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El 'error' de plagiar

El asunto del más que probable plagio de la novela Álbum de familia, de la popular novelista norteamericana Danielle Steel (y de Mujeres de ojos grandes, de la mexicana Ángeles Mastretta, hasta el momento), a cargo de una presentadora de televisión, no merece en absoluto ser trivializado. Desde luego, parece asombroso disculpar a la presunta plagiaria por sus innumerables trabajos y compromisos. Que con membrete de la Real Academia Española se impute a un "negro merengoso" la "jugarreta" que le han hecho a la autora de Sabor a hiel resulta como mínimo asombroso, pues representa el inverosímil intento de neutralización de la responsabilidad que tiene quien incurre en plagio.Lo más grave, con todo, de este asunto es la concepción que lo ocurrido desvela de la literatura. El negro hizo mal su trabajo, pero los responsables son quienes se lo encargaron. Responsables -la autora y algunas instancias más elevadas- para quienes la literatura no representa más que la posibilidad de ganar dinero (Sabor a hiel ha rentado ya sólo a su firmante al menos 30 millones de pesetas) de manera fraudulenta, delictiva, pues el plagio ("Copiar en lo sustancial obras ajenas, dándolas como propia", según el Diccionario de la propia RAE) es una figura delictiva que atenta contra el derecho de propiedad intelectual.

A la luz de lo ocurrido cabe conjeturar que el episodio puede ser tan sólo una manifestación, una y no única, de un fenómeno más extendido según el cual la cara conocida, popular, adosada a cualquier librillo, o librejo, es económicamente un éxito de ventas, que es lo que verdaderamente importa. Quienes pecan son tan responsables como quienes consienten. No iban, ya se ve, tan descaminados quienes venían denunciando el comercialismo a ultranza, el mercantilismo grosero, que estaba apoderándose del mundo de la edición. Este asunto no "hay que olvidarlo", ¿por qué?, como se apunta con membrete de la RAE: el delito no puede ser olvidado sino castigado. La inefable noticia según la cual ahora "se está corrigiendo el error" (¿cuál de ellos?) llena de estupefacción a cuantos creen en un concepto más o menos recto de las cosas. Porque no es un error lo que ha sucedido; es un delito. Pero si se tiene moral tan laxa como para disculparlo, es que eso de la moral ha dejado de interesar para ser sólo un cuento retórico de cuatro o cinco chiflados, seguramente "maricones y rojos". ¿Cómo se corrige el error? ¿Inventando unas páginas que sin duda tendrán que ver con las primitivas, puesto que deberán enlazar con las eliminadas, sea cual sea el sistema que se utilice? La editorial, ante el embrollo suscitado, ha decidido retirar la novela de la circulación, pero no ha respondido a la pregunta fundamental: ¿por qué se contrató esta obra? Y aún más: ¿se hizo el contrato a la vista del original o se firmó solamente ante una idea, ante un proyecto?

Todo lo que significa creación o imaginación queda puesto en la picota en esta lamentable historia. Llama la atención que la firmante haya declarado que "para trabajar en mi libro tuve que manejar cerca de cien historias, y también con materiales y cosas que te ayudan a enlazar las historias". Es decir, que un autor de novelas no es alguien que se documenta, llegado el caso, para abordar un fenómeno o narrar un hecho, sino alguien que maneja las historias ajenas a cientos y, además, "materiales" y, además, "cosas". Te pones a escribir y aquí tienes a mano una página de Pearl S. Buck, y allí otra de Vicky Baum, y ahí otra de Danielle Steel (y de Ángeles Mastretta, hasta ahora), y acullá otra de Somerset Maugham, aunque esta última quizá sea subir el listón; y así, combinando "cosas", va saliendo la novelita. Qué lástima de negro indisciplinado. Qué lástima que la negritud sea tan díscola con una firmante "agobiada de trabajos y compromisos". No, la verdad es que no se puede estar en todo. Pero cómo reprimir el talento de "una mujer sensible, culta, con sentido del humor, delicada y prudente", según se la ha calificado con membrete de la RAE. Si es que no hay manera, si es que el talento estalla, explota, "fulge", que diría un cursi. El resultado es Sabor a hiel. Siete ediciones, miles de ejemplares vendidos. Y Juan Marsé, por ejemplo, dándose topetazos para publicar una novela cada cuatro o cinco años. Qué ingenuo.

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