La poesía perdida
La significación de Rafael Alberti en nuestra poesía está ya fijada desde los años cuarenta, cuando la crítica comenzó a perfilar la identidad del grupo del 27 y a valorar la entidad de cada uno de sus miembros. Que ese perfil y esa valoración hayan podido sufrir modificaciones, a veces relevantes, como en el caso de Luis Cernuda o, aunque en movimiento inverso, en el de Vicente Aleixandre, en poco o nada ha afectado a la consideración de la obra albertiana. El fin del franquismo y el retorno del poeta a España pudieron servir para matizar algunos elementos críticos, pero no para cambiarlos sustancialmente. La dolorosa circunstancia que ahora provoca estas líneas en absoluto modifica esta perspectiva: Alberti venía sobreviviéndose desde hacía años. Cierto que en algunos de los poemas escritos en España -pienso en algunos de los Versos sueltos de cada día, en algunos textos de Altair- todavía se deja sentir la vieja y experta mano del poeta, pero la realidad es que, por más que púdicamente se ocultara, Alberti estaba agotado desde muchos años atrás, acaso desde Retornos de lo vivo lejano.Sólo algún que otro crítico se atrevió, a comienzos de los setenta, a plantear la cuestión, escrupulosamente silenciada por una cultura que había convertido al poeta en arma de combate contra la sórdida dictadura del franquismo. El más ilustre de los artistas españoles exiliados -Picasso era otra cosa; Jorge Guillén practicaba una suerte de destierro interruptus- no podía ser una bandera arriada. No voy a reprochar a nadie esta actitud; Juan Ramón Jiménez aconsejó, oportuno, comprensión para los jóvenes escritores, exigencia para los maduros y compasión para los viejos. Pero carece de sentido, creo, que ahora, cuando el hombre ya no se encuentra entre nosotros, nos dediquemos a cantar las glorias de la poesía albertiana y a callar sobre sus limitaciones o insuficiencias. De lo que se trata, en definitiva, es de la poesía, y en especial de sus más jóvenes lectores, para los que Alberti ha dejado de ser un nombre mítico envuelto en viejas banderas e iluminado por heroicas fotos de color sepia. Entre otras razones, porque la poesía albertiana encierra valores suficientes para no necesitar de enjuagues ni componendas.
El poeta que entre 1923 y 1936, sobre todo, escribió un puñado de versos memorables, tiene un sitio en la poesía española, esto es, en la memoria poética, que ya no puede renunciar, so pena de devaluarse, a la grácil y profunda transparencia de Marinero en tierra, a la alada, milagrosa soltura de La amante y El alba de alhelí, a la prodigiosa arquitectura de los mejores momentos de Cal y canto, a los oníricos vuelos de los poemas más tradicionales de Sobre los ángeles, a la incandescencia abismal de algunos de los Sermones y moradas, al verso desnudo, directo y diáfano de la poesía de combate escrita en los años de la República, al conmovedor poeta de Retorno de lo vivo lejano. Antes y después, hay aciertos aislados, hay relampagueo verbal, hay siempre gracia, pero también, en contrapartida, hay superficialidad, hay una mirada cortical al mundo que trata de disimularse entre los ornatos de una espléndida retórica y la música de una impecable rotundidad verbal, un parnasianismo de fondo que a veces se dobla de penoso barroquismo como en el Diálogo de Venus y Príapo, o se desata por los caminos de la historia de la pintura en un libro, A la pintura, tan jaleado como representativo de un poeta en crisis, que ha abdicado en buena medida de su mundo poético, de su propia complejidad, y se lanza hacia adelante en una especie de huida que no conducía a ninguna meta.
Yo no sé si a Alberti le perjudicó su adhesión al comunismo. Desde luego, le hizo escribir versos impresentables como algunos de los incluidos en La primavera de los pueblos, libro de un estalinismo abrumador. El marxismo no le dio lo que sí le dio, en cambio, a Neruda: una cosmovisión. En ella se sustentó el gran poeta de las Odas elementales, donde el materialismo se convierte en categoría poética. Al lado de esto da igual, en cierto sentido (desde luego, no en el moral), que también Neruda incurriera en despropósitos líricos como Las uvas y el viento, tan ciegos ante la fraudulenta realidad del imperialismo soviético. La adhesión al marxismo está, sí, en la base de la última etapa del Alberti de preguerra: la realista, donde se anticipó a casi todos los poetas de su generación, pero esa etapa duró poco y se consumió entre las pavesas de la poesía de la guerra civil. Conozco a quienes les hacen mucha gracia los insultos de Alberti a Queipo de Llano, pero, mientras los insultos no estén poéticamente fundamentados, nada significan a efectos estéticos.
