La verdad de las mentiras JOSÉ MARÍA GUELBENZU
A lo largo de mi vida he conocido o asistido a muchos actos de cinismo y cobardía moral y puedo asegurar que uno bien lamentable acabo de verlo cumplido en estos días. Me estoy refiriendo a la reacción de los nacionalistas peneuvistas ante la manifestación "¡Basta ya!" convocada en San Sebastián por el Foro Ermua. La democracia concebida como Rh negativo ha acabado llevando la crisis de los vascos a una calle de dirección única que amenaza convertirse en un callejón sin salida para ellos mismos, un callejón donde están dispuestos a instalarse a (lo que consideran) vivir, esto es: a quejarse cada día de que las fuerzas de la opresión extranjera les han confinado en él. Es una especie de variante victimista de la nefasta escuela goebbelsiana que busca sustituir la verdad por la repetición de las mentiras que necesita creer. "No nos comprenden" es la frase esquizoide con la que se disocian de la realidad, sin detenerse a pensar que si después de tantos siglos nadie les comprende mejor sería ir pensando en parar el mundo y bajarse de él porque, evidentemente, cuando en tanto tiempo un pueblo no ha sido capaz de hacerse comprender es que tiene un problema convivencial y expresivo insuperable.
Para sostener toda esa farsa -en la cual sus análisis del adversario son verdades como puños mientras que a ellos "no les comprendemos"- se ha tomado la costumbre de falsear cuando se opone a su visión unívoca de sí mismos. Malo es que hayan tenido que inventarse una Historia que daría risa si no diera pena, pero aquello que debería ser el orgullo de las sociedades, el único orgullo posible, su Cultura, se está tejiendo de mentiras y contaminando por la costumbre de mentir; mentir es algo que da vergüenza hasta que uno lo toma como norma, momento en el cual la verdad se convierte en la única realidad rechazable porque es la única con poder para devolvernos el sentido de la vergüenza. Una cultura que se base en la mentira, en la necesidad compulsiva de mentir para evitar que les alcance un solo reflejo de la realidad, acabará convirtiéndose en un monstruo que no comprende por qué causa horror a todo aquel ante quien se muestra.
Que esos nacionalistas hipocritones de estirpe santurrona que no han tenido empacho en pactar a lo largo de toda una legislatura con el Partido Popular y acompañarlo en sus votaciones, sean capaces de decir que personas como Fernando Savater o Jon Juaristi son secuaces del PP que han montado una manifestación con carácter electoralista a favor de los Populares es, como decía, un acto de cinismo y desvergüenza lamentable. Y, por mucho que, una vez perdida la vergüenza, la gente sea capaz de decir y creerse cualquier falsedad, hay que denunciarla. El mundo camina hacia el mestizaje, esto es imparable y el auge de los nacionalismos no es más que una forma típica de miedo al futuro, origen clásico de toda reacción. Con el miedo cobran especial fuerza ideas como la de pureza (de alma, de raza...). La pureza ha sido y es uno de los conceptos morales que mayor dolor y sufrimiento han causado a la Humanidad. Y la búsqueda de certificados de pureza se convierte en una ocupación fundamental en la vida de los fundamentalistas. Y la pureza sólo se aparea con el odio o con la inmolación.
Los Savater, Ibarrola, Juaristi y compañía son gente que tendrá siempre problemas porque no pertenecen a ningún clan exclusivo y excluyente; al contrario, defienden y han defendido siempre las causas de víctimas reales de cualquier clase de opresión. Entonces, los fariseos que tienen la exclusiva del victimismo como modus vivendi se ponen frenéticos y actúan como saben: excluyendo, difamando y convirtiendo en agresores del pueblo vasco a quienes tienen el coraje civil de defender sus ideas. Si en ese caldo se cuece hoy la Cultura vasca sólo cabe añadir que no tiene nada de singular ni autóctona: es común a todo autoritarismo irredento desde que el mundo es mundo.
Babelia
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