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Tribuna
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¡FFG!

No es la primera vez que Fernán-Gómez representa a una víctima del genocidio franquista y ocupa el otro lado, el del paredón o el del exilio interior, del grito de "¡muera la inteligencia!" que escupió ante Unamuno en la Salamanca de 1936, rompiendo el aflautado silencio del dictador, su ministro de eructos y bostezos Millán Astray.Lo hizo en El espíritu de la colmena y vuelve hacerlo en La lengua de las mariposas. Se sabe de corrido el hondo papel, y no es él quien se cuela bajo el pellejo de estos personajes, sino que son ellos quienes entran, llamados por su fuerza de absorción, en el pellejo de este cómico-esponja, que compuso en ambas películas dos prodigios de representación, con su viva inteligencia, de la inteligencia asesinada o amordazada de su pueblo. Conoce FFG la derrota, sabe por ello convertirla en victoria. Es inigualable en la representación de caracteres y mundos en derrumbe.

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Sabe de la vida como ese proceso de demolición que enunció Francis Scott Fitzgerald. En su gigantesco Viaje a ninguna parte nos condujo al declive y extinción de una estirpe de artistas vulnerada y en carne viva, la de los cómicos errantes. Bajó FFG de las cúpulas de la aristocracia de su oficio para rescatar a estas gentes del destierro sin retorno y llevárselas consigo al rincón de la inmortalidad que se ha ganado gesto a gesto y trago a trago, aunque a él la eternidad, como todas las oquedades, le importe un carajo. Ama, como todos los energúmenos del teatro, lo efímero, es todo lo contrario de un mediocre con afán de notoriedad. Supongo que aquí, en San Sebastián, donde ha venido a cosechar reverencias como ésta, se aburre.

Ahora, en La lengua de las mariposas, convoca a una estirpe de españoles que ya casi nadie recuerda, los maestros de la Institución Libre de Enseñanza, que, moldeados por las manos franciscanas de Giner de los Ríos, se dispersaron luego por las aldeas de España en los tiempos oscuros y emergieron a la luz en el instante de esperanza de la República, escoltados por los niños, hechos hombres, a quienes iba dirigido el eructo del general Millán Astray ante la indestructible combinación de libertad, energía e inteligencia que brillaba detrás de las gafillas de búho de Unamuno.

Sé de qué hablo, mi padre era uno de ellos, y su hijo lloró viendo esta conmovedora película y recuperarle metido dentro de la figura desgarbada, del noble garabato de FFG. Lo reconocí, la esponja de este actor inmenso me devolvió intactos sus ademanes, sus formas de abrir los ojos de los niños al conocimiento y el rictus asqueado de su rostro lívido por no poder desviar hacia la libertad a la gente de la tierra en que se dejó la vida. El fascismo borró del mapa de la Península a los hombres que FFG resucitó ayer de las matanzas franquistas y del exilio de paredes adentro en que se sumieron los que lograron sobrevivir a ellas. Hizo más que una representación maravillosa, como todas las suyas, hizo la metáfora de un milagro.

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