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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Crecimiento insano

Los datos de Contabilidad Nacional correspondientes al año 2001, que se conocieron ayer, desmienten radicalmente cualquier interpretación complaciente que las autoridades económicas puedan hacer del crecimiento económico de 2001. El PIB ha aumentado el 2,8%, 1,3 puntos menos que el año 2000, lo cual significa una desaceleración muy severa. La pérdida de pulso del consumo (2,7% frente al 4% el año 2000), única variable macroeconómica, junto con la construcción, que estaba sosteniendo el crecimiento, indica, además, que en los próximos meses la desaceleración va a continuar y que es muy probable que el crecimiento de este año no llegue al 2%. El consenso sobre el aumento del PIB para este año estará seguramente entre el 1,7% y el 1,9%.

Como consecuencia de esta desaceleración en el año 2002, resulta muy difícil prever un crecimiento del empleo superior al 0,5% (2,4% el año 2001). La ralentización del empleo tendrá efectos importantes sobre el consumo y la confianza de los inversores y consumidores. Así pues, la economía española puede entrar en un ciclo de estancamiento económico en el que, si el Gobierno mantiene su política de déficit cero a ultranza, no va a contar con la ayuda de estímulo presupuestario alguno. En contra de las previsiones del ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, que da por hecho que 2002 'puede y debe ser un año de reactivación económica', hay razones de peso para suponer que lo peor todavía está por llegar.

Si se analizan bien los componentes del crecimiento económico español durante 2001, el pesimismo sube muchos enteros. La inversión en bienes de equipo, que es el indicador de capital que mejor refleja la apuesta empresarial española, ha descendido (-2,2%), lo cual no sólo supone una declaración explícita de desconfianza por parte del empresariado en la rentabilidad futura de la inversión, sino que compromete la mejora de la productividad empresarial durante los próximos trimestres. Si se admite que el volumen de capital invertido por empleado es el factor decisivo para conseguir un crecimiento económico sano, aumentar la productividad de las empresas, mejorar su posición tecnológica y mantener su competitividad en los mercados de la UEM, la contracción inversora que registran las cifras del INE es el peor diagnóstico que podría darse para la economía española. Con el agravante, además, de que la importación de bienes de equipo también está cayendo, lo cual indica que las empresas no están recomponiendo sus equipos ni adquiriéndolos dentro ni comprándolos fuera.

En consecuencia, no se trata solamente de que la economía española haya sufrido un parón, sino que la calidad de su crecimiento es y será, al menos en los próximos trimestres, muy deficiente. Se puede decir que el destino de la economía española pende del consumo y de la construcción, que no son precisamente los factores de crecimiento deseables si se pretende mantener una progresión equilibrada con perspectivas de sostenerse al margen de los vaivenes de la economía internacional. Con poco riesgo se puede asegurar que las empresas españolas seguirán perdiendo mercados, dentro y fuera de España, y que costará recuperar en el futuro el tiempo perdido hoy en acrecentar su capital y su tecnología.

Por lo tanto, interpretar, como hacen el Instituto Nacional de Estadística y el propio ministro de Hacienda, que el crecimiento español 'duplica al esperado para los países de la zona euro' y felicitarse de que el 'diferencial positivo de crecimiento' con los países más avanzados de la UE haya pasado del 0,7% al 1,1%, es lo más parecido que hay a tomar el rábano por las hojas y a la vez esconder la cabeza bajo el ala. De nuevo aparecen aquí las consecuencias del fracaso de la política oficial de incentivar la inversión tecnológica de las empresas. A pesar de las grandes declaraciones y las ampulosas promesas de apuesta gubernamental por la sociedad del siglo XXI, la Administración española sigue viviendo, en esta materia concreta, en el siglo XIX.

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