Vidas minúsculas
Una vida vale más de 150 palabras impresas, pero miles de personas viven en estos momentos consoladas cada día por la lectura de tan poco espacio dedicado a ellas; a ellas como supervivientes de las víctimas del 11 de septiembre, que son a quienes en realidad cuenta diariamente en sus páginas The New York Times.
Los microrrelatos comenzaron pocas horas después de la tragedia, y al principio no tenían forma ni longitud fijada. Ni los directivos del diario neoyorquino pensaban mantener como sección fija lo que se inició como reportaje de urgencia de unos periodistas de sucesos entrevistando en medio del dolor y los escombros a familiares o amigos de los desaparecidos. Pero, a medida que el sentimiento de pérdida se iba ampliando tanto como el número de muertos, The New York Times decidió que su recuerdo escrito no terminaría con los últimos funerales ni el cambio de año o alcalde, ni siquiera con el final de los bombardeos contra el enemigo talibán. Todos los miles de personas lloradas por los suyos tendrían su vida resumida en 150 palabras.
Algunas no han sido todavía identificadas, y los parientes de otras han rechazado el recuento o estaban demasiado abatidos para ponerse al teléfono o abrirle la puerta a cualquiera de los casi cincuenta periodistas empleados por el New York Times en este gran retrato colectivo de la privación íntima. Pero también se han presentado espontáneos en la redacción, deseosos de recordar ante los demás -en unos minutos atropellados o sorteando su angustia a lo largo de varias horas- lo que ellos nunca olvidarán de una hermana, un hijo o un novio.
Como en la ficción, hay relatos íntegramente tristes, evocativos, líricos, cómicos, picarescos. De uno de los bomberos heroicos, Ángel Juarbe, se ha resaltado que había recogido ocho perros callejeros, pero también lo guapo que era; fue uno de los 12 elegidos para vender con su foto sexy el calendario anual del Cuerpo. A otro compañero suyo, Gary Box, le gustaba contar que, antes de entrar en la peluquería del parque contra incendios, había trabajado de barbero de muertos en una funeraria. La joven Casey Cho vivía en Nueva Jersey con su madre y su hermana mayor, y las chicas se habían jurado un día, en un acto de lealtad ingenua, no morir antes que la madre, que de lo contrario se moriría de dolor. Júpiter Yamben; el nombre es novelesco, y lo que nos ha contado de él el periódico tiene un exotismo natural. Nacido en el Estado indio de Manipur, llevaba veinte años trabajando de maître en los restaurantes más lujosos de Nueva York, y, sin embargo, se preocupaba de que su hijo, americano de nacimiento, no perdiera el gusto de las danzas del norte de la India. El relato de su funeral tiene igualmente la verdad del cruce de dos mundos, pues sus familiares echaron a las aguas del Hudson cientos de barquitos de papel iluminados con velas, mientras Pete Seeger, amigo y vecino, cantaba a la guitarra.
También se ha publicado el doble perfil de John Resta y su esposa, la española Silvia San Pío, que murieron juntos en su lugar de trabajo, el despacho de Carr Futures en una de las Torres Gemelas. De nuestra compatriota sabíamos más cosas que de la mayoría de víctimas de aquel terrible día, pero el New York Times se detiene en una minucia conmovedora. La noche en que iba a pedirle que se casara con él, John hizo traer desde Florida unos mariscos que Silvia encontraba especialmente sabrosos, y la recibió para la cena íntima con esmoquin, sombrero de copa y bastoncillo de Fred Astaire.
Vidas desconocidas, comunes y raras, minúsculas. Así, Vies minuscules, se llama el mejor libro de Pierre Michon (uno de los grandes escritores europeos de hoy) que Anagrama, tengo entendido, va a publicar pronto en España, después de haber dado a conocer su Rimbaud, el hijo. Michon novela sin alardes dramáticos ni línea de intriga (Savage Landor y Schwob están en él, como ambos estuvieron antes en Borges) lo que podría ser su biografía o partes de la nuestra. Para que al final, como al leer las 150 palabras diarias del New York Times, conozcamos mejor la pequeña magnitud de nuestro destino.
Babelia
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