La tumba de Tutmosis II y la maleta de Howard Carter fascinan al mundo de la egiptología
La búsqueda de un segundo sepulcro del faraón tras el descubrimiento del primero y la posibilidad de que la valija del egiptólogo ofrezca una pista sobre su sexualidad extienden el interés de los hallazgos


Dos cosas tan distintas como una tumba y una maleta han provocado estos días una sacudida de placer entre los amantes del Antiguo Egipto. La coincidencia de los hallazgos del sepulcro de Tutmosis II, largamente buscado, y la valija de Howard Carter, el descubridor en 1922 de la tumba de Tutankamón (y con el horizonte además de la prevista inauguración en julio del nuevo Gran Museo Egipcio en Guiza), han puesto a soñar a todos los que se interesan por la historia del país del Nilo y se emocionan con ella. La sepultura del faraón, denominada oficialmente Uadi C-4, ha sido identificada en un valle en la antigua necrópolis tebana (actual Luxor), mientras que la maleta ha salido a la luz al ponerla a subasta en la casa Elstob de Ripon (Reino Unido) su actual propietario tras permanecer años olvidada debajo de una cama en un pueblo del norte de Inglaterra. Se ha vendido a un comprador anónimo que pujó por teléfono el pasado 27 de febrero por 12.000 libras (14.300 euros), 11 veces el precio de salida.
Curiosamente ambas, la tumba y la maleta, estaban relativamente vacías: en la primera, muy destruida por las inundaciones sufridas a lo largo de los siglos, no estaba su propietario (la momia de Tutmosis II fue hallada con las de muchos otros reyes en 1881 en el escondrijo de Deir el-Bahari y se exhibe en El Cairo), y han aparecido apenas unos pocos vestigios del ajuar funerario del faraón, mientras que en el interior de la valija, baqueteada por el tiempo, los viajes y la arena de Egipto, solo había un libro viejo, una guía, un ajado ejemplar perteneciente a Carter de The Nile, notes for travelers in Egypt (1890) con una dedicatoria de Harry Burton, el fotógrafo de la tumba de Tutankamón, que se ha subastado con la maleta. Sin embargo, la tumba —que sigue siendo estudiada— ha arrojado información muy relevante, concretamente de un momento muy complejo de la XVIII dinastía con la que arrancó el Imperio Nuevo, hace 3.500 años: el momento en que se alzó la revolucionaria figura de una de las mujeres más importantes de la historia del Antiguo Egipto y de la historia mundial, la reina Hatshepsut, hermanastra y esposa real de Tutmosis II, que reinó ella misma como faraón. El hecho de que en el sepulcro una inscripción apunte a que Hatshepsut dirigió las exequias de Tutmosis II, algo que solo hacía el sucesor y que lo legitimaba como tal, testimonia la forma en que se produjo esa sucesión.

Pero es que además, el director del equipo británico egipcio que ha descubierto la tumba (en puridad hallada en 2022 pero identificada ahora como la de Tutmosis II), Piers Litherland, asegura que está a punto de encontrar ¡una segunda tumba del faraón! a la que habrían sido trasladados su ajuar y su momia al inundarse la primera. Litherland sostiene que esa segunda tumba estaría intacta incluso con la verdadera momia de Tutmosis II dentro, pues considera que la encontrada en el escondite (cachette) de Deir el-Bahari, y que puede verse en la actualidad en el Museo de la Civilización Egipcia, no sería la auténtica. El egiptólogo considera que esa momia es demasiado mayor (y valga la frase) para tratarse de la de Tutmosis II, que habría muerto más joven que los 30 años que se atribuyen al cuerpo momificado del museo. Litherland cree que el insólito diseño de Uadi C-4, con un corredor extra que une la cámara más importante (la más grande de las cuatro y la única decorada) con el pasillo principal de entrada, responde a que ese corredor se usó para sacar la momia y el ajuar del faraón cuando la tumba se inundó al poco de cerrarla, calcula que al cabo de seis años. El investigador argumenta que la falta de objetos del enterramiento de Tutmosis II en museos y colecciones (excepto los pocos restos hallados ahora en Uadi C-4) prueba que la verdadera tumba final está por hallar y permanece intacta. Afirma que la tiene localizada bajo 23 metros de trozos de piedra caliza, escombros y lodo que fueron arrojados sobre ella para esconderla. La historia —”the stuff of dreams”,la materia de los sueños, la ha saludado un medio británico— casi es tan buena como la de que la tumba de Nefertiti estaría escondida detrás de la pared de la cámara funeraria de Tutankamón, la teoría de Nicholas Reeves que tiene en vilo a todo el mundo desde 2015.
