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Basura de los sueños

Vicente Molina Foix

La sospecha de que el surrealismo nunca fue un humanismo se acrecienta estos días en Valencia. Por una rara intersección que en sí misma tiene algo de surreal, el movimiento o secta que fundara André Breton tuvo en España, pasado el primer brote poético de Lorca, Aleixandre y algún otro escritor de la República, una continuidad valenciano-aragonesa, más meritoria aún si se piensa en lo suicida que era cualquier ismo -excepto el lirismo del yugo y las flechas- en la primera época franquista. Desde que allí naciese Alfonso Buñuel, el hermano listo de Luis, Zaragoza ha sido pilar inamovible del surrealismo, produciendo oleadas sucesivas de pintores y escritores, en su día estudiados por Pérez-Lizano. Otro aragonés del norte, Antonio Saura, que repartía entonces tarjetas de visita con su nombre y profesión: surrealista, expuso por primera vez (1950) en Zaragoza, y publicó unos arrebatados versos irracionales en la insólita y pionera Antología del surrealismo español, que dos jóvenes valencianos, Joan Fuster y José Albi, sacaron en la revista Verbo, de Alicante, en 1952.Aunque Saura haya crecido tanto desde entonces, convirtiéndose en uno de los grandes pintores europeos de esta mitad de siglo, el artista de Huesca nunca ha abandonado del todo el dislocado camino libertario que "las nubes coaguladas deben seguir / desobedeciendo al pito del guardia de la circulación", por citar versos suyos de aquella antología alicantina. Otra inverosímil capital surrealista, Teruel, le dedicó hace cuatro años una magnífica retrospectiva de su pintura surrealista de los años cincuenta, comisariada por el francés Emmanuel Guigon, especialista del movimiento bretoniano.

Pero Guigon ha ido ahora a parar al IVAM -las vías del surrealismo no son infinitas, pero muchas se juntan en el eje Valencia-Aragón-, donde es conservador-jefe y acaba de montar una exposición maravillosa, pocas veces resulta este adjetivo fácil más apropiado, sobre El objeto surrealista. La idea misma de superrealidad o realidad absoluta, con la que el fundador y sus acólitos apuntaban no a una renovación artística, sino a un completo trastorno de las formas de vida, tenía en la "conciencia poética" de los objetos cotidianos una de sus metas esenciales. Breton era visitante asiduo del parisino Mercado de las Pulgas, donde buscaba "esos objetos que no se encuentran en ningún otro sitio, pasados de moda, fragmentados, inutilizables, casi incomprensibles, finalmente perversos". En otra operación no menos pervertida, Duchamp elevaba al rango artístico objetos encontrados, que exponía -su célebre fuente-urinario, el botellero- sin la menor intervención autoral, pero con firma.

En Valencia se ven ahora, con el aura un poco sacra que el tiempo y las historias del arte les han dado, esos modestos chismes transfigurados, armas perturbadoras y desagradables, que el artista surreal, siempre más ocurrente al salir de los sueños que puesto a pintar, extraía del vertedero de sus tinieblas para resituarse él en el mundo y sacar a la gente de las casillas aceptadas. ¿Encontró realmente tal cual en la basura el pintor Tanguy su Tabernáculo, un monstruo guateado con ojos de cristal y brazos en candelabro, que hasta en las más tremendas escenas santeras de Perdita Durango daría miedo? Los surrealistas siempre han mentido mucho en sus juegos, pero no se lo reprochamos. El monóculo con dos patillas de Mariën, la tacita de té recubierta de pelo de Meret Oppenheim, la máquina de escribir onanista del inglés Conroy Maddox, con su teclado de pinchos, son especímenes de una voluntad revulsiva que sabe desafiar las certezas sin perder la hondura del humor, algo que quizá en la mayoría de las instalaciones y apropiaciones objetuales del arte actual se ha perdido. ¿Pueden hoy todavía escandalizar las obras de arte? Los más escépticos dicen que no, pero ahí están las fotos censuradas de Mapplethorpe, la presente exposición de la Royal Academy, el pasado celo tridentino de ciertos concejales ¡valencianos! Tal vez llegue de nuevo el día en que -y vuelvo a los primeros versos surrealistas de Antonio Saura-, "los vendedores ambulantes no ofrecerán ya trozos de mujer / porque su venta estará prohibida".

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