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Tribuna
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El poeta que sabía pintar

Está, en primer lugar, desde luego, la obra pintada, que habla por sí misma, una obra que ya pudo verse en la exposición del Ateneo de Madrid el año 1922, antes incluso de que se diera a conocer como el genial poeta que ha sido. Luego, esta dimensión creativa, nunca por completo abandonada, tuvo emergencias públicas más dificultosas, sobre todo en nuestro país, cuyas fronteras no pudieron cerrarse a los versos del poeta exiliado, pero sí a las imágenes pintadas. Con todo, durante los años setenta, antes incluso de poder regresar a España, algunas de las creaciones pictóricas y gráficas de Alberti hicieron apariciones esporádicas en exposiciones colectivas. En la etapa final, con el poeta instalado en su país, esta obra, afortunadamente, ha estado al alcance de la vista de cualquiera.Al margen de estas vicisitudes, este poeta que pinta comenzó siendo un aspirante a pintor que escribía versos. De hecho, se instaló en Madrid el año 1917 para hacerse pintor, eligiendo como maestro al que entonces administraba, de puertas para adentro, la enseñanza vanguardista: Vázquez Díaz. De hecho, se puede afirmar que sus maestros fueron éste y el Museo del Prado, al que siempre volvió con devoción apasionada y al que hubo de proteger en la época de los bombardeos de Madrid en plena guerra civil.

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A Alberti, con la pintura, le pasaba como a García Lorca, que le salía bien casi sin proponérselo, pura cuestión de sensibilidad. Este cabalgar entre la pluma y respecto, además de los nombrados, a Moreno Villa o a Ramón Gaya. El estilo de Alberti, en todo caso, demostró un trazo ágil, un colorismo brillante y una querencia de imágenes surrealizantes.

Pero, para saber cómo la pasión por la pintura que mantuvo siempre Alberti iba más allá de su mero ejercicio práctico, basta con leer sus memorias, La arboleda perdida, donde se da cuenta de su estrechísima y vívida relación con los artistas y el arte de la vanguardia artística española. Esta afición era conocida por los artistas españoles, y se cuenta la anécdota de que, durante su dorada etapa de residente romano, abrumado por las peticiones, puso a la puerta de su casa: "No se escriben textos para catálogos".

Pero ¿qué importaba un texto más de quien escribió uno de los más bellos libros de poemas sobre pintura, cuyo título era ya una dedicatoria amorosa: A la pintura? En este libro, artistas, colores, sensaciones, todo lo que pudiera concernir a la pintura, está presente, sí, a través de las más bellas metáforas, pero, sobre todo, que delatan el ojo sagaz del cómplice, del poeta que sabía pintar, y cómo.

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