Hermosa metáfora del paso del tiempo
Al Festival de San Sebastián llegó ayer 'En construcción', filme de José Luis Guerin hecho con las imágenes de demolición y construcción de un barrio de Barcelona
El Festival de San Sebastián entró ayer en su recta final con la proyección de tres películas de muy distinto, por no decir opuesto, signo. Dos de ellas son estrenos, forman parte de la sección oficial y, dentro de ella, entran en el capítulo de la competición.
Una es el bien producido, elaborado y trabado, pero con resultado epidérmico e irregular, melodrama británico Last orders, que ha sido escrito y dirigido por el australiano Fred Schepisi, al que salva del desastre de la pura y simple inanidad la poderosa presencia de cinco ilustres intérpretes ingleses -nada menos que Michael Caine, Bob Hoskins, Helen Mirren, David Hemmings y Tom Courtenay-, que son de ésos que por sí solos, con su leyenda a cuestas, logran sostener, por endebles que sean, las imágenes en que aparecen, que en Last orders son muchas, lo que hace respirable a una tramposa y hueca película. Basta ver actuar a estos aristócratas de la pantalla para que ésta se convierta en un foco de fascinación, aunque por otra parte es bastante evidente que ninguno de estos grandes rostros se esfuerza por hacer nada especialmente meritorio, sino que casi se limitan a estar allí y a responder rutinariamente al desafío de una cámara a la que seducen fácilmente y galvanizan con su sola mirada.
A ras de tierra
El segundo escalón de la programación de ayer lo llenó la singularísima, literalmente incatalogable, película española En construcción, que es un (audaz hasta la temeridad) hermoso, libérrimo y ascético poema cinematográfico hecho con la austera y noble materia del documento, de la más pura verdad filmada. Estamos ante el despliegue de un trabajo muy ambicioso, de extraordinaria sutileza y altísimo rango artístico, un esfuerzo de conocimiento que no da respiro al espectador y que lleva dentro cine no fácil de ver, que exige al espectador que mantenga una tensión sostenida ante la pantalla, que despide hacia fuera el vigoroso sabor de la imagen indispensable, del cine necesario.
Es En construcción cine riquísimo y de absoluta pureza, hecho completamente de espaldas a los códigos del consumo de películas y que deja adivinar dentro de él la existencia de algo escurridizo e impreciso, muy difícil, quizá imposible de decir. Se trata de algo que se parece al enigma de un aroma visible o a una especie de aura indescifrable que despide la secuencia de sus imágenes y que tiene que ver con la inexplicable capacidad de la cámara de Guerin para adentrar su mirada dentro del mismísimo flujo del tiempo. Estamos ante la frágil, delicada, de asombroso vigor espiritual, aventura del conocimiento que el cineasta barcelonés se aventuró a iniciar hace más de una década en Innisfree, que prolongó hace seis años en las hondas y oscuras estancias de Tren de sombras y que aquí, ahora, en el humilde, laborioso y paciente prodigio de En construcción baja a ras de tierra y nos conduce no a las esferas del ensueño, sino al polvo de la dura, resistente materia de la tierra y de la vida a ras de la tierra.
Y ante la pantalla se intuye que esta tan luminosa secuencia de poema, de juego de imágenes rimadas y convertidas en música secreta e inaudible, nos alza desde el mismísimo suelo al elevado misterio del desdoblamiento del tiempo en tempo. Y parece evidente que una hazaña poética e intelectual de esta calidad seguirá estando viva y seguirá siendo cine vigente dentro de décadas y más décadas. Es En construcción, cuarto largometraje del cineasta barcelonés -uno los nombres de nuestro cine que tiene, en la pequeña escala del cine puro y completamente ajeno al consumo, resonancia universal-, el más alto y audaz hallazgo de esta buena edición del festival donostiarra, que, junto al cine convencional, nos ha dado esta vez un filme insólito, duro, grave y, sin embargo, alado, realizado con exactitud matemática a lo largo de casi tres años, pero tan ágil que parece espontáneo, casi no hecho, pese a estar primorosamente elaborada esa su metáfora de un esfuerzo de construcción que prefigura un proceso de demolición.
Y la tercera obra de ayer en el festival donostiarra fue el rescate de la célebre Intimidad, obra maestra de Patrice Chéreau, eminente director del teatro francés que ahora, de forma natural, prolonga los tentáculos de su talento escénico en la busca de un dominio de la pantalla que ya -tras este arriesgado filme, que ganó por aclamación el Oso de Oro en el Festival de Berlín- tiene en ojos y manos, como pone de manifiesto el hecho de que Intimidad, con sólo nueve meses de existencia, obtenga ya consideración de obra clásica, una de las aventuras más elegantes y arriesgadas del cine europeo reciente, que maneja imágenes de sexo explícito con destreza y elegancia hasta ahora inéditas.
Babelia
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