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Tribuna
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La vuelta al mar

Con el regreso a El Puerto de Santa María, Alberti cerró un ciclo de su vida. Quiso morir en su tierra

El 18 de julio de 1936, Rafael Alberti y María Teresa León se hallaban en Ibiza. Al enterarse de la rebelión militar se ocultaron en una cueva, donde permanecieron hasta que unos pescadores les ayudaron a escapar. Les recogió un barco de la República y pudieron llegar a la Península y a Madrid. En marzó del 39 empezó el exilio. Una avioneta les llevó a Orán. Luego, París, Buenos Aires, Roma... Viajero universal, Alberti se convirtió en uno de los símbolos más representativos de la otra España. Pasaron más de 30 años. Muerto el dictador, llegó la hora del regreso, pero dejó pasar muchos meses. No se fiaba. Por fin, se decidió. Era el 27 de abril de 1977.Llegó a Barajas en un avión de Alitalia, el Ciudad de Verona. Con María Teresa y con su hija Aitana. No se lo podía creer: "Se ve, se siente, Alberti está presente", fue el grito unánime de cientos de militantes del partido comunista. Escritores, políticos, amigos, todos acudieron a recibirlos. El canto de La internacional les humedeció los ojos. "Me fui de España con el puño cerrado y vuelvo con la mano abierta en señal de concordia". El aeropuerto casi se vino abajo. Fue emocionante. El retorno de Alberti, como el de Pasionaria o el del Guernica , significó que algo había cambiado. Ya estábamos, de verdad, en la transición. Y así lo entendió también el poeta.

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Aceptó ser candidato al Congreso por el partido comunista y se lanzó a la campaña con entusiasmo juvenil. "(...) Andaluces, levantad / en vuestros hombros bien altos / el sol de la libertad". Y otro momento para no olvidar: el 13 de julio de 1977, dos viejos camaradas, Dolores Ibárruri, Pasionaria, y Rafael Alberti, como diputados de mayor edad, ocuparon la vicepresidencia de las primeras Cortes democráticas de la posguerra.

Pronto se cansó Alberti de la política activa. Se acercaba a los 80 años y, como dijo, prefería ser "poeta en la calle". Recitales, conferencias, viajes, giras (con Núria Espert y Paco Ibáñez, entre otros artistas), libros y el reconocimiento absoluto en su país: premio Nacional de Teatro (1981), Cervantes (1983), doctorados honoris causa, ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (1989), premio Andalucía de las Letras (1993). Las lesiones sufridas en un accidente de tráfico en 1987 frenaron durante un año su vertiginosa actividad. Pero, para pasmo de todos, se recuperó de una manera increíble, y, ya cumplidos los 86, volvía a estar en la brecha. En 1988 murió María Teresa León.

Fin del primer exilio

El 90º cumpleaños del poeta, el 16 de diciembre de 1992, se convirtió en un auténtico homenaje, pero para él sucedió algo mucho más importante: el lento pero definitivo regreso a su tierra, a El Puerto de Santa María. Fue el principio del fin de su primer exilio, quizá tan doloroso o más que el de 1939.

Cuando tenía 15 años, en 1917, su familia se trasladó a Madrid. Para el muchacho enamorado del mar fue casi un golpe mortal. "El mar. La mar. El mar. ¡Sólo la mar! / ¿Por qué me trajiste, padre, / a la ciudad? / ¿Por qué me desenterraste del mar? / En sueños, la marejada / me tira del corazón. / Se lo quisiera llevar. / Padre, ¿por qué me trajiste / acá?". Es uno de los poemas de uno de los mejores, quizá el mejor, libro de Rafael Alberti, Marinero en tierra (1925). Poesía intensa que habla de ese desgarro.

Marinero en tierra ,La amante (1926), El alba del alhelí (1927), Cal y canto (1929), Sobre los ángeles (1929) son el Alberti de las vanguardias, el tan añorado por muchos, el que gustó del surrealismo, el que hizo tantos y tan buenos amigos en la Residencia de Estudiantes. La vanguardia, ése fue el tema que hizo que Rosa Chacel (tenía 93 años y había vivido 40 en el exilio) y Rafael Alberti (a punto de cumplir los 89, 38 lejos de España) se pelearan a versos durante un almuerzo en Madrid. Fue maravilloso. Rosa, guerrera como ninguna, le acusó de «haber abandonado el europeísmo». El poeta recitó como respuesta: "Yo nací -¡respetadme!- con el cine" (Cal y canto), "poema que tú admiraste mucho, Rosa", añadió. "Pero lo abandonaste por el andalucismo más fácil", contestó ella. Y contraatacó él: "Yo soy poeta diverso, no andalucista, pero me gusta ser andaluz, porque lo soy, como tú eres vallisoletana, Rosa".

Le gustaba ser andaluz y sobre todo le gustaba estar cerca de la Tacita de Plata. El Ayuntamiento de El Puerto le cedió una casa, Ora marítima y desde 1992 empezó a pasar en ella largas temporadas hasta que acabó quedándose para siempre. Oliendo a mar. El ciclo se cerraba, había vuelto a casa. "En El Puerto he hecho realidad todo lo que había escrito en mi exilio" (EL PAÍS, 18 de junio de 1996).

Alberti se había casado, en 1990, con María Asunción Mateo, especialista en la generación del 27, muy guapa y mucho más joven que él. Ya la misma boda, en secreto, dio mucho que hablar. A Alberti, como con las críticas a su "andalucismo fácil", le dio absolutamente igual. Había ganado una familia.

Los hijos de María Asunción, David y sobre todo Marta, han llenado de alegría sus últimos años. Mimado, siempre acompañado, cuidado a veces hasta la exageración, el poeta quiso tener una vejez tranquila y feliz. Ya no le gustaba viajar ni acudir a presentaciones, y hace unos años decidió que ya no quería saber lo que pasaba en el mundo, ni en su estimada Unión Soviética ni en la amada Cuba. ¿Balseros? Ni mentar la palabra. El dorado refugio no le sirvió, no obstante, para evadirse de sí mismo, y mantuvo hasta el último instante una lucha titánica entre sus inmensas ganas de vivir y su cuerpo viejo y fatigado.

Conservó fielmente el carné del partido y escuchó música, dibujó y recitó poemas hasta el final.

El adiós

El quinto volumen de La arboleda perdida apareció el pasado noviembre. El prólogo es estremecedor. Es el adiós de un hombre vital que ve con amargura cómo se le escapa la vida. "Abrí la primera página de La arboleda perdida con mi nacimiento una noche de tormenta en El Puerto de Santa María. Hoy, coincidiendo con otra noche de tormenta, también un 16 de diciembre, quiero cerrarla mientras contemplo ensimismado el fuego en la chimenea de Ora marítima, mi última casa en esta pequeña ciudad surgida a orillas de la milenaria bahía que me abrió los ojos a los primeros azules, a los blancos deslumbrantes de sus cales hirientes... Desde aquí, cada día me siento más cerca de aquel camino que conducía a un melancólico lugar de retamas blancas y amarillas en el que todo sonaba a perdido. Y, poco a poco, me voy adentrando, esta vez ya definitiva e irremediablemente, en ese golfo de sombras que entonces anuncié, con la ilusionada y tal vez vana esperanza de que el paso del tiempo no borre mis huellas de tantos caminos recorridos".

Difícilmente desaparecerá el eco de la voz del último poeta del 27. Rafael Alberti ha conseguido su último objetivo: morir en El Puerto de Santa María. Cerca del mar y junto a gente que le quiso.

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