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Saramago afirma que "los artificios del cine matan la imaginación"

El escritor critica en Santander las adaptaciones de novelas

Javier Sampedro

José Saramago fue por primera vez al cine en 1928, cuando tenía seis años. La sala, en la Morería de la capital portuguesa, se llamaba Lisboa, pero era conocida como "el piojo": cómo sería de pequeña. "El cine es responsable de las peores pesadillas de mi niñez" aseguró ayer el escritor en Santander. Y las pesadillas siguen, aunque son de otra índole: "El cine cada vez sorprende menos; nos quiere convencer de que puede contarlo todo, pero sus artificios nos matan la imaginación".

Para explicar lo que entiende por artificio, Saramago toma un ejemplo de Roma, de Federico Fellini. Las obras de excavación del metro avanzan hacia el muro de una sepultada casa de la Roma clásica. Antes de que la máquina rompa el muro, el espectador puede ver las pinturas que hay en su interior. Saramago hace una maliciosa, interpretación y concluye: "La cámara de cine debía estar encerrada allí desde tiempos del Imperio romano".Esa pretensión de la cámara de contarlo todo, de inmiscuirse en lugares imposibles o en los rincones más secretos y de "disfrutar con su propia movilidad gratuita" le parece a Saramago un tópico del lenguaje cinematográfico, un abuso de las convenciones y de los clichés que lleva la narrativa fílmica a la banalización.

Saramago intervino ayer en el seminario El cine y las bellas artes en la Universidad Menéndez Pelayo de Santander. El escritor portugués pide una vuelta al cine primitivo, a un esencialismo que libere a sus modos narrativos de los tópicos que ha ido acumulando a lo largo del siglo.

La omnipresencia de la cámara, piensa el escritor, ni siquiera puede justificarse por analogía con el narrador omnisciente de la novela decimonónica. "El narrador no es omnisciente por poder estar en todas partes y en todos los personajes, sino porque relata la historia con sus propias creencias y emociones, con su memoria y con su propio cuerpo; la cámara, en cambio, no puede mirarse a sí misma".

No es sorprendente que Saramago tenga un pesimo concepto de las adaptaciones literarias. Afirma que, cuando una novela se adapta al cine, sólo sobrevive lo que el libro cuenta, "que es lo de menos, y casi siempre lo mismo".

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