Europa, ¿año I?
No, Milosevic no prenderá fuego al polvorín, como Gavrilo Princip asesinando al archiduque de Austria. Tampoco amenaza con invadir Europa como un segundo Hitler. No resucita la política de bloques, aunque suscite el apoyo verbal y verboso de los nostálgicos del telón de acero. La historia no se repite.Milosevic es un jefe guerrero postmoderno. Pasea a su Ejército, sus milicias, su policía por el territorio de la ex Yugoslavia. Sus hazañas llevan los nombres de ciudades arrasadas (Vukovar), bombardeadas (Subrovnik), martirizadas (Sarajevo), exterminadas (Srebrenica). No logra sus victorias en los campos de batalla, Ejército frente a Ejército; sus tropas operan sobre niños y adultos indefensos. Semejante tipo de agresión no tiene nada de original, a partir de 1945, en los márgenes de la guerra fría y del sistema bipolar se han multiplicado nuevas formas de guerra que denomino "postmodernas", en las que los civiles ya no son víctimas "colaterales", sino que se convierten en los blancos principales. En 1914-18, el 80% de los muertos fueron soldados de uniforme. En 1940-45 fueron un 50%. Desde entonces, con más de treinta millones de muertos, las guerras (sin contar las revoluciones) han causado un 80% de víctimas civiles. Las carnicerías devoran África, América Latina y Asia. Gracias a Milosevic, Europa descubre este nuevo artesanado del terror.
Milosevic es un estratega político, el único jefe de un partido comunista encaramado tras la caída del Gran Hermano. Confiere una misión a su Ejército rojo: la guerra. Salva el aparato dictatorial y moviliza en nombre de un nacional-bolchevismo. Rojipardo, Milosevic es el anti Havel. Si gana, será la encarnación de un nuevo paradigma: la salida antidemocrática al caos postcomunista de la Europa del Este. "Barbarie", denuncian al unísono Jospin, Chirac, Clinton y la Comunidad Europea. Bravo. Por fin. Esta peste histórico-mundial, cuyo furor asola el planeta, es la guerra contra los civiles. Aceptarla en el corazón de Europa abre paso a los saldos del totalitarismo. Si las democracias no la controlan, ¿cómo disuadirán a esos clones de Milosevic que afilan sus cuchillos en los pasillos del Kremlin?
La prueba no ha comenzado con los ataques de la OTAN. Para las poblaciones enlutadas y los europeos inquietos, el espanto dura desde hace diez largos años. Milosevic juega a las dilaciones. Toma a los kosovares como rehenes y les trata como víctimas expiatorias. Pretende obtener (al menos) la partición de Kosovo (un "segundo Dayton"). Ceder sería traicionar el valor de los pilotos que arriesgan su vida para apuntar con precisión, para no herir a los habitantes. Legitimar la actual limpieza étnica sería firmar el suicidio moral de Europa y un inmenso fiasco para la OTAN.
Si el Estado Mayor serbio no se pliega, hay que levantar acta: en 1913, una conferencia europea unió Kosovo a Serbia, y otra conferencia debe proclamar su independencia, pues la idea de un Kosovo serbio se ahoga en un baño de sangre. Que los listillos de Belgrado, que juran que Serbia será el Vietnam de la OTAN, tomen nota. Armada por Europa y Estados Unidos, Kosovo podrá desinflar el sueño de la Gran Serbia.
Milosevic es el espejo de lo inaceptable. En Berlín, súbitamente unidos, los jefes europeos han solucionado en tres días infinitos problemas de intendencia. Como si el desastre que tiene lugar a nuestras puertas se convirtiera en piedra de toque y principio de realidad. Como si ordenando "no volverás a masacrar", Europa viviera su año I. ¿Sólo como si?
André Glucksmann es filósofo francés.
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