“Es un hallazgo estupendo”, valora del descubrimiento de la (primera) tumba de Tutmosis II José Manuel Galán, director del Proyecto Djehuty, que habla por Viber desde El Cairo, donde se encuentra tras el cierre de su propia temporada de excavaciones en el sector de Dra Abu el Naga de la necrópolis tebana. Para Galán, apasionado epigrafista, lo mejor es la inscripción que muestra a Hatshepsut como encargada del funeral de su marido y hermano y por tanto como su legítima heredera. “Es lo mismo que hace Ay con Tutankamón”, recuerda el egiptólogo que señala que ese es otro de los contadísimos casos en que disponemos de la constatación del traspaso de poderes por así decirlo. Menos entusiasta se muestra con lo de la segunda tumba. “Me suena raro, todos necesitamos una buena película para seguir excavando, pero en fin, la zona es muy chula y él es un buen egiptólogo, vamos a ver”.
También la reconocida egiptóloga Salima Ikram se muestra emocionada con el hallazgo de la tumba de Tutmosis II, y asimismo señala su reserva ante la idea de la segunda tumba. “No hay base para ello”, zanja. Mari Carmen Pérez Die, la veterana directora de las excavaciones en Heracleópolis Magna se suma al entusiasmo por el “fantástico” descubrimiento, aunque recrimina a las autoridades egipcias que lo anunciaran equivocadamente como el primero de una tumba real desde la de Tutankamón (1922) saltándose los hallazgos de Pierre Montet en Tanis en 1939 y otros. Pérez Die llama asimismo a reconocer también los descubrimientos que se han sucedido de tumbas de reinas y princesas, y que considera igualmente importantes. En todo caso, subraya, “bienvenido sea siempre el entusiasmo por el Antiguo Egipto”.
Lo que puede aportar la maleta de Carter —un elemento de otro tipo de historia, la de la propia egiptología como ciencia moderna— es de otra índole. Más allá del escalofrío emocional que provoca imaginar que en esa maleta de piel debió de llevar Howard Carter (además de sus calzoncillos, no sabemos si de rayas) alguna de las piezas que se quedó bajo mano de la tumba de Tutankamón, la historia de la valija quizá ofrece una mirada a algo casi más misterioso que una tumba egipcia cerrada: el corazón del egiptólogo.

Howard Carter fue una persona reservada hasta lo enfermizo. No se casó, no tuvo hijos y no se le conocen relaciones sentimentales. T. G. H. James, autor de su biografía de referencia (Howard Carter, the path to Tutankhamun, Kegan Paul Internacional, 1992) admite que en ese aspecto nos encontramos ante un verdadero muro. Persona difícil, de una “irascible timidez”, en la vida de Carter no hay signo de relación estrecha ninguna, ni con mujeres ni con hombres. Se ha sugerido que pudo tener una amante francesa, pero no es más que un rumor. Y lo de que quizá mantuvo una relación sentimental con la hija de su patrón Lord Carnarvon, Lady Evelyn Herbert, asunto explotado en algunas novelas y películas, el propio James lo descarta. El comportamiento y la reserva de Carter en ese aspecto de su vida ha hecho especular sobre si no sería homosexual, forzosamente a escondidas en la época. Algunos han creído ver en la compleja relación con Carnarvon indicios de esa orientación.
La historia de la maleta quizá nos proporciona un atisbo de una vinculación sentimental auténtica. La había adquirido Carter en 1920 y, marcada con sus iniciales, la usó en todos sus viajes (cada año iba a su casa de Londres, en Kensington) hasta que al marcharse de Egipto, por última vez en 1939, se la regaló a un amigo, John Tim Healey, que la utilizó a partir de entonces y luego, al retirarse en el norte de Inglaterra en 1970 (en la localidad de Bishop Auckland, en el condado de Durham), la guardó con él hasta su muerte. Su hijo, Derek Healey, heredó la maleta, que permaneció debajo de su cama hasta que a principios de este año decidió venderla y contactó con un experto local en antigüedades y colaborador de la BBC, David Harper. Este autentificó la valija y comprendió toda su importancia y su poder evocador de verdadera “máquina del tiempo”, destacando hábilmente la conexión con Tutankamón, “el glamur, la gloria y la intriga” detrás de la maleta, como dijo a la BBC. Por cierto, señaló que no cree que la maleta contenga la supuesta maldición de Tutankamón, pues ya le habría afectado a Derek Healey tras cincuenta años de dormir sobre ella. La valija, eso sí, sugirió, habría transportado en manos de Carter importantes documentos y, seguramente, “objetos de la tumba” de Tut.

Si alguna vez fue así, los años que pasó en manos de John Healey debieron de borrar las huellas del uso de Carter. Pero en el otro aspecto, el sentimental, parece haber conservado toda su importancia para el amigo del famoso egiptólogo. Healey y Carter se conocieron cuando el primero trabajaba en Luxor para el Instituto Oriental de la Universidad de Chicago. Healey, ingeniero mecánico, se unió en 1932 al Epigraphic Survey de la institución como supeintendente a cargo del mantenimiento de su sede, la Chicago House, y, ocho meses al año, hizo de hombre para todo y a ratos arqueólogo entre 1932 y 1970. Se le consideraba un personaje imprescindible y se valoraban su habilidad y sus esfuerzos —”a veces heroicos”, apunta una memoria del servicio— para hacer que la entidad funcionaria impecablemente. Según su hijo, que visitaba a su padre con su madre Doris y su hermana Val, Carter y él se hicieron buenos amigos y pasaban veladas juntos en los bares de Luxor. Carter había dejado de trabajar en la tumba de Tutankamón en 1931 y pasaba mucho tiempo en Medinet Habu (donde trabajaba el Epigraphic Survey) o en la terraza del Winter Palace, hablando de futuras exploraciones, como la búsqueda de la tumba de Alejandro Magno, que nunca haría. Finales de los años treinta fue una época de inactividad y declive de Carter que culminó con su muerte en 1939 a causa de un linfoma de Hodgkin. No consta que Healey fuera uno de los pocos que acudieron a su entierro en el cementerio de Putney (Londres).
“Si hubiese sabido antes la historia de la maleta y de Healey la habría incorporado a mi novela sobre Carter”, señala el escritor Luis Melgar, autor de La conjura del Valle de los Reyes (La esfera de los libros, 2022), un entretenidísimo thriller sobre el hallazgo de la tumba de Tutankamón y la muerte de Carnarvon que presenta a Howard Carter como un hombre de sexualidad ambigua y atormentada que no soporta que lo toquen. Melgar es de los apasionados por Egipto (tres novelas ya sobre el tema) que se ha entusiasmado con el hallazgo de la tumba de Tutmosis II. “Hatshepsut, personaje central de mi novela No olvidarás mi nombre, estaría encantada de que hubieran encontrado la tumba de su pobre Tuty, un faraón menor, ciertamente, pero cuya sepultura era de las que quedaban por identificar del Imperio Nuevo”.
A Salima Ikram lo de que la maleta pueda aportar algo sobre una supuesta homosexualidad de Carter le parece muy traído por los pelos y “sensacionalista”. Galán es más abierto. “Soy un admirador de Carter y la verdad es que Egipto está lleno de historias para contar. Las historias molan. La de la maleta es romántica y dramática e invita a dejar volar la imaginación, ¿por qué no? No todo tiene que ser pura ciencia. Es sugerente que le regalara a su amigo algo tan personal como su maleta. Y que este la usara y la guardara. La maleta es un misterio, desde luego. Quizá podríamos decir que en vez de salir del armario, Carter puede salir de la maleta”.
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