La propia evolución de esta obra es transparente sobre el particular. Puede decirse que entre 1923, fecha de redacción inicial de Marinero en tierra, y 1937, fecha de cierre de la primera edición, como libro, de El poeta en la calle, la obra albertiana transita vertiginosamente varias y muy significativas etapas que abarcan y comprenden sus claves estilísticas decisivas. El destierro modulará esta voz, a veces de modo notable, como ocurre con Retornos de lo vivo lejano, pero no añadirá inflexiones cualitativas capaces de cambiar el alcance y sentido de aquella evolución. Eso no impide reconocer los felices logros que se encuentran en ese largo periodo creador.
Entre Marinero en tierra y los primeros poemas de la guerra civil española, Alberti crea una obra que le asegura un puesto notable en la lírica española de este siglo. Grácil, fresco, novedoso, dueño de una singular inventiva, capaz lo mismo de la imagen honda que de la pirotecnia verbal, en posesión de un idioma terso, cristalino, que obliga a pensar en Garcilaso, el poeta forjó un universo deslumbrante de visión y expresión, que mereció el inmediato reconocimiento de sus contemporáneos y, ante todo, de sus compañeros de grupo. No es extraño que en la primera edición de la Antología de Gerardo Diego -una antología programática y elaborada en equipo por todo el grupo- ocupara un lugar destacado. El duelo que mantuvo en esos años con García Lorca es revelador de la calidad y altura alcanzadas por su obra.
Con Marinero en tierra, el poeta aparece ya hecho, maduro, maestro del verso y la expresión, que eleva el mar a la categoría de mito y cifra, en sus sonetos y canciones terrestres y marítimas, un mundo de belleza virginal. Virginal y nada gratuito. Pues lo que ese mundo intocado representa (y léase al respecto su poema inaugural, Sueño del marinero) es la restitución de la unidad perdida, del sagrado canon primigenio. Ése era ya para entonces el programa surrealista y fue uno de los principios germinales de las vanguardias. La escritura del libro estuvo condicionada por la lectura de Gil Vicente y de los cancioneros delXVI que, bajo el magisterio amical de Dámaso Alonso, llevó a cabo el poeta por entonces. Pero, lejos del pastiche, el jovencísimo lírico interpretaba las formas tradicionales con sensibilidad moderna y, ya, con esa gracia de ritmo, fluencia verbal e imaginería que habrían de constituir eminentes características suyas. En esta órbita de estilo y lenguaje, lo que Pedro Salinas llamaría la tradición cancioneril, alumbraría el autor otros dos libros muy felices, La amante y El alba del alhelí.
La tradición gongorina serviría de anclaje al siguiente libro de Alberti, Cal y canto, donde el fervor por la obra de Góngora, entonces en su momento sumo de irradiación sobre el 27, cristaliza en formas rotundas, sean éstas de cuño clásico o de corte moderno, trátese de sonetos o de verso blanco, de romances o de ritmos más libres. Alberti es capaz lo mismo de escribir la prodigiosa oda a Platko, el mayor poema de tema deportivo de la poesía española de este siglo, seguramente la única expresión pindárica de nuestra lírica, que de imitar a Góngora en las silvas de su Soledad tercera. La historia literaria, Andalucía o la vida moderna actual facilitan
los temas al poeta, que los transustancia en un sistema estilístico, vuelto siempre hacia dentro, hacia la cohesión íntima del poema. Son de destacar también el poderoso erotismo de algunos momentos y la irrupción de elementos sombríos, que presagian ya el nuevo y drástico cambio del autor, aunque en contrapartida aparece ya cierto parnasianismo, cierta rotundidad verbal, cuya perfección enmascara otras limitaciones, en especial alguna tendencia a la superficialidad, a la dilución de la realidad entre los velos de una retórica ciertamente soberbia.Cambio profundo
Ese cambio profundo vino con los versos quemantes de Sobre los ángeles, escrito entre 1927 y 1928. Libro que interpreta una crisis personal, es también el fruto de una crisis estética común a Alberti y a los poetas de su grupo, como a todo el arte occidental, que comenzaba a decir adiós al optimismo de los primeros años veinte. Con potente originalidad, el poeta objetivó en los ángeles las fuerzas del espíritu, según una visión que se debe sobre todo al Antiguo Testamento, y articuló una suerte de intenso drama alegórico.
