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" Una llave en Salónica "

Un plan debería incluir la recogida de la literatura y el folclor sefardíes

Moric Pardo es sefardí en Sarajevo y tiene 74 años. Moric Pardo fue partisano de Tito; la lucha lo salvó de los campos de concentración nazi, donde pereció toda su familia. Pero la guerra siguió persiguiendo a Moric Pardo: las guerras de Israel, adonde emigró buscando la patria perdida; la guerra de Bosnia, adonde había vuelto y donde encontró acogida en una vieja sociedad cultural y humanitaria sefardí. Hace unos días, según informaba este periódico, Moric Pardo ha venido a España y ha visitado Toledo, «la Meca de los sefardíes». No ha venido con la llave en la mano de la vieja casa dejada atrás hace siglos, como vinieron otros, pero la traía grabada en el corazón. Durante siglos, su familia habrá conservado esa llave, como la conservaban los sefardíes que Borges cantó en su soneto Una llave en Salónica: «Abarbanel, Farías o Pinedo, / arrojados de España por impía / persecución, conservan todavía / la llave de una casa de Toledo». Moric Pardo habrá recorrido ahora las calles pinas y estrechas y habrá visto la hermosa sinagoga de la ciudad que lleva en el alma. Y habrá cursado ya, o estará a punto de hacerlo, su solicitud para que se le conceda la nacionalidad española. Es de esperar que nadie ponga trabas a tan fiel petición. El Ministerio de Educación y Cultura, cuya titular es tan sensible a la historia de España, aunque las pasiones políticas no hayan entendido del todo esa sensibilidad, debería intervenir en el asunto, informarse a fondo de cuál es el estado lingüístico y cultural de las comunidades sefardíes dispersas por el mundo y, en colaboración con los otros ministerios concernidos, elaborar un plan de actuación, que debería incluir, entre sus objetivos, la recogida de toda la literatura y el folclore sefardíes y, desde luego, la constitución de un mecanismo automático por el que todo el que acredite su origen sefardí acceda de inmediato a la nacionalidad española, sin las trabas que aún hoy existen

. El caso de Moric Pardo no es un caso aislado. Otros como él, sobre todo los supervivientes del holocausto, que se ensañó con los sefardíes, conservan también la memoria de la patria a la fuerza abandonada. En Israel se publican todavía diarios en judeoespañol, aunque el antiguo y sabroso castellano del siglo XV está en clara decadencia. Hace años un periódico de difusión nacional incluía con cierta regularidad colaboraciones literarias en sefardí. España tiene un deber de gratitud hacia estos españoles a los que el ardor integrista expulsó de sus fronteras en una de las equivocaciones más graves de nuestros políticos, tanto por razones humanitarias como económicas: España se quedó sin banqueros propios y la Corona tuvo que depender, hasta el agotamiento, de banqueros foráneos, con las lamentables consecuencias que todos conocemos. Por eso el conde-duque de Olivares consideró seriamente la posibilidad de readmitir a los judíos españoles y abrir de nuevo sus sinagogas. No pudo ser, el integrismo siguió dominando la situación y la diáspora se prolongó hasta nuestro siglo.

En los Balcanes, adonde llegaron en la segunda mitad del XVI, la persecución nazi acabó con gran parte de las comunidades sefardíes. El novelista Ivo Andric, que ganó el Nobel de Literatura en 1961, describía en varias ocasiones, en su novela Un puente sobre el Drina, a los sefardíes de Visegrado, ciudad de Bosnia, durante el tiempo de la ocupación austriaca: en una de ellas los veía sobre el centro del puente de la ciudad celebrando «escrupulosamente el día del Señor» y contaba que «la mayor parte del tiempo mantenían ruidosas y acaloradas conversaciones en español, empleando únicamente el serbio cuando juraban». Andric, nacido en 1892, pasó su infancia y primera juventud en Visegrado y hablaba, por tanto, de una realidad que conocía muy de cerca. Todo eso es ya historia, pero he aquí que este Moric Pardo, de Sarajevo, y sobre todo de Toledo, lo ha convertido durante unos días en presente diamantino haciendo fulgurar en el aire de España su invisible y obstinada llave, donde -para decirlo de nuevo con Jorge Luis Borges- «hay ayeres, lejanía, / cansado brillo y sufrimiento quedo».

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