Un vulgar filme francés gana la Concha de Oro
El absurdo de este galardón fue redondeado por los de interpretación a Jacques Dufilho y Aitana Sánchez-Gijón
El filme francés C'est quoi la vie?, dirigido por el francés François Dupeyron, recibió anoche, como colofón de la ceremonia de entrega de los premios de San Sebastian 99, la Concha de Oro, máximo galardón que concede este festival. El anuncio del gran premio en una multitudinaria conferencia de prensa del jurado internacional que lo decidió obtuvo corteses y no unánimes aplausos del millar de periodistas que llenaban hasta los topes la sala del Espacio Polivalente del Kursaal, situada en el sótano del edificio. En cambio, el anuncio de que la Concha de Plata a la mejor dirección y el mejor guión era concedido al filme La enfermedad de Sachs, dirigido por el también francés Michel Deville, fue refrendado por una larga y cerrada ovación unánime.El choque estre ambas respuestas lo dice casi todo acerca de uno y otro filme. El primero es un filme lírico bienintencionado y correcto, pero lastrado por un toque de retórica visual y de pretenciosidad que lo inclina hacia la vulgaridad, hacia el montón de lo efímero y lo anodino, y en la medida que, con toda evidencia, Dupeyron encuentra mucho menos de lo que busca, su obra es de las que roza el aprobado y paren ustedes de contar. Por el contrario, el segundo, el prodigioso La enfermedad de Sachs, es una obra formalmente redonda, sin fisuras, cerrada sobre sí misma, severa y trepidante, honda y ambiciosa, que llega con total maestría donde se propone llegar y que, al ser distinguida por el jurado, entre las aclamaciones de los asistentes, como la mejor escrita y dirigida de todas, no se entiende que no fuese también premiada como la mejor. La contradicción del fallo pone así en evidencia una pintoresca grieta en la lógica profesional de quienes lo sancionaron.
Cuestión de ruido
Éstos pueden argumentar que también premiaron con la Concha de Oro C'est quoi la vie? porque dentro de ella está Jacques Dufilho, al que consideraron -temerariamente, injustamente o, peor aún, caritativamente- el autor de la mejor actuación en este festival. Pero tal deducción, que sería defendible si se refiriese a la totalidad de la carrera del eminente actor, no se sostiene como argumento deducido de este filme en concreto, ya que el trabajo de Dufilho en él es ciertamente magnífico pero no vertebral. Su intensa aparición en la pantalla está muy lejos de ser médula de C'es quoi la vie? Es un espléndido adorno, un adorable regalo a Dupeyron, una sabrosa guinda de su insípida tarta, pero eso no basta. El anciano actor, superviviente del clasicismo francés, ennoblece las imágenes por donde pasa, pero no fija, ni está en su mano hacerlo, la calidad de la película en cuanto conjunto, ya que este conjunto gira enteramente alrededor de otro actor, un joven todavía con muy escasa capacidad de arrastre.
Si el premio a Jacques Dufilho huele a venerable y comprensible solidaridad, el concedido a Aitana Sánchez-Gijon por su trabajo en Volavérunt huele a otra cosa. La actriz italiana Anna Galiena, miembro del jurado, contestó con un vehemente "me siento orgullosa de haber contribuido a dárselo" a la ola de unánimes silbidos y abucheos con que recibieron esta decisión la apretada masa de espectadores informadores asistente a ella. Nada que objetar a la nobleza solidaria de la actriz italiana al oír un tumulto de pateos y rechiflas que ella creyó que eran dirigidas contra una colega suya. Pero hay otras formas de vehemencia también inobjetables, y la de un público disidente es una de ellas. No es a la persona y al arte de Aitana Sánchez-Gijón, una y otro muy amados aquí, lo que rechazaba esa masa, sino al objeto de consumo público, por definición sometido a la libertad de crítica, titulado Volavérunt, la película que Aitana Sánchez-Gijón interpreta, que ha sido rechazada aquí masivamente por críticos e informadores, gente que tiene pleno derecho a negar de viva voz lo que otros afirman tambien públicamente.
Por su parte, ante la virulencia del rechazo al premio concedido a la actríz española, el presidente del jurado, Bertrand Tavernier, intervino afirmando que esta reacción "le parecía una falta de respeto a una profesional", cosa aparentemente magnánima, pero en su fondo errónea e incluso divertida dicha por Tavernier. ¿Fue acaso respetuoso el eminente cineasta francés cuando hizo (es también un eminente crítico y he leído rechazos suyos más afilados que navajas barberas) una demoledora disección dialéctica negativa de la actuación de la actriz norteamericana Sigourney Weaver en el filme Un mapa del mundo? Seguro que, si es cierto que hizo este implacable ejercicio de demolición, fue plenamente respetuoso, porque al hacerlo (si es que lo hizo) era dueño de un derecho irrefutable, en el que es un consumado maestro. ¿O es que, a estas alturas de su talento, para Tavernier la respetuosidad es una simple cuestión de ruido?
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