Aunque el libro rinde tributo todavía a las formas tradicionales, el versolibrismo irrumpe poderoso, con ritmos violentos, desatados. En verso medido o libre, rotura el poemario una imaginería densa, irracional, fuertemente simbólica, que cuaja en visiones oníricas o infernales, sin que el poeta pierda nunca la elegancia del diseño ni la transparencia del idioma. Fue la primera gran expresión del surrealismo español (a su lado, tras expresiones anteriores se aparecen como resueltamente titubeantes), que se adelantó a Poeta en Nueva York, de Lorca, y a Pasión de la tierra, de Aleixandre, y con ella Alberti se situó en un puesto preeminente de su grupo, cuya cohesión estética, asegurada hasta entonces por la poesía pura, saltaba ya deshecha de modo formal.
A mi juicio, lo permanente del libro está en los poemas de ritmo más tradicional, que superan en general a los poemas de versolibrismo desatado, donde a veces el lector percibe que el ingenio, aunque sea un ingenio surrealista, está sustituyendo a la auténtica invención.
Versículos vertiginosos
Vinieron después, en versículos vertiginosos, Sermones y moradas (la impresionante elegía a Fernando Villalón vale todo el libro) y, cerrando el ciclo surreal, los poemas a las grandes figuras del cine mudo, donde, no obstante la calidad de muchos momentos, cabe repetir el reproche anterior. Luego, otro cambio, esta vez hacia el realismo, coincidente con la rápida evolución del autor, que, tras la toma de conciencia que representó para él la adhesión al surrealismo y la aceptación del espíritu radical de rebeldía que éste implicaba, vira hacia las posiciones del marxismo revolucionario, superada la inicial atracción del anarquismo. No fue el único poeta de su grupo en hacerlo -Lorca había alumbrado ya versos inequivocos en el aún entonces inédito Poeta en Nueva York-, pero sí quien pisó de modo más resuelto y decidido los nuevos caminos, enlazando obra y compromiso político.
La felicidad de muchos poemas de esos años está fuera de toda duda: desde la delicadeza de la canción a los niños pobres de Extremadura (¿Quién les robó los zapatos?), la inmensa glosa del principio del manifiesto comunista (Un fantasma recorre Europa) y las imprecaciones a los cobardes (Al volver y empezar) hasta las execraciones del orden tradicional (Colegio, SJ), las apelaciones a los antiguos criados (Siervos) y la recreación de las formas satíricas tradicionales en el poema contra Gil Robles (El Gil Gil), por citar algunos ejemplos indiscutibles de verso imprecatorio y desnudo.
En 14 años, Rafael Alberti había recorrido un camino vertiginoso, lleno de hallazgos y siempre consecuente. Pues la nostalgia del paraíso -de la unidad mítica- es el tema de fondo que enlaza las gráciles visiones idílicas de Marinero en tierra con las alucinadas percepciones de Sobre los ángeles ("¿Adónde el paraíso, / sombra, tú que has estado?") y la lucha por la libertad y la justicia para todos de El poeta en la calle. Esa misma nostalgia alienta detrás de la nostalgia española (de la infancia y del amor: el amor siempre joven) de Retorno de lo vivo lejano, seguramente el mejor de los libros del destierro.
La nostalgia no basta
Algunos, radicales, creen que la nostalgia no es tema suficiente para asentar un mundo poéticamente válido.
Disiento de este juicio con los mejores versos de Alberti en la mano. Otra cosa es que busquemos en esta obra la complejidad de Lorca, pero, ¿quién de nuestros poetas modernos supera a Lorca en este aspecto? Quedará la poesía de Rafael Alberti, quedará.
Yo quiero agradecerle en esta hora melancólica mi gratitud de lector que se conmovió a los 17 años con los versos puros y celestes de Marinero en tierra. Una conmoción que no me ha abandonado todavía.
Babelia
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