Pataleta anticientífica
Las declaraciones del príncipe naturista, como ustedes llaman a Carlos de Inglaterra, arremetiendo, en nombre del dios de la Iglesia que encabeza su madre, contra la manipulación genética de los cultivos alimentarios, han arrancado aplausos y críticas en los medios de comunicación de su país, dentro de una polémica que a buen seguro quedará en simple charla de laboratorios y cuartos de estar, comparada con las que originó en su momento su agitada y confusa biografía sentimental. Dejando a un lado la curiosa epidemia de criticar a la ciencia en nombre del dios de cada uno, que parecen sufrir últimamente los jerarcas de las cristiandades varias (véase, si no, la reciente homilía del Papa a propósito de la Sábana Santa), en el caso del heredero al trono del Reino Unido, la cuestión ha hecho sonrojarse a los científicos británicos expertos en genética, que han recordado al príncipe que, a fin de cuentas, no es ni mucho menos una autoridad en la materia y que los monarcas ingleses llevan años practicando la cría selectiva de caballos, por ejemplo, que no deja de ser una modificación genética del curso de la obra de Dios, aunque no se le dé el peyorativo nombre de manipulación genética, reservado, al parecer, a las diabólicas artes de los científicos de la biotecnología.
Además, los redactores científicos británicos comentan, no sin envidia, el ejemplo de la muy civilizada y republicana Suiza, que ha sometido a un referéndum y a un serio debate nacional previo una ley que hubiese limitado en gran medida la investigación en genética y biotecnología; y se hacen lenguas de la labor educativa de los científicos, que salieron de sus laboratorios y torres de marfil para explicar al ciudadano de a pie en qué consisten sus investigaciones y experimentos. Como resultado, el 67% de los votantes helvéticos se ha opuesto a restringir genéricamente la investigación y, consecuentemente, los avances en las ciencias y tecnologías biológicas, noticia qué, por cierto, ha pasado bastante inadvertida en España.
No obstante, y para un observador imparcial, la pataleta anticientífica de Carlos de Inglaterra no debería sorprender, ya que, a fin de cuentas, de casta le viene al galgo: el príncipe es miembro de una monarquía que ha honrado con títulos y ha hecho caballeros a tantas y tan insignes mediocridades, mientras daba la espalda a C. Darwin, M. Faraday, J. C. Maxwell, P. A. M. Dirac y Francis Crick, genuinas joyas de la corona cultural de su reino— .
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