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Tribuna
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Comprendiendo a Chile

Uno de los gobernantes más discutidos internacionalmente ha sido el General Pinochet. El cruento golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, los miles de prisioneros, ejecutados y desaparecidos, además de los exilios forzosos, han hecho del General una figura denostada, símbolo del clásico dictador latinoamericano como el que describe el autor del libro Bestiario tropical.Ello no significa que Europa no hubiese tenido en el pasado no muy remoto sus dictadores. Algunos como Hitler llegaron al poder por vía de los electores, otros como Mussolini mediante una marcha sobre Roma y otros como Franco como resultado de un alzamiento que se convirtió en una guerra civil que produjo casi un millón de muertos, miles de ejecuciones y cientos de miles de exiliados, muchos de los cuales navegaron hasta las orillas americanas.

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Sin que al General Pinochet le hubiesen infligido una derrota, sin necesidad de que se hubiese enfermado de un balazo, sin que le hubiesen propinado un golpe de Estado, él decidió el retorno a la democracia, no como una voluntad póstuma como fue el caso de Franco o Salazar, sino manteniéndose como Jefe del Ejército. Todo ello fue previsto, consultado y puesto en práctica por notables juristas formados en la Universidad que fundó en Santiago el gran enciclopedista Andrés Bello.

En esa crónica de un retiro anunciado y programado, Pinochet pasó de la silla presidencial a la Jefatura del Ejército y de la institución armada a su curul de senador vitalicio, una figura nueva en Chile, creada especialmente para él. En otras palabras, Pinochet se mandó hacer a la medida su honroso y digno retiro habiendo sido testigo de otras barbas cortadas.

Cualquiera que se plantease por qué a Pinochet no le enjuiciaron, no lo sacaron del poder, no lo enviaron a la cárcel o al exilio, tendría una respuesta adecuada y certera. Sencillamente porque así lo quisieron los políticos de distintas ideologías, porque se trató de un pacto que la clase política adoptó para sellar de esta manera su propio proceso de paz. Fue, pues, una transición como tenía que ser, a la chilena. Cada pueblo tiene todo el derecho a diseñar sus propios mecanismos para garantizar la paz y la gobernabilidad.

Nosotros los panameños tuvimos la terrible experiencia de una invasión, pero luego hemos disfrutado, y espero que lo sigamos haciendo durante milenios, de paz y después gloria. Los españoles tuvieron dictadura durante casi cuarenta años, y a la muerte en su cama del dictador lo enterraron con pompa y circunstancia y luego llevaron a cabo tranquilamente su proceso democrático que durante los últimos años goza de buena salud y ojalá que sea para siempre. De las ejecuciones del pasado, de las prisiones y de los exilios, ello quedó atrás, precisamente para los libros de historia. Y es que en el devenir político de los pueblos es mejor no mirar hacia atras, y si se hace, por lo menos que sea sin ira.

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Ahora resulta que varios países quieren a Pinochet para enjuiciarlo y tanto Francia como Suiza como Alemania y Suecia desean que no sea solamente España la que lo ponga en prisión. Si el Gobierno inglés, que lo recibió para su tratamiento hospitalario, vuelve a adoptar el ropaje con que bautizaron los españoles a la isla hace varios siglos, el de la "pérfida Albion" y entrega a Pinochet a España o a otro país para su juzgamiento, provocará la alegría de muchos. Reirán y llorarán satisfechos y emocionados los que desde las prisiones chilenas se fueron al exilio, entre éstos probablemente aquel preso político que logré que Pinochet me entregara en 1973, quien estará acompañado seguramente de su hija, entonces una niña de cinco años.

El anciano ex-presidente podría ser encarcelado, juzgado y condenado por delitos que han causado el repudio internacional o mundial, pero deberíamos hacernos algunas preguntas.

¿Estaríamos comprendiendo y respetando el proceso de transición que llevaron a cabo los chilenos y que les ha dado dos periodos democráticos en paz y armónica convivencia? Al parecer murieron extranjeros con motivo del golpe liderizado por Pinochet, pero la inmensa mayoría de las víctimas fueron ciudadanos y ciudadanas chilenas. Tanto los que fueron sus partidarios como sus adversarios y, aún más, sus enemigos aceptaron el borrón y cuenta nueva y han respetado el pacto de convivencia aunque tuviese sabor de cicuta.

Las consecuencias las estamos viendo. El pueblo chileno ha vuelto a dividirse, porque, aunque muchos no lo crean, hay todavía pinochetistas, y si ellos así se sienten porque consideran que el General hizo el bien y no el mal, ése es y sigue siendo un asunto de los chilenos.

Se habrán de esgrimir diversas tesis jurídicas. Que si el general goza o no de inmunidad conforme a las disposiciones de la Convención de Viena. Que si los delitos que se le atribuyen fueron cometidos en Chile, carecen de competencia los Tribunales extranjeros. Que si existe el Tribunal o la Corte Penal Internacional, precisamente para juzgar delitos contra los derechos humanos o de genocidio o contra la humanidad, hay competencia para procesar al General Pinochet. Que si deben primar las razones humanitarias para ponerlo en libertad. Para rizar el rizo, la ex-Primera Ministra Thatcher ha invocado que Pinochet incluso ayudó a Inglaterra en la guerra de las Malvinas (ella dijo seguramente Falklands).

Todas y cada una de estas cuestiones son y serán objeto de grandes y enconados debates, algunos objetivos y otros muy subjetivos. A mi juicio, lo más importante es el respeto que Chile se merece, la consideración a sus gobernantes, a los que dijeron basta respecto al pasado y afrontan con optimismo su democracia presente y futura. No se trata de perdonar ni mucho menos de olvidar. Se trata de comprender el sacrificio que muchos chilenos tuvieron que hacer para consolidar su paz, su democracia, su estabilidad, porque al fin y al cabo es su país, su gran Nación, de gente noble y trabajadora y de gran espíritu cívico y democrático, consagrado durante largos años y que ha sido ejemplo a seguir para muchas otras naciones.

Para terminar con un ejemplo dramático, el embajador de Chile en Inglaterra, que hace denodados esfuerzos para obtener la libertad de Pinochet, pasó dieciocho años fuera de su cargo en el Ministerio de Relaciones Exteriores habiendo sido destituido precisamente por la persona cuya libertad hoy pretende lograr. Este gesto, que lo enaltece, es digno de los antiguos griegos y romanos.

Arístides Royo fue presidente de la República de Panamá y es embajador de su país en Francia.

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