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Tribuna:CRÓNICAS
Tribuna
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El amante bilingüe

Juan Cruz

Se tiene la sensación de vivir en un país tercero, o en un país cero; decía la poetisa Ruth Toledano, en el recital con el que presentó en el Círculo de Bellas Artes de Madrid su libro Ojos de quién: "Terceros, terceros son los ceros y los unos./ ¿Quién no ha sido tercero/ alguna vez?". Lleva mucho tiempo este país siendo tercero, tan cerca del cero, un número total, un agujero.Tercero ha sido, y también ha sido cero, este país tercero, y sobre todo lo ha sido cuando se llamaba uno, uno grande y libre, aquel país que mataba y perdonaba a quienes mataban, tan recientemente, a Puig Antich, a tantos; país de memoria veloz, trozo de Europa que a fuerza de ser cero y tercero y uno es también un espejo cansado de sí mismo, un tercero lleno de discordia, un cero que aspira a tercero; país que cambió de colores, pero que sigue teniendo el fondo gris, la dignidad diluida, el agotado aspecto de un discurso antiguo, melancólico, expiatorio, país que culpa. País que ahora ofrece la sensación de ser tercero, país tercero en el que todas las cosas, las de todos los días, resultan antiguas, cansinas, agotadoras, terceras.

Tomemos el caso de la propuesta de Jordi Pujol esta semana: el Rey debe hablar a media lengua, en catalán y castellano, cuando vaya a Cataluña; es decir, si esto pudiera ser posible: el Rey toma el puente aéreo y en cuanto llega al Prat de Llobregat, antes de adentrarse en los azules espléndidos o lechosos de Barcelona, ya estará hablando al 50% en la lengua de Salvador Espriu, será como el personaje del gran Juan Marsé, el Rey será el amante bilingüe de Cataluña. ¿Para qué? Según el presidente de la Generalitat, para que su voz, la voz del Rey, sea más constitucional, para que su presencia no moleste del todo, se supone, para que pague la contribución de la lengua. ¿Lo ha de hacer? Lo extravagante de una propuesta así es que suena a chantaje, siempre, a falta de respeto para el sujeto que la ha de cumplir: ¿y si no lo hace, si no lo intenta al menos, será menos bueno para Cataluña el Rey?

Bueno, pues dicha así, de pronto, en el meollo de un discurso, esa propuesta que expresa Pujol desata luego una gran polémica nacional, y ya está todo el mundo, y también el propio Pujol, justificando el mensaje: claro que había que haberlo consultado con la Casa Real, le dicen, es posible que no haya que haber metido tan directamente al Rey en este apasionante berenjenal, qué van a decir los vascos..., y por supuesto viene Anasagasti con su propia contribución a la demasía: no sólo tiene razón el presidente de la Generalitat, sino que también el Príncipe tendría que aprender, etcétera, etcétera, etcétera...

Esta situación pide un guión de Marsé y de Rafael Azcona: en el debate sobre si es obligatorio hablar una lengua u otra están entrando elementos surrealistas a los que estos dos escritores formidables del humor de España no hubieran llegado por sí solos: tenían que ayudarles proposiciones así para tener el punto de partida de una ocurrencia que puede dar mucho de sí, una película entera en la que de pronto el Rey de un siglo como éste se ve obligado a hablar con todos los acentos, los más dispares, y todo ellos tan respetables, del país en el que reina pero no gobierna, obligado el Rey a hablar catalán, vasco, gallego, y por qué no en cualquiera de las variantes viejas del depredado castellano.

Propuestas así ocurre quizá porque la política patria se parece cada vez más a la consecuencia de lo que se le ocurre a la gente cansada; generaciones viejas que están habituadas a tics antiguos, y que en función de esos viejos tics siguen atribuyendo a la forma de expresión española la cantidad mayor o menor de respeto por un pueblo y por su historia; y esta atosigante sucesión de simbologías está llenando de tal manera la actualidad y la vida que a veces apetece ingresar en un largo sueño del que despertemos de pronto en un país moderno, preocupado por otras cosas, un país tercero pero que de pronto se levante vestido de las ropas de un siglo futuro.

Lo malo de estas propuestas es que luego se habla de ellas fuera de donde se dicen, y puede tenerse la falsa impresión de que en Cataluña, por ejemplo, la gente va por las calles pidiendo a los transeúntes de otra lengua que hable en el idioma del lugar, todos con la lengua demediada como se quiere que la tenga el Rey...

Es probable que Pujol crea que su exabrupto -él lo ha dicho, fue un exabrupto- obedece a un impulso patriótico, y nadie debe discutirle esa oscurecida impresión, porque lo patriótico es en efecto antiguo y tercero, cansino, agotador, melancólico y viejo. ¿Cuándo acabará esta sensación, qué la hará terminar? Probablemente el sentido del humor. ¿Y quién lo tiene?

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