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¿Hacia dónde?

Andrés Ortega

El euro es ya casi una realidad; el Banco Central Europeo (BCE) ha empezado a serlo. Tomada esta decisión, se reúne en Cardiff el próximo lunes el grupo de líderes europeos que ha llevado a buen puerto este plan heredado de sus predecesores, pues de la quinta de Maastricht sólo queda Helmut Kohl. A ellos les corresponde ahora diseñar una nueva hoja de ruta. Kohl ha pedido una discusión informal, como la que hubo en Mallorca durante la presidencia española en 1995, sobre los futuribles de la Unión Europea (UE), y especialmente la pendiente reforma de las instituciones: ¿cómo?, ¿qué? y ¿cuándo? Es el principio de lo que será inevitablemente un largo debate, hoy por hoy, contaminado por las elecciones alemanas del 27 de septiembre.Kohl y Chirac, en una carta conjunta, lanzarán hoy una iniciativa sobre la defensa del Estado-nación y la subsidiariedad. Respecto a lo primero, la nacionalización del debate europeo es evidente, de Bonn a París, pasando por Londres o Madrid, donde el actual Ejecutivo tiende a ver a la UE como poco más que una «unión de Estados»; paradójicamente, cuando se va a dar ese salto tan fundamental hacia la supranacionalidad, como es el paso al euro, al menos para 11. En cuanto a lo segundo, ésa es una palabreja fundamental en la integración europea, pues se trata de definir quién hace qué, pero que se presta a todo tipo de interpretaciones: en el Tratado de Amsterdam hay una; en la iniciativa franco-alemana hay mucho de preservación de las competencias de los Länder alemanes.

Tales circunstancias no favorecen un debate en profundidad sobre la necesidad o no de una mayor integración política y económica, que acompañe al euro y llene el vacío de la política exterior europea. El ambiente no está maduro para hablar del déficit democrático o de un cambio en los tratados cuando el de Amsterdam está aún sometido a proceso de ratificación . Esta falta de madurez es reconocida incluso por la iniciativa de Delors y de su Fundación Nuestra Europa para que en las elecciones europeas de junio de 1999 cada familia política presente un candidato a la presidencia de la Comisión Europea; una iniciativa que se pretende llevar a cabo no contra, pero sí al margen de los tratados, e incluso de los Gobiernos, para dinamizar la política europea.

No parece haber grandes ideas que confrontar en ese almuerzo en Cardiff. La iniciativa de poner en pie un comité de sabios independientes para preparar una nueva reforma institucional no parece demasiado del agrado del Ejecutivo español, al considerarse que deben ser los Gobiernos los que han de dirigir tal proceso, y que antes de dar nuevos pasos hay que cumplir con lo que quedó aplazado, pero planteado, en Amsterdam, es decir, una nueva ponderación de los votos en el Consejo, junto al nuevo diseño de la Comisión Europea.

La actual presidencia británica de la UE no es la más ardiente defensora de fomentar la unión política, menos aún cuando Londres se ha quedado, por voluntad propia, fuera del euro, al menos de momento. En tal contexto -y aunque siempre es positivo que Londres y Madrid mantengan las mejores relaciones posibles-, hacer de la relación con Blair una opción estratégica no parece el camino más indicado para España, si quiere defender una mayor integración política y económica y un mayor peso para ella en el seno de la UE. A Europa no es conveniente ir de la mano de un británico , pues siempre se verá detrás la mano de Washington. Pero quizás en esa relación que personalmente parece funcionar bien entre Aznar y Blair haya que leer algo más: la búsqueda de un marchamo centrista para el propio Aznar.

Con Blair o sin Blair, una vez llegada al euro, ante el proceso de ampliación al Este -aunque se retrase- y ante la crisis de legitimidad que sufre la construcción europea, la UE requiere esa reflexión en profundidad sobre su propio destino. Desde 1988, su objetivo estaba claro: el mercado único y, después, llegar al euro. Más allá de la creencia en la dinámica que puede poner el euro en marcha es necesario ir pensando hacia dónde va Europa. Desde ahora, en Cardiff.

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