_
_
_
_
_
Reportaje:

Las 'termitas', el otro fenómeno 'natural'

La poderosa industria maderera se sirve de los marginados para esquilmar la mayor selva del mundo

El plácido concierto de sonidos de la selva se interrumpió de repente, con el estruendo del motor de una sierra mecánica. La herramienta penetró el tronco de una centenaria sumaúma, árbol de dimensiones gigantescas, debilitándolo poco a poco hasta que después de un largo trabajo se desplomó estrepitosamente, haciendo temblar la tierra con su peso demoledor.Cumplida la hazaña, el leñador, un mestizo de baja estatura, dejó caer la pesada herramienta y sonrió con aire triunfal a un periodista del diario carioca O Globo que documentaba la escena. "Esto sólo ha de terminar cuando Dios mande el fuego eterno", comentó.

El leñador forma parte de un ejército de 300.000 marginados -campesinos sin tierra, ex buscadores de oro, indios aculturados y aventureros de toda laya- que en los últimos años han convertido la deforestación de la selva de la Amazonia en la principal actividad económica de esa vasta región.

Más información
Brasil cree que el fuego de la Amazonia estará controlado en 20 días

De acuerdo con el extenso reportaje recientemente publicado por el periódico carioca O Globo, estas termitas -como son llamados los depredadores- no son los verdaderos responsables por la destrucción de la selva tropical más grande del planeta. Viven en forma miserable, explotados por aserraderos, la industria más floreciente de la región amazónica, y por empresas madereras extranjeras, principalmente de Malaisia e Indonesia, países donde las grandes florestas son también pasto de las llamas naturales y la industria maderera.

Joáo Pereira, un campesino analfabeto, padre de cinco hijos, vive del desmonte desde hace 12 años, pero hasta hace muy poco tiempo no sabía que tal actividad es clandestina. Cuando los inspectores del gobierno confiscaron 23.000 metros cúbicos de madera, interrumpiendo la actividad maderera en su región, se quedó sin medios de vida y tuvo que salir a cazar y pescar para sobrevivir con su familia. Desprovisto de la más elemental noción de medio ambiente, Joáo no entendió por qué hacían aquello. Apenas comentó que "aquí se vivía mejor antes, cuando no había fiscalización". Las termitas cobran el equivalente a unas 2.300 pesetas por cada tronco de caoba que cortan, que más tarde será vendido por casi 500.000 pesetas en alguna de las grandes ciudades brasileñas o hasta por 900.000 en Europa o Estados Unidos.

A lo largo de esta década, la Amazonia recibió cada año unas 20.000 familias de campesinos sin tierra, en su mayoría expulsados de las provincias del Noreste por el hambre y la miseria, o por el desempleo en la región industrial de Manaos. Al ocupar unas pocas hectáreas para sus cultivos de subsistencia, estos labriegos suelen incendiar el bosque virgen para fertilizar la tierra con las cenizas. Los más avisados venden antes a precio vil las maderas más nobles. Después de una o dos cosechas, la tierra estéril no rinde más y los campesinos tienen que incendiar otro pedazo para seguir sobreviviendo.

"Yo sé que estoy dañando la selva", comenta Abdón Farías, un labrador más informado, 11 pero no voy a dejar que mi familia muera de hambre por defender el medio ambiente".

La "fiebre del oro" terminó hace ocho años en Guarantá, en la selvática región norte del estado de Mato Grosso, con el agotamiento de los veneros en los que muchos dejaron la vida, otros fueron explotados durante años y unos pocos aventureros hicieron fortuna.

Uno de los escasos favorecidos por la suerte es Aparecido André, de 39 años, que con la pequeña fortuna amasada con el oro supo adaptarse rápidamente a la nueva realidad de la economía local y hoy posee un aserradero. "No hacemos ningún mal a la Naturaleza; sólo talamos árboles viejos que ya no producen más oxígeno", afirma con ingenua picardía.

¿Cuánto le cuesta al planeta este nuevo modelo económico implantado en la selva al margen de la ley? Cada año, las motosierras de las termitas talan clandestinamente 50 millones de metros cúbicos de madera, cantidad suficiente para llenar 1.250.000 camiones, que, dispuestos en fila, ocuparían una distancia mayor que el trayecto Madrid-Tokio. Sólo el 20% de este volumen es extraído de áreas que poseen planes de reforestación y de propiedades que fueron autorizadas a desmontar un área determinada.

En el Instituto de Medio Ambiente de Brasil reconocen que es imposible controlar a las termitas. "En las imágenes de satélite no hay forma de distinguir el desmonte clandestino del autorizado", explican.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_