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Tribuna:CRÓNICAS
Tribuna
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Un mal severo

Juan Cruz

Eso no se ve en los telediarios, pero mientras unos guerrilleros secuestraban a punta de pistola pero con la limpieza implacable de lo inesperado a 46 personas que viajaban entre Bucaramanga y Bogotá, miles de personas entraban en la Feria Internacional del Libro de la capital colombiana, 9.000 personas acudían a la biblioteca nutridísima del Banco de la República y al menos 17 parejas de jóvenes se besaban en un parque de esta ciudad sin estaciones, ni siquiera primavera. Al mismo tiempo, en Medellín, se preparaba otra vez, en medio del griterío asustado de un país también en guerra, el festival internacional de poetas que más gente congrega entre todos los festivales poéticos que hay en el mundo. Escritores de todos los registros empiezan a formar la nueva selección colombiana, que toma el testigo singular y magnífico de García Márquez o Mutis y sigue creando, en medio de una dificultad que no ensombrece el rostro, la literatura más imaginativa y más diversa. En Colombia lo que hay es más importante que lo que pasa, pero lo que pasa es dramático y es lo que se ve en los telediarios. A mediodía, mirando la extensísima llanura acotada de esta ciudad sin primavera, un poeta relata su pesimismo, y lo pone sobre la mesa: su generación, dice, y él tiene poco más de cincuenta años, no verá la paz. Esa mañana se supo que habían secuestrado los guerrilleros el avión que venía de Bucaramanga. ¿Nunca jamás la paz? Los argumentos son diversos, pero el primero de todos es que la guerra no es para nada, y por tanto sucede sólo para extorsionar y ensangrentar, y así dos ejércitos se enfrentan sin porvenir alguno, en medio del sufrimiento de la gente. Para nada. Ni mejor país ni otro país: para nada. Es una situación despiadada; decía Gabriel García Márquez que él trabajaría sin sueño por defender y promover la educación y la cultura, que son instrumentos para cambiar el mundo y para cambiar Colombia; y muchas cosas ha hecho: este poeta lo decía hablando de Gabo, y al tiempo invocaba la vitalidad de instituciones que son capaces de generar pasión por las artes, por los escritores y por el cine.

¿Cómo es posible conjugar el pesimismo con esa evidencia? La respuesta está en la risa de la gente: parafraseando a Alfredo Bryce Echenique, que a su vez cita a Ernest Hemingway, Colombia "conoció la angustia y el dolor, pero jamás estuvo triste una mañana". Y es así: mientras por el mundo entero giraba la noticia dramática del atentado de Bucaramanga, que luego fue acentuado por otra tragedia natural, aún más dramática, la muerte bajo un alud de un grupo de una treintena de personas en el depauperado Valle del Cauca, los colombianos seguían imponiendo a la vida la salsa de un humor indestructible, que surca el país de norte a sur. Unos humoristas radiofónicos, que hacen en Radio Caracol una emisión de parodia, cantaban enseguida este pareado con ritmo de ballenato: "Pobre Colombia/ tiene un mal severo,/ que la guerrilla/ quiere el país entero./ Quedó muy claro/ con eso que hicieron/ que hasta en el cielo/ ya andan los guerrilleros".

Conoce la angustia y el dolor, pero nunca está triste una mañana. Los periódicos son muestras de ello, y ahora mismo, a pesar de que el país vive la peor crisis económica desde los años treinta, y que el ejército verdadero, el ejército paralelo y el tercer ejército viven en el mayor de los descréditos públicos, la paz se ve posible, aunque esté en el fondo de un barranco lleno de lodo, detrás de una niebla que se parece a las horas tristes del cielo de Bogotá.

Los colombianos lo cuentan todo como si estuviera pasando en el limbo, porque saben que lo que pasa es terrible pero lo que hay -el arte, el hambre de cultura, la literatura y su porvenir- es lo importante, lo que va a permanecer después de este mal severo que padece Colombia como un mal sueño.

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