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LA CRÓNICA
Columna
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La guerra de las naranjas

La campaña norteamericana de la clementina se ha ido al garete por culpa de unas pocas larvas vivas y muertas de mosca del Mediterráneo, la nefasta ceratitis capitata que, al parecer, han sido encontradas en algunos de los envíos a ese mercado. El rigor de las normas fitosanitarias USA ha impedido que se descargue esa fruta en aquellos puertos y ahora hay algo así como 18.000 toneladas de la misma en busca de comprador que, de hallarse, será vendida a la baja, muy a la baja después de tantas singladuras, con las consiguientes repercusiones negativas en otros mercados. Todo un regalo navideño para el sector citrícola.

Algún dirigente empresarial indígena ha invocado la 'guerra comercial', proponiéndose, incluso, el boicot a los productos yanquis, lo que no deja de ser una temeridad o un exponente de la ignorancia que se tiene de los intercambios entre ambos países, y muy especialmente para ciertos sectores productivos valencianos, pero que ilustra el cabreo de los damnificados.

Resulta obvio que, a tenor del protocolo suscrito para la exportación de este cítrico a los EE UU, la presencia de tales larvas legitimaba las severas y drásticas medidas adoptadas por aquellas autoridades. Consecuentes éstas con tan desgraciada circunstancia, poco o nada más podía hacerse por nuestra parte, excepción hecha del pataleo. Sobre todo, a partir de la respuesta inicial del titular español de Agricultura, Arias Cañete, tan obsequioso y obsecuente con sus colegas americanos, aunque ello significase un desaire imprudente, por precipitado, hacia nuestros intereses. Un ministro más del ramo a quien entronizar en la galería de los ceporros.

Lo grave es que por estos pagos pocos o nadie cree que llegasen larvas vivas a su destino y que todo este penoso entuerto es una vil trampa urdida por los lobbys de Florida y California en beneficio de las tangerinas que se producen y comercializan allí. El consumo creciente de clementinas es una amenaza demasiado evidente como para no alentar sospechas, tanto más cuando la producción y manipulación de la fruta está sometida a estrictos controles, como bien les consta a los mismos importadores. Por otra parte, no es la primera vez que las naranjas valencianas han sido objeto de una maniobra aviesa, cual la ocurrida en 1977, por la que se paralizó el mercado del Reino Unido bajo el pretexto de que los cítricos exportados contenían mercurio. De las maniobras propias, ni hablemos.

Pero no está en nuestro ánimo reducir este episodio a un capítulo más de la picaresca comercial en gran escala. El daño está ya hecho y es irreversible. Ahora, tanto para los más directamente implicados como para los observadores, lo procedente es despejar unas cuantas incógnitas con la mirada puesta en el futuro. Por lo pronto, ¿ha sido definitivamente erradicada la perversa mosca del Mediterráneo, o se trata de un mal endémico, una amenaza latente como la tantas veces vencida y resurgida peste porcina? Mientras subsista el menor atisbo estaremos al pairo de estos riesgos, con los que no han podido hasta ahora con absolutas garantías los tratamientos al uso, químicos y frigoríficos.

Por otra parte, y al margen de que los protocolos aludidos reguladores de la exportación a USA, lo bien cierto es que en toda esta historia España se ha comportado como si fuese todavía un país tercero a la Unión Europea. Armados de razón, como decimos tener, ¿podíamos haber echado mano de Bruselas, de nuestros socios, para afrontar el veto norteamericano? Y si la UE no nos ampara o no instamos su amparo ¿qué decir de la Organización Mundial del Comercio? Eso hubiera sido tanto como encomendarse al enemigo.

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Visto lo visto, y por más que lloremos el percance, deducimos que los competidores están allí y que no se andarán con paliativos para ponerle zancadillas a la invasiva clementina valenciana. Con eso hay que contar siempre. Pero el verdadero adversario es la maldita mosca, y esa la tenemos aquí, irreductible, de no ser que se revisen y negocien otros tratamientos más efectivos y definitivos. Con todo y con ello, esperemos ver qué dictamina la comisión inspectora que nos ha visitado para informar al departamento de Agricultura de los EEUU. ¿Hemos de creer que carecían de la debida y oportuna información? Los enterados están eufóricos, aunque hacen de tripas corazón. Qué remedio.

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