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Tribuna:LOS ACUERDOS PESQUEROS
Tribuna
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España-Marruecos: la fuerza del destino

Las relaciones entre España y Marruecos parecen destinadas a sufrir periódicas convulsiones generadas por conflictos puntuales, relacionados con la pesca, la agricultura o los flujos migratorios que, cuando se atenúan o se resuelven, aunque sea sólo temporalmente, dejan paso a una retórica de cooperación y buenas intenciones que no siempre consigue superar ese ámbito. Fui uno de los participantes activos, como ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación y como presidente del Consejo de Ministros de Pesca de la UE, en la negociación del acuerdo pesquero entre la UE y Marruecos de 1995, que expira en noviembre de este año, y eché en falta entonces, como ahora, un debate social sereno, profundo, no distorsionado por la tensión y el dramatismo de las negociaciones sectoriales, sobre la relevancia estratégica y política de las relaciones con Marruecos.La Presidencia española de la UE de 1995, y en particular la Conferencia Euromediterránea de Barcelona, supuso la consagración de España como abogado del Mediterráneo, y en particular del Magreb, en la UE. Con ello pretendíamos contrapesar la tendencia al desplazamiento del centro de gravedad de la política europea hacia el norte y hacia el este como consecuencia de la ampliación de la UE y de la caída del muro de Berlín, aumentar la centralidad española en el espacio económico euromagrebí, desplazando hacia el sur la frontera del desarrollo, contribuir a la estabilidad y la seguridad en el Mediterráneo, y reforzar la solidaridad con países con sólidos lazos.

España asumió esa responsabilidad mientras Francia se debatía, y se debate, entre su vocación centroeuropea y mediterránea, en perjuicio de esta última, lo que no le impide seguir obteniendo réditos del pasado, y en particular de la formación francesa y del carácter francófilo de una parte importante de las élites del Magreb. Las relaciones con Marruecos adquirían, en ese contexto, una especial singularidad e intensidad para España por razones históricas, geográficas, económicas, y culturales; pero ese papel de España no ha sido suficientemente conocido por la opinión pública marroquí, ni suficientemente valorado por la española. España y Marruecos comparten incluso a su único enemigo exterior: el anticiclón de las Azores, responsable de los periodos de sequía de un lado y otro del Estrecho. Pero a veces nos empeñamos en magnificar una brecha que la historia pendularmente ha ampliado y reducido.

Un difícil juego a tres bandas: UE, Marruecos y España, que implicaba coordinar relaciones bilaterales y multilaterales en un complejo equilibrio, permitió cerrar con éxito un nuevo Acuerdo de Asociación y un nuevo Acuerdo de Pesca durante nuestra Presidencia.

El Acuerdo de Asociación UE-Marruecos de 1995 implica avanzar hacia la constitución de una zona de libre cambio en un plazo de 12 años, además de constituir un marco de cooperación privilegiada, sobre la base de los principios de reciprocidad y comunidad de intereses, en todos los ámbitos: industrial, transportes, telecomunicaciones, medio ambiente, turismo, lucha contra la droga, derecho de establecimiento y prestación de servicios, cooperación social y cultural, diálogo político y cooperación financiera. En el ámbito agrario, el objetivo es avanzar hacia la liberalización de los intercambios, a partir de los tradicionales en las producciones más sensibles (algunas frutas y hortalizas), y de su diversificación a otros productos.

El Acuerdo de Pesca de noviembre de 1995 estableció el régimen de acceso de la flota de la UE, casi exclusivamente española, a las aguas de Marruecos hasta noviembre de 1999, con recortes progresivos en las posibilidades de pesca, más importantes para las flotas industriales que para las artesanales. Estas últimas no tienen caladeros alternativos y en algunos casos veían incluso mejorar la situación. Fue una negociación muy laboriosa que permitió alcanzar un resultado equilibrado, satisfactorio, mediante concesiones mutuas a partir de posiciones negociadoras muy distantes.

Tengo la impresión de que la evolución de la cooperación con Marruecos no está a la altura de las oportunidades que se abrían con el Acuerdo de Asociación. Hemos intensificado los intercambios comerciales y las inversiones de empresas españolas en Marruecos, pero a un ritmo todavía insatisfactorio. El potencial de cooperación es muy elevado en múltiples campos: energético, donde se cuenta ya con la interconexión eléctrica y gasista, telecomunicaciones, turismo, sistema financiero, ordenación de los flujos migratorios... La ordenación de la emigración de temporada puede tener un gran interés para atenuar los problemas de escasez temporal de mano de obra en ciertas producciones agrarias y mejorar la asistencia social a los desplazados, evitando el desarraigo y el debilitamiento del tejido socieconómico rural marroquí que provoca la emigración permanente.

En el campo agroalimentario la cooperación ha estado siempre lastrada por la competencia en la agricultura mediterránea de exportación, porque ésta se concentra en un abanico muy reducido, porque los productores comunitarios de frutas y hortalizas sienten que se reduce progresivamente la protección exterior sin establecer medidas compensatorias equivalente a las que se adoptan para los productos continentales. Pero la reducción de los costes de transporte, las mejoras logísticas y las nuevas tecnologías de conservación están haciendo que la competencia en los productos perecederos se globalice, que las amenazas no vengan, como en el pasado, de las áreas más próximas, y que puede ser necesario repensar las posibilidades de cooperación euromediterránea incluso en los productos que compiten. Hay potenciales campos de cooperación en la transferencia de tecnologías adaptadas a condiciones agroclimáticas muy similares, en la adaptación a esas condiciones de variedades, razas, fertilizantes y tratamientos sanitarios, en la gestión de la oferta, en estructuras de comercialización, en la gestión del agua, en la protección de suelos, en agroalimentación, en la diversificación de productos y mercados, en la política de desarrollo rural. Nos acercamos a una nueva negociación pesquera de la UE con Marruecos. Es necesario partir de la constatación de que este tema suscita una extraordinaria sensibilidad a ambos lados del Estrecho, con una gran capacidad para distorsionar y condicionar las relaciones en ámbitos que desbordan el estrictamente pesquero. Se equivocarán los negociadores, y por ello me preocupa la actitud del Gobierno español que parece asumir las posiciones de partida del marroquí, si no lo tienen en cuenta y pretenden minimizar o relativizar su importancia. No se puede discutir la capacidad soberana de Marruecos en la gestión de sus recursos, ni la aceptación de reducciones progresivas en el acceso a esas aguas para la flota española, sobre todo para la que puede encontrar más fácilmente otras alternativas, ni el impulso a nuevas formas de cooperación en este ámbito, siempre sobre la base de los límites para una gestión sostenible de los recursos.

Es posible, con mayores dificultades en algunas pesquerías que en otras, alcanzar un equilibrio satisfactorio para todos. Es imprescindible que la pesca y la agricultura pasen a ser motores de entendimiento y cooperación, y no de conflicto y freno, en unas relaciones entre Marruecos y España que están llamadas a constituir un eje central del espacio económico euromagrebí, si evitamos entre todos que naufraguen entre la retórica y los conflictos sectoriales.

Luis Atienza Serna, ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación entre mayo de 1994 y mayo de 1996.

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