_
_
_
_
GUERRA CONTRA EL TERRORISMO
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Johnny cogió su fusil

Andrés Ortega

La derecha más conservadora en EE UU ha utilizado el caso de John Lindh Walker, el americano de 20 años convertido en talibán y detenido en diciembre en Mazar-i-Sharif con su AK-47 a la espalda, para lanzar un embate contra la educación liberal y permisiva que, afirma, ha llevado a este descarriado a sumarse a las filas de Bin Laden. La justicia del fiscal general John Ashcroft quiere hacer de ese joven barbudo y sucio que apareció en las imágenes -el pasado jueves, sin embargo, compareció ante un juez federal en Virginia aseado, pelo corto y afeitado- como un caso que sirva de ejemplo.

Sirve de ejemplo: de lo que debe hacer la justicia frente a los afganos (y algunos de otras nacionalidades) llevados a Guantánamo, donde pueden ser juzgados por tribunales militares sin garantía procesal alguna, cuando Walker (prefiere usar el apellido de su madre) cuenta con todas esas garantías y un abogado de primera contratado por su padre, James Brosnahan, ex fiscal en el caso Irán-Contra. Se le ha acusado de varios crímenes, entre otros de conspirar para matar a estadounidenses, pero aún no se le ha pedido que se declare inocente o culpable. Las presiones internacionales -europeas y de organizaciones de derechos humanos, e incluso de una parte de la prensa estadounidense- han funcionado al forzar a la Administración de Bush a anunciar que no llevará más presos a Guantánamo.

Más información
Un segundo talibán estadounidense cumple condena en Guantánamo
Pakistán mantiene detenidos a ciudadanos de EE UU por colaborar con la red de Bin Laden

A todas luces, el caso de Walker es lo contrario de lo que denuncia esa derecha rancia en la que tanto se ha apoyado Bush. Mañana le veremos en su primer discurso sobre el estado de la Unión, que puede ser también el más importante desde el ataque del 11-S. Walker, bautizado John en recuerdo de Lennon, pertenece a una familia acomodada que vivía en California. Educado en el catolicismo por una madre que posteriormente se haría budista y se separaría de su marido, Walker entró en contacto con el islam a través de sus estudios sobre cultural mundial en el instituto y a través de Internet, otra confirmación de que la Red es un instrumento también de globalización de las diferencias.

Según ha relatado el propio Walker, le marcó la lectura de las Memorias de Malcom X (El Hajj Malik el Shabazz), el famoso militante negro convertido al islam. Walker, en busca de una vida islámica pura, viajó a Yemen, donde se desilusionó, y, tras varias idas y venidas, acabó en una madraza en Pakistán, donde, obsesionado con aprenderse todos los versículos del Corán, debió de connectar con los talibanes y las redes de Al Qaeda. El problema no es que se hiciera musulmán, sino la contradicción que supone el que su educación liberal y permisiva le llevara a adoptar uno de los regímenes menos permisivos como ha sido el de los talibanes. Como ha recordado Richard Cohen en The Washington Post, con Walker nacieron en 1981 otros 3.629.000 niños en Estados Unidos y ninguno ha acabado en Afganistán, aunque la CIA sigue buscando a otros dos americanos entre los talibanes y hay varios europeos entre los que luchaban con los talibanes y Al Qaeda.

El caso Walker choca quizás más en Estados Unidos que en Europa. Hay que recordar que una enorme diferencia transatlántica es el porcentaje de creyentes en un dios, sea el que sea. Según un índice mundial de religiosidad que publicó una revista norteamericana de ciencia política, en primer lugar se sitúa Irán, y en segundo, Estados Unidos. En la cola, Europa del Este (con la excepción de Polonia) y los escandinavos. En los billetes de dólar -símbolo e instrumento del poder económico de EE UU- se recoge el famoso In God We Trust (Confiamos en Dios), en una nación que no se ha convertido en politeísta pero sí en una de las más variadas en creencias religiosas organizadas (y las iglesias cristianas pueden moderar a esta Administración). Nuestros euros recién estrenados no dicen nada. Son posmodernos, icónicos: todo lo más, hay que interpretar el significado de las puertas y puentes que los decoran. ¿Será por eso que el dólar es más fuerte?

aortega@elpais.es

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_