Los republicanos buscan su Clinton
JOSÉ M. CALVO Bob Dole se lanzó al vacío sin paracaídas en junio de este año, cuando renunció a su puesto de líder del Senado con el objetive de concentrarse en la campaña presidencial -la lucha política de su vida- y de enviar el mensaje al electorado de que no era prisionero de sus 35 años de carrera en el Congreso. Ahora, Dole se queda sin Senado y sin Casa Blanca. "Mañana será la primera. vez en mi vida que no tenga nada que hacer", dijo en la noche de la derrota. Mientras encuentra un nuevo trabajo, su partido, el Republicano (PR), necesita aclararse y llevar a cabo el recambio generacional que Bill Clinton supuso entre los demócratas para encontrar un líder de aquí al año 2000
.La tarea no es sencilla, pero algo llevan ganado los conservadores: sus ideas son mayoritariamente compartidas por una sociedad instalada en la moderación. La suerte de Clinton, además de gobernar en una época de paz y prosperidad, ha sido entenderlo a tiempo y ocupar el centro del espacio político. El PR necesita ahora encontrar a su Clinton.
La revolución conservadora de 1994 no sólo asustó al electorado. Dejó a Clinton el espacio y la ocasión para arrebatar a los republicanos la política fiscal, la dureza contra la criminalidad, la reforma de la asistencia pública y la ofensiva contra la violencia en el cine y la televisión. Newt Gingrich y los suyos han tenido tiempo de sobra para reflexionar sobre los errores cometidos, pero también pueden estar satisfechos -y los resultados de las elecciones al Congreso lo demuestran- sobre su acierto de detectar la tendencia de la sociedad: dos de cada tres norteamericanos se declaran conservadores.
El problema del PR es interpretar el conservadurismo no extremista de la sociedad y acomodar a los diferentes grupos que se han incorporado en los últimos años a sus filas. El caos en los temas de campaña de Dole -de la rebaja fiscal del 15% a la ética- responde a la mezcla de los grupos que le apoyaban: la Coalición Cristiana, que movilizó a los votantes en 1994 y que hubiera querido llevar al primer plano la lucha contra el aborto, no tiene nada que ver con los moderados de las clases medias altas, partidarios de una política social tolerante y a favor de la disminución de impuestos, ni con los grupos partidarios de reducir a la mínima expresión las regulaciones y la presencia del Gobierno en la sociedad. La gran tienda de la que hablan los republicanos integradores es tan amplia que bajo ella han acampado Pat Buchanan, Phil Gramm, Newt Gingrich, Steve Forbes y Colin Powell.
El próximo candidato republicano deberá resolver las contradicciones de las diferentes familias, conectar de nuevo con el electorado, en especial con jóvenes y mujeres, y no dejarse imponer programas en los que no cree. Si Jack Kemp consigue hacer olvidar el pobre debate que mantuvo con Al Gore, y Colin Powell se decide a entrar en la lucha política, además de vencer las resistencias que despierta el color de su piel y su progresismo social entre los ultras del partido, los dos podrían entrar en la liza por la candidatura para el año 2000. Mejor colocado que ellos dos podría estar Newt Gingrich, ya con la cabeza fría después de haber recorrido en menos de dos años la distancia que separa su triunfo como líder de la revolución conservadora de su presente como el político más impopular de EE UU.
¿Podría cualquier otro candidato republicano haber ganado las elecciones? Probablemente no. El que sobrevivió al áspero enfrentamiento de las primarias fue Bob Dole, y éste también fue el único capaz de unir a las distintas facciones. Falló en la articulación de un mensaje común y ofreció una amalgama que confundió a su electorado; se enfrentó con aspereza a un candidato moderado como Clinton, respaldado por una buena situación económica, y no encontró nunca un lenguaje comprensible ni una imagen eficaz.
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