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'Despinochetizar' Chile

Hace ya algunos años, gobernaba don Patricio Aylwin, escribió Jorge Edwards: "Ningún país ha sido sometido a examen en los últimos años más que Chile. Nos han examinado durante la dictadura y durante la transición, y ahora nos examinan durante esto que algunos llaman democracia, otros democracia a medias y otros dictablanda. No sé por qué nos ocurre esto. Quizá porque nos convertimos hace ya muchos años en una especie de laboratorio internacional: el de la revolución en libertad, el del camino pacífico al socialismo, el de la dictadura política con apertura económica".De entonces aquí, bastante agua ha corrido bajo los puentes. Se han sucedido con normalidad los Gobiernos y la última elección mostró algo notable: un candidato socialista que se alejaba de la sombra de Allende, un candidato de la derecha que hacía lo propio con el fantasma del general Pinochet; una votación muy estrecha, un país con la opinión dividida en dos y luego la constitución de un Gobierno con normalidad absoluta. Sin embargo, quien leía la prensa en los días del cambio de mando, podría preocuparse: "Un presidente del partido de Allende asume en medio del juicio a Pinochet"... Pero la ceremonia en Valparaíso nada tuvo de drama. Todo sereno, todo tranquilo. Muy poca gente en la calle. Alguna pancarta que otra, algo solitaria, testimonial de los dos extremos del espectro político.

El Gobierno de Lagos asumió en medio de la crisis regional que se nos vino luego del efecto sureste asiático-Rusia-Brasil. Pero ya ha dejado atrás la recesión: el país crece un 6% este año. La desocupación, sin embargo, ha subido y la prensa, casi toda opositora, se encarga de subrayarlo en titulares. La imagen del presidente ha crecido en el ejercicio. Nadie discute que es un hombre inteligente. Tiene tras suyo -y esto es muy importante- casi diez años de ministro, con dos Gobiernos de la Concertación, en carteras tan distantes como la de Educación y la de Obras. Actúa, entonces, con oficio. Y le pone al métier el toque de ilusión del político.

Desgraciadamente, en el exterior, de la vida de Chile sólo se habla del juicio al general Pinochet. Y de nuevo vuelven los exámenes: se reconoce la importancia de que haya retornado, se asume la trascendencia de la sentencia que le quitó los fueros parlamentarios y abrió así el camino del juicio, pero prosigue el examen. ¿Se le condenará?, preguntan algunos con voz trémula. Suena a ingenuidad retórica, pues cualquiera advierte que un juicio tan complejo llevará bastantes más años que la vida de Pinochet. ¿Se le intentará amnistiar? Lo sugieren sus partidarios, pero las fuerzas políticas no parecen inclinadas a asumir un debate tan escabroso.

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El día en que se le quitaron los fueros festejaban los radicales de izquierda, mientras los viejos colaboradores de la dictadura se agolpaban en la casa del general. El Gobierno habló con palabra serena, firme en los principios, conciliador en el talante. Y así se ha seguido. Los generales escarcean y exhiben su lealtad al viejo dictador. Y en cada caso el presidente marca el paso y deja claro dónde están las "obediencias debidas".

Lo importante es que ya no está en juego la estabilidad política del país. Cuando comenzaron los Gobiernos de la Concertación mucha gente apostó a que la estabilidad y dinámica alcanzada, en la última etapa de Pinochet, se desvanecería. Nada de eso ocurrió y Chile siguió adelante. Ahora, con Lagos, algunos renuevan la apuesta catastrofista. Pero el 6% de crecimiento lo desmiente. Otros pensaron que podían arrastrar al presidente a ingenuidades de la vieja izquierda en las que todavía sueñan. No ha ocurrido ni ocurrirá.

Los empresarios mantienen su brío exportador, sus intelectuales siguen luciendo, sus políticos reiteran el tradicional republicanismo de esa nación singular, destinada por su "loca geografía" a una peripecia de cierta insularidad que la historia ha confirmado. La suerte del general Pinochet cada día es menos tema. Lo más probable es que su salud sirva para poner punto final al juicio, pero sea como sea algo es claro: el porvenir de Chile no pasa por ese meridiano. El país ya preservó su soberanía trayéndolo, ya mostró su institucionalidad desaforándolo... Lo demás, es lo de menos. Estamos muy lejos de aquellos tiempos en que el general Pinochet pudo decir que "no se mueve ninguna hoja de este país si yo no la estoy moviendo". Y así se siente.

El futuro no pasa por la nostalgia de la revolución que no fue, ni mucho menos por la de la dictadura que ya pasó. Por supuesto, hay nostálgicos. Pero los más no se estacionan en ese círculo del sentimiento. Ya saben que se puede vivir en democracia y preservar una economía dinámica. Lavín, el líder de la derecha que obtuvo el voto de casi la mitad del electorado, no estuvo en el aeropuerto para recibir a Pinochet el día que retornó a los sones de Lilí Marleen y mucho menos en su casa el día del desafuero. El líder socialista gobierna en coalición con los democristianos, en paz y orden. Por igual, desean dar vuelta la hoja. Y la gente, que es lo que más importa, también. Parecería llegada la hora de clausurar los pedidos de exámenes. Es tiempo, en fin, de despinochetizar la imagen del país. Se lo merece, porque Chile es mucho más.

Julio María Sanguinetti ha sido presidente de Uruguay (1985-1990 y 1995-2000).

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