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Reportaje:

Bagdad, escaparate de un país en ruina

El bloqueo internacional a Irak ha provocado que en la mayoría de los hogares se coma sólo una vez al día

Para Lándi ha sido una jornada dura. Nueve horas al sol esquivando coches, limpiando parabrisas y ofreciendo cigarrillos en la bulliciosa avenida de Abu Nauas que corre junto al Tigris. Al caer la noche mete sus trapos y su mercancía en una caja de cartón y se aleja satisfecho contando sus ganacias: el equivalente de 20 pesetas. Landi tiene una melena desgreñada, la cara demacrada y 11 años.Landi tiene además una feroz competencia en las calles de Bagdad, que en los últimos dos años se han convertido en territorio de millares de niños iraquíes. Apropiadamente se les ha comenzado a llamar "la generacion del bloqueo"

.Son demasiado jóvenes para comprender las rázones, objetivos y efectos de Ias sanciones internacionales que desde hace seis años estrangulan lentamente a Irak. Pero, como Landi, han aprendido un par de cosas. "Mi padre era taxista, pero tuvo que, vender el coche porque no tenía dinero ni para comprar alimentos ni medicinas para mi madre, que está enferma. Hoy hace de todo un poco, pero no le alcanza el dinero. Yo le ayudo", dice el chaval, que abandonó la escuela en 1994. "No tengo amigos y me canso mucho en la calle, pero tengo que hacerlo". "La culpa la tienen los norteamericanos", dice repitiendo el estribillo que se escucha en casi todas las escuelas de Bagdad toda vez que se habla del hezar, la palabra árabe para bloqueo.

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Bagdad, con sus anchas avenidas, la grandiosidad de su arquitectura y sus monumentos épicos, es hoy el escaparate de un país en la ruina total. Su modernidad es incongruente. Viendo los negocios cerrados hace tiempo, las fábricas paralizadas, los trenes que se oxidan en la vía, las escuelas sin cuadernos