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Tribuna:UN CÓDIGO POLÉMICO
Tribuna
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García Márquez y la ortografía

La autora del artículo explica por qué considera una ingenuidad querer reformar el código escrito del castellano

No se trata, como alguien ha escrito, de una travesura o broma de García Márquez sobre la necesidad, según él, de alterar la ortografía del español; sus lectores hace tiempo que le hemos leído manifestaciones sobre la unificación de la g y la j, supresión de la h y ahora quiere también supresión de acentos. Un gran novelista como es él y un no menos valioso periodista (muchos lectores sentimos que hace algunos años dejaran de salir sus artículos en este diario) no necesita saber filología para ser el extraordinario escritor que es, pero sí para no defender de una manera ingenua nada menos que la reforma de la ortografía, como si ello pudiera hacerse de golpe y no lentamente.Desde que el gran filólogo ginebrino Ferdinand Saussure (1857-1913) precisó la diferencia entre langue (lenguaje) y parole (habla) sabemos que el lenguaje es el máximo fenómeno colectivo de comunicación; un uso social cambiante, como la moda, pero es una estructura y un sistema. El habla, en cambio, es un hecho individual, voluntario, de comunicación. Sin que sea el habla un fenómeno equivalente al dialecto (la determinación de éste resulta a veces difícil), no cabe duda de que el fenómeno dialectal es un hecho de habla, dentro del sistema general.

El sistema -o sea, el lenguaje- es el mismo del hablante mexicano, argentino, canario, andaluz, murciano, castellano y de las regiones o comunidades bilingües cuando desean comunicarse con las que no lo somos, pero como fenómeno particular de habla se convierte, dentro del sistema, en un dialecto; el oído atento distingue si el hablante es canario, murciano, andaluz, etcétera, y el versado en estas cuestiones distingue el habla mexicana de la argentina, colombiana o peruana, etcétera, aunque el sistema sea el mismo. Los medios de comunicación -libros, revistas, periódicos, radio, televisión- no han permitido que el castellano se fragmente, como el latín, que dio primero sus hablas dialectales hasta que, hundido el poder de Roma y distantes o inexistentes las comunicaciones en el mundo antiguo, se convirtieron en las actuales lenguas románicas; enriquecidas por una literatura y el transcurso del tiempo han proporcionado, a su vez, un sistema, unas normas y sus hablas respectivas.

Pero la alteración -muy lenta, por supuesto- de la lengua hablada que permite cambios semánticos o fonéticos (de pronunciación) determina la peculiaridad dialectal: unos hablantes, como los canarios e hispanoamericanos, no pronunciamos la interdental fricativa sorda, escrita z o c -o sea, que somos seseantes-, o aspiramos más o menos la s final, muy especial ante vocal en alguna región andaluza, o aspiramos el sonido de la velar fricativa sorda, escrita g, j y otras particularidades, aparte el ritmo o entonación, llamada vulgarmente deje; pero con todo ello, si nuestra madurez cultural es escasa y nuestra información lingüística nula, nos podrá extrañar o divertir el oír hablar al otro, pero la realidad es que le entendemos lo que dice. El habla sigue su corriente diferenciadora y no hay normas ni Academia que la detenga; hay voces que se ponen de moda, como la indumentaria, y terminan por desaparecer.

Pero todo lo cambiante que es el habla, el caso del lenguaje escrito requiere permanencia, porque la ortografía es el código del sistema. No se puede decretar la desaparición de la h (el italiano la perdió del latín porque la periferia es conservadora, y el centro, innovador), ni suprimir acentos, sin más, ni unificar b/v o g/j, porque vendría la anarquía. La Academia carece de poder para alterar, de buenas a primeras, el código ortográfico, que es el que permite uniformidad en la comunicación de todos los lectores, tanto españoles entre sí como extranjeros que aprendan nuestro idioma, y por es a uniformidad ortográfica tenemos plena e igual comunicación mexicanos, peruanos, canarios, peninsulares, extranjeros que sepan escribirlo.

Perturba cualquier cambio ortográfico caprichoso que aparece en Canarias e Hispanoamérica al escribir. Cordobés, apellido, con z, al confundirse un patronímico con un gentilicio, o que apellidos como Espinosa, Mesa o Alonso se escriban en esos países con z, que ni siquiera tiene razón fonética, porque son seseantes y pronuncian la z como s. Hubo un político boliviano de apellido Mesa que, al escribirlo con, z, aquí los locutores madrileños pronunciaban la interdental, lo que motivaba la protesta de los bolivianos, ya que ellos pronuncian s. Casi siempre por aquellas tierras mi apellido me lo *escribían con z, caprichosamente, y no había manera de hacerles comprender que es una arbitrariedad, tal vez lejana herencia de la vacilación de los copistas del XVI llegados a aquellos países. Ya es imposible lograr una ortografía que uniforme las dos orillas en este particular.

Cuando el gramático venezolano Andrés Bello (1781-1865) intentó escribir la conjunción copulativa con i latina y no griega (criterio lógico, pero la lógica no siempre es criterio lingüístico), no obstante el gran prestigio de Bello, tal uso, aparecido en las primeras ediciones de sus obras en Chile, ha sido abandonado y en la última edición de sus Obras completas en Venezuela (redacté yo misma varios índices) la y ha reaparecido para la copulativa y la igualdad ortográfica se restableció para la comunicación escrita. El ejemplo de Juan Ramón Jiménez ("rabos de violeta para cada jota", rezaba una grafología en su tiempo) al escribir la velar fricativa sorda siempre con j fue un rasgo testimonial del deseo de originalidad que algunos seres valiosos tienen. Juan Ramón Jiménez fue gran poeta sin necesidad de sus "rabos de violeta", y García Márquez, máximo novelista de nuestro tiempo, no precisa de anécdotas para ser el gran escritor que es: renunciar al frac, acaso por europeo, es tan infantil como vestir liqui-liqui, que no es ni colombiano ni venezolano, sino oriental ("lo que no es tradición", decía D'Ors, "es plagio"). Querer reformar el código escrito de nuestro idioma actual, donde cada grafía tiene su historia, es otra ingenuidad.

Nuestro idioma es de los más fonéticos del mundo occidental. ¿Qué dirá de las complejas ortografías del francés o del inglés García Márquez? Por 1990, la Academia francesa lanzó una tímida reforma ortográfica, que no parece haber sido aceptada. Los deseos de una ordenación de la ortografía inglesa del original escritor Bernard Shaw (1856-1950) no pasaron de tales. La estructura del habla es cambiante, pero el código ortográfico del sistema conviene que sea uniforme para que todos nos entendamos.

María Rosa Alonso es filóloga.

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