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Las pandemias olvidadas

La indiferencia del Primer Mundo provoca que no haya I+D contra las plagas que diezman a los países pobres

No son el sida. El sida brinda fotos espectaculares, y goza de buena prensa porque también afecta al Primer Mundo. Y está en vías de entrar en la agenda política mundial, tras la retirada de la demanda de las multinacionales farmacéuticas contra la ley que permite a Suráfrica fabricar e importar genéricos, y tras la cumbre de jefes de Estado africanos de la semana pasada en Nigeria, en la que el secretario general de la ONU, Kofi Annan, declaró la 'guerra total' al sida y pidió multiplicar por 10 las inversiones contra la pandemia.

Pero la zona de sombra sigue ahí, hirviente de enfermedades que llenan de tristeza los trópicos. Según la OMS, de los 1.223 fármacos puestos en el mercado entre 1975 y 1997 sólo un 1% se destinó a epidemias tropicales. Y, de ese 1%, la mitad era para usos veterinarios. Y, de la otra mitad, un considerable porcentaje correspondía a la investigación de las fuerzas armadas de EE UU para sus tropas desplegadas en esos países.

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Sin I+D

'No hay I+D [investigación y desarrollo] porque la inversíón no resulta rentable', dice Herranz. 'Más del 80% de las ventas se produce en EE UU, la UE y Japón. Las enfermedades olvidadas afectan a gente sin recursos. Incluso el resurgir de la tuberculosis en Europa se da en la ex URSS y en el este del continente, es decir donde empieza a haber problemas propios del Tercer Mundo'. África supone apenas el 1% del mercado farmacéutico. Otra gran olvidada es Iberoamérica, que representa un 4%.

Pero no es sólo que el I+D sea raquítico, sino que la producción de medicamentos contra esas enfermedades también se abandona. 'Hay que negociar caso por caso para que los laboratorios no dejen de fabricar', dice Herranz.

Las armas de la sanidad están oxidadas: la mayoría de los fármacos datan de los años sesenta y setenta. Los agentes patógenos han aprendido: se han vuelto resistentes a esos viejos medicamentos. Por ejemplo, la cloroquina ya no supone, en muchísimas zonas, una amenaza para el mosquito anófeles que transmite la malaria, prototipo de enfermedad olvidada que lastra la precaria vida de millones de personas. Otro ejemplo: la vacuna contra la tuberculosis cumple ya 74 años, y su porcentaje de eficacia no alcanza lo necesario.

Pero sobre todo se está ante una tragedia de rango planetario, que requiere soluciones políticas. Valga como ilustración el caso del tratamiento DOTS contra la tuberculosis, promovido por la OMS (véase recuadro bajo estas líneas): aparte de las dificultades de aplicación sanitaria, hay que compensar al paciente con comida, dinero y transporte, porque, ¿qué campesino africano puede hospitalizarse un mínimo de seis meses, abandonando su cultivo? La solución tendrá que implicar al Gobierno local, que deberá ser ayudado para que la economía no se derrumbe. Hay que tener en cuenta que la tuberculosis asociada al sida aumenta en África un 10% anual.

OMS, MSF, Medicines for Malaria Venture y otras organizaciones abogan no sólo por activar el I+D, sino por recurrir desde ya a los medicamentos genéricos. Si contra la leishmaniasis el fármaco convencional Pentostam de GlaxoSmithKline cuesta 10.000 pesetas y el genérico indio SAG 1.400, la duda ofende.

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