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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Intervenir en Zaire

EL ESTUPOR parece haberse adueñado de la comunidad internacional, mientras el mundo asiste, perplejo, a la tragedia que está teniendo lugar en la región africana de los Grandes Lagos y que puede provocar una gigantesca catástrofe humanitaria. El conflicto puede no ser ya únicamente un asunto entre grupos étnicos, hutus y tutsis, sino una guerra entre Zaire y Ruanda, mientras cientos de miles de refugiados huyen hacia un abismo.Poco importa quién empezara el actual conflicto en esta zona pobre de la miserable África. Es la tragedia de una situación no resuelta, que arranca de las absurdas fronteras coloniales trazadas en el Congreso de Berlín de 1884-1985 y que hace sólo dos años originó un genocidio: el de los tutsis en Ruanda por parte de unos hutus que ahora deambulan por el este de Zaire mientras los tutsis locales se rebelan contra el régimen zaireño. Este país, además, está amenazado de desmembración si el corrupto ejército zaireño se ve superado por las fuerzas tutsis apoyadas desde Ruanda. Se mezclan así en el conflicto rasgos de guerra civil y de guerra entre Estados, con un fondo de limpieza étnica: de ahí su complejidad y las dificultades para hallar una salida.

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Sólo una solución regional, de la mano de los propios africanos, apoyada por las potencias occidentales, podría aliviar la situación. Desde Francia se propone una conferencia internacional. El presidente de Zaire, Mobuto Sese Seko, sugiere, desde su exilio médico en Suiza, un Congreso de Berlín II. Y la ONU decide mandar al canadiense Raymond Chrétien como enviado especial a la zona para intentar conseguir la paz. Pero estas iniciativas, totalmente insuficientes, están destinadas a prevenir que estalle la crisis siguiente, no ésta. Y hay urgencia por salir del estupor y hacer algo ya.

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Diversas personas y organizaciones dedicadas a labores humanitarias en la zona piden una urgente intervención militar para abrir, aunque sea a tiros, pasillos humanitarios con los que llevar alimentos y víveres a los refugiados -la Unión Europea está preparando un envío- y sacara los cooperantes y otros voluntarios atrapados por este conflicto. Ahora bien, en la situación actual será difícil distinguir entre una intervención humanitaria y una intervención a secas. En todo caso, como reclamó ayer Francia, es necesaria una acción sin demora por parte de las Naciones Unidas.

Más fácil resulta decirlo que hacerlo. Pues una intervención internacional requeriría objetivos claros -y por ahora reina la confusión-, una estrategia para alcanzarlos, y fuerzas suficientes para ello, además de una idea de cuándo y cómo, concluirá la intervención. Y todo esto es difícil de conseguir sin un liderazgo, inexistente en estas vísperas electorales en Estados Unidos. ¿Aguantará la situación hasta el martes? Probablemente, no. Y en todo caso, tendrá que haber una intervención para rescatar a los occidentales, entre ellos los españoles, atrapados en aquellas tinieblas.

Mientras se refuerzan las presiones sobre Ruanda para evitar que entre en esta guerra, un objetivo mínimo, aunque de por sí complicado, podría ser la inmediata creación de "zonas humanitarias" seguras en Zaire, controladas por una fuerza internacional -preferentemente africana con apoyo occidental-, para los cientos de miles de refugiados. No sería una solución definitiva -de hecho, Francia la ensayó en 1994 en Ruanda, con los resultados que ahora se ven-, pero permitiría al menos un respiro para buscar un acuerdo regional.

Las acciones humanitarias, con ser muy loables, no dejan de tener su propia perversión. Pues llevan a esperar a que la tragedia ocurra antes de intervenir. Una vez más se aprecia la necesidad de que la comunidad internacional disponga de nuevos medios de prevención de conflictos.

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