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ELECCIONES EE UU 1996

Clinton II

El reelegido presidente está llamado a ser árbitro centrista entre liberales y ultraconservadores

JAVIER VALENZUELAEstados Unidos entra en el último tramo del siglo XX con un presidente demócrata, el primero que logra la reelección desde Franklin D. Roosevelt, y un Congreso republicano. Bill Clinton, siempre atento a los mensajes enviados por el pueblo norteamericano, comprendió el del 5 de noviembre. Eran las 23 horas en Little Rock -siete más en España- cuando, en el pórtico neoclásico de la Vieja Casa del Estado de Arkansas, el Comeback Kid anunció cómo será su segundo y último mandato. "El pueblo norteamericano", dijo, "nos ha dicho a todos, demócratas, republicanos e independientes, alto y fuerte, que es el momento de poner de lado las políticas de división y trabajar juntos".

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Clinton II estará, pues, más próximo al segundo bienio de su primer mandato que al primero. Tener que cohabitar con un Congreso republicano le permitirá desempeñar ese papel de árbitro centrista entre los liberales, miembros del ala izquierda del Partido Demócrata, y los ultraconservadores republicanos de Newt Gingrich que tan buenos resultados le ha dado en los dos últimos años y que, finalmente, le ha permitido conquistar la reelección.

El papel arbitral moderado que la nueva cohabitación impone a la asa Blanca es también pan bendito para el futuro político de Al Gore, al que Clinton presentaba en noche de triunfo como "el mejor vicepresidente que jamás haya tenido este país". Y es que Clinton va a hacer todo lo posible para que Gore, su leal, trabajador e inteligente vicepresidente, le sustituya dentro de cuatro años en la Casa Blanca. Se lo debe. Gore, por su parte, tiene mucho de esa combinación de valores tradicionales y visión de futuro que los norteamericanos refrendaron en las urnas: hombre de ejemplar vida familiar y firme defensor de la ley y el orden, también es más que consciente de que la revolución informática y la preservación del medio ambiente son dos de los grandes desafíos que el siglo XXI plantea a las sociedades avanzadas.

Clinton, de pie en el pórtico de la Vieja Casa del Estado, flanqueado por su esposa, Hillary, su hija, Chelsea, y la familia Gore al completo, encontraba las palabras adecuadas para expresar el renacer del optimismo norteamericano: "Los mejores días de América están por venir"; "América siempre gana"; "América va a ganar en los próximos cuatro años". Las urnas acababan de corroborar que la mayoría de sus compatriotas optaban por su visión del mañana frente a la nostalgia del Estados Unidos de la II Guerra Mundial de Bob Dole. Las clases medias, los Estados más prósperos, las grandes y medianas ciudades, las mujeres en su conjunto y principalmente las trabajadoras, los negros y los hispanos, los más jóvenes y los más ancianos, los sectores económicos de punta, en una palabra, la más importante coalición electoral reunida en tomo a un presidente demócrata desde hacía lustros le había perdonado sus pecadillos personales y políticos y otorgado el mandato de que los liderara con eficacia, flexibilidad y moderación en la transición hacia los nuevos tiempos, "tiempos", en palabras de Clinton, "de grandes desafíos y grandes posibilidades".

Frente a la Vieja Casa del Estado, iluminada por potentes focos, se arracimaba la muchedumbre que escuchaba el denominado "discurso de aceptación" del presidente. Eran miles de personas, en su mayoría jóvenes de ambos sexos, los más blancos, aunque no faltaban los negros, que se cubrían con gorras de béisbol y sombreros del Tío Sam, ondeaban montones de banderitas de plástico con las barras y estrellas y pisoteaban una alfombra de latas vacías y vasos de plástico, que la juerga popular era de campeonato. Anunciada su llegada por el tema musical Fanfarria para el hombre común, de Aaron Coplands, Clinton había sido presentado por Gore con, entre otras cosas, una cita bíblica: "Por sus obras los conoceréis".

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Clinton cultivaba la sensiblería norteamericana al rendir sucesivos y acaramelados homenajes a su esposa, su hija, su madre, su padrastro, el matrimonio Gore, su equipo de campana, la gente de la Casa Blanca, los funcionarios públicos, el servicio secreto y su pastor baptista, con el que, según contaba, había estado rezando poco antes de comparecer ante sus paisanos. Y daba masajes al incombustible patriotismo estadounidense con frases del tipo "Agradezco a Dios haber nacido en América".

Estados Unidos acababa de darle una segunda oportunidad, y el presidente explicaba en qué iba a utilizarla. Tras el reajuste del Gobierno en las próximas semanas, Clinton se aplicará en la realización de sus promesas, la primera de ellas, la promoción de la enseñanza. Ese será el pilar central del "puente hacia el siglo XXI". Con dos frentes: facilitar el acceso a la enseñanza universitaria mediante créditos a los estudiantes y deducciones fiscales a sus familias, e introducir en todas las escuelas primarias y secundarias ordenadores conectados con Internet.

Otro pilar, el que le permite convertirse en campeón de ciertos niveles mínimos de protección social amenazados por los republicanos, será el mantenimiento de la asistencia médica a los ancianos y los pobres, los llamados programas Medicare y Medicaid. Un tercero se levantará a partir del reforzamiento de la protección del medio ambiente. Y todo ello con esa política de reducción del déficit presupuestario que tan saludable le está resultando a la economía norteamericana.

Pero Clinton arrastra muchas cacerolas que, con un mayoría republicana en el Congreso, pueden darle quebraderos de cabeza durante los próximos años: el confuso asunto Whitewater, el caso de las fichas del FBI manejadas por un alto funcionario de la Casa Blanca, la controvertida contribución de hombres de negocios asiáticos a la financiación de la campaña presidencial demócrata... De hecho, la nota discordante en la fiesta de Little Rock era un reciente editorial del diario de la localidad, Arkansas Democrat Gazette, en el que se negaba a apoyar a Clinton por sus "promesas rotas" y sus "numerosos escándalos", y adelantaba que, "como le ocurrió a Nixon", puede despilfarrar las energías en su segundo mandato defendiéndose de las acusaciones.

Clinton no desea que EE UU sea el gendarme del mundo, pero cree que sí puede y debe desempeñar el papel de pacificador del mundo. Y cita como ejemplos su mediación en el proceso de paz en Oriente Próximo y su decisiva participación en el fin de la guerra en Bosnia. Respecto a Oriente Próximo, una Casa Blanca desembarazada de los apuros de la reelección estará en mejor situación para presionar al intransigente Benjamín Netanyahu.

El próximo viaje al extranjero de Clinton será a Filipinas y otros países asiáticos, pero el primer frente conflictivo será la reelección de Butros Butros-Gali como secretario general de la ONU. Forzado en buena medida por la virulenta campaña contra Butros-Gali de los republicanos, Clinton está en contra de la continuidad en el puesto del diplomático egipcio, lo que le enfrenta a varios aliados europeos y a numerosos países árabes, latinoamericanos y africanos.

Mientras el cielo se iluminaba sobre la Vieja Casa del Estado con fuegos artificiales y la banda tocaba marchas, Clinton saludaba a sus paisanos abrazado a su esposa y su hija. A los 50 años, había demostrado que es el político que mejor saber escuchar el mensaje de sus compatriotas. El talón de Aquiles de su volubilidad es el pozo de su fuerza. En fin, el hermano mayor de cabellos grises, con todos los defectos de la familia.

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