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Tribuna
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La inferioridad política de la superioridad técnica

Andrés Ortega

El hombre occidental está pillado en una contradicción: quiere mandar sin correr excesivos riesgos. La realidad de lo que está ocurriendo en Yugoslavia le puede llevar a querer mandar menos o, más probablemente, a tener que arriesgar más. Tras 50 años de vivir de la disuasión, la Alianza Atlántica, ampliada ahora al Este, ha tenido que anular los festejos de su aniversario, inmersa por vez primera en una guerra, en Yugoslavia, en la que se juega la vida de miles de hombres y mujeres, y también su credibilidad. Henry Kissinger, quien se ha equivocado tan inteligentemente en tantos de sus análisis y pronósticos desde la caída del muro de Berlín, esta vez sí parece estar en lo cierto cuando afirma que "la OTAN no puede sobrevivir si ahora abandona la campaña sin alcanzar sus objetivos de parar la matanza ". Cabe preguntarse si tales objetivos van a resultar suficientes.Si la OTAN ha cambiado en profundidad, más lo han hecho los aliados que la integran. Cuando eran imperialistas, estas mismas potencias, para mandar estaban dispuestas al sacrificio de la guerra. Recientemente, también, cuando estuvo en juego su alimento vital, el petróleo definitorio de nuestra civilización, cuando Irak invadió Kuwait, si bien se hizo lo posible para minimizar las bajas de la alianza internacional contra Sadam Husein. En la guerra por Kosovo, Occidente sigue sin querer arriesgar demasiado en términos humanos. Milosevic, y antes que él Sadam Husein, han comprendido, y aprovechado, esta situación; este intento de ruptura entre la guerra y el sacrificio humano, como han apuntado algunos analistas, que hace que a la intrínseca superioridad de la defensa en toda guerra hay que añadir ahora la inferioridad de la parte cuya prioridad es minimizar sus bajas. Pues piensa: "¡Ya escampará!". Esta vez, sin embargo, puede que no escampe.

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Hay explicaciones para tal actitud que en muchos aspectos, mas no en otros, puede resultar positiva en el final de un siglo tan sanguinario. En Kosovo no está en juego el territorio nacional de ningún aliado, ni la seguridad de Europa occidental sino la seguridad en Europa, como se ha dicho. Los conflictos europeos de la primera mitad de siglo, la guerra fría, las descolonizaciones violentas o, para EE UU, el trauma de Vietnam o de la operación en Somalia, han contribuido a conformar tal actitud. Pero sobre todo está la desmesurada confianza en la tecnología y en la superioridad occidental en este campo, que ha llevado a creer que sólo con bombas se pueden solucionar asuntos sumamente complejos y quebrar voluntades. Algo de lo que ya hablaba en 1921 el general italiano Guilio Douhet cuya obra sobre el poderío aéreo ejerció durante numerosas contiendas posteriores una nefasta influencia.

Así, la excesiva confianza en la tecnología puede convertirse en una debilidad política. Para Milosevic, como para Sadam Husein, el ataque aéreo, pese a su amplitud, debe reflejar una falta de voluntad de comprometer tropas de combate en tierra. Sin embargo, la evolución de la situación puede hacer tal despliegue necesario, lo que marcaría una nueva divisoria de aguas. El objetivo sería claro: defender a la población albanesa que queda en Kosovo y recuperar terreno, además de proteger a países vecinos y contribuir a la ayuda humanitaria. Con la conciencia de que mientras Milosevic siga en Belgrado no habrá solución estable posible para la zona, pues, en terminología de Clausewitz, Milosevic es el centro de gravedad de esta guerra, porque así lo define políticamente no el que ataca, sino el atacado. La ocupación de Serbia, sin embargo, no está en los planes plausibles.

aortega@elpais.es

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