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47º FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN

Deleznable película alemana de brillante factura y turbio fondo sobre el bestial nazi Mengele

Con apariencia de combatir el resurgir del nazismo, 'Persiguiendo la verdad' es un filme criptonazi

No caben ambigüedades de concepto ni equilibrios seudojurídicos cuando se representa el abismo de Auschwitz, el pozo negro sin fondo del siglo XX. Pero Persiguiendo la verdad, dirigida por el alemán Suso Richter, urde la trama de que el bestial médico de aquel campo de exterminio, Josef Mengele, es ahora hallado vivo, juzgado y condenado en su país. El resultado (es un decir) estético de esta brillante y aparatosa jugarreta comercial es deleznable y, sin proponérselo o proponiéndose lo contrario, criptonazi. Contrastó con este habilidoso y turbio filme una pequeña y magistral comedia china.

Josef Mengele era llamado en Auschwitz El Ángel de la Muerte. Fue el hombre que, por su cargo de jefe médico, vigilaba la salud de los millones de judíos y gitanos que se tragaron vivos las duchas de gas zyklon y los hornos crematorios ordenados construir por Heinrich Himmler y Adolf Eichmann. Era joven, guapo, de carácter afable, y cuentan que de una contagiosa alegría que se traducía en las célebres risotadas que adornaban la contemplación de sus experimentos científicos. Le hacía gracia, le servía de aperitivo ordenar quemar vivos a niños con objeto de deducir la capacidad de resistencia natural del animal humano al dolor; introducir en la vagina de las reclusas consoladores de hierro al rojo vivo con objeto de estudiar los itinerarios nerviosos de las sensaciones sexuales; inyectar petróleo en las arterias de los varones con objeto de averiguar el mecanismo dinámico de las trombosis.Todo un ángel. Ordenó, supervisó o realizó personalmente miles de milagros de esta especie, no hace falta decir que sin anestesia. Con el recuento de sus audacias clínicas llenó enormes estanterías y, antes de huir de su mortal laboratorio, no tuvo tiempo de quemar todas, por lo que se conservan abundantes ejemplares espeluznantes. Se refugió en Brasil y allí murió. Hace 20 años, su siniestra figura entró en el cine representada por Gregory Peck en Los niños de Brasil y ahora vuelve a la pantalla en esta concienzuda Persiguiendo la verdad, donde se acude al invento argumental de que sigue vivo, escondido en Argentina, y se deja descubrir para que lo lleven a Alemania y lo juzguen no para expiar su horror, del que sigue estando orgulloso, sino para morir apaciblemente en una de las confortables cárceles de su país y no pasando más fatigas en la Patagonia. La película -ante tal enormidad hay que definirse íntimamente y este cronista lo ha hecho- es una deleznable patraña que acaba defendiendo lo que dice atacar. El inquietante espantapájaros llamado Mengele compuesto por el notable actor Götz George no es un ser humano y nada tiene que ver con aquella jovial y guapa Bestia. Ante la presencia real de ésta, uno se aterraría al comprobar que es un tipo divertido, un simpático congénere con el que uno se iría de buen grado a tomar copas como con otro cualquier vecino.

Irreconocible

Pero ante el abominable -en sentido literal, extrahumano- bípedo, mezcla sagazmente calculada de Caligari, Mabuse y Nosferatu -los tres fetiches de apariencia humana, pero salvajemente ajenos al hombre, creados por el cine de terror alemán clásico-, no hay identificación posible y, cuando al final el fantoche llamado Mengele en la película de Suso Richter mira a la cámara y, para exculparse, invita al espectador a que vea en él los rasgos que le recuerdan a sí mismo, ya que él es también un ser humano, como usted o como yo víctimas del tiempo que les toca vivir, uno responde airado: "No". El Mengele que nos concierne sí era eso y nos reconocemos en él, pero el de la película no lo es, y como congénere resulta irreconocible. Es una fantasía fílmica con la que es imposible identificarse. Y el filme autodestruye así la idea que pretende dar a entendernos que combate. Quiere decir que todos podemos llevar dentro, en determinadas circunstancias, algo de aquel Mengele. Es rigurosamente cierto. Pero del Mengele que vimos en la pantalla del Kursaal anoche, no.

Fingiendo ser antinazi, Persiguiendo la verdad (que debiera titularse Persiguiendo la mentira) es una película criptonazi. Seguramente de manera involuntaria, pero criptonazi. Porque no hay manera de encerrar en corsés de género el inabarcable espanto de la Soah, del Holocausto. El filme es un abusivo trenzado de patrones genéricos: thriller, melodrama, drama procesal y película de terror, llena de zonas de suspense, de trepidación policiaca, de juegos al enigma por el enigma, de músicas asustantes, de encuadres enfáticos, de engaños ópticos, de camuflajes de guardarropía y de cosmética de dramón. Está hecha, y muy bien, para ganar dinero, escandalizar y dejar boquiabiertos a los espectadores crédulos o desprevenidos. Su degradación de la ficción en fingimiento está destinada a crear emoción, y la creará, pero a costa de taponar con ella el conocimiento, la inteligencia.

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