financieros internacionales o del flujo de la información, están las cuestiones del poder. ¿Quién controla, modera o al menos registra los más de 400 millones de millones de dólares (cifra 60 veces mayor que el valor total del comercio internacional del mundo) que se mueven cada año en negocios, compraventa de divisas, inversiones o especulaciones puramente financieras?

¿Qué pasa con los Estados nacionales, algunos de ellos reducidos al papel de meros administradores de las decisiones de Washington y a establecer las mejores condiciones posibles a la inversión extranjera?

¿Quién decide? ¿En dónde queda la idea de la democracia y la del equilibrio de los poderes?

¿Quién tiene la capacidad de supervisar, descubrir y controlar a tiempo a compañías como Enron, que influyen, corrompen, compran voluntades y financian campanas electorales millonarias a nivel mundial?

Valga decir lo obvio: jamás se hubieran conocido las relaciones cercanas, ni el apoyo financiero, ni la intensa correspondencia entre el presidente Bush y el ex presidente de Enron Keneth Lay de no haber sido por la quiebra del gigante energético.

¿Cuál es en el fondo el motivo de la actitud arrogante del Gobierno del presidente Bush? ¿Se debe a un 'instinto' relacionado con su política exterior, como sugiere Chris Patten, o a una estrategia interna para distraer a los propios norteamericanos y concentrar su atención en las cosas de la guerra? Porque hay quienes piensan que, en realidad, se trata de echar una cortina de humo sobre las estrechas relaciones del presidente de los EE UU con el hombre responsable de la mayor quiebra financiera de la historia.

Las consecuencias que el caso Enron puede tener en las bolsas de valores; en los sistemas de contabilidad; en la credibilidad, transparencia, equidad y confiabilidad de los mecanismos de mercado, están en juego. Como está en juego, también, el prestigio del Gobierno del señor Bush y el respeto de sus aliados hacia su política exterior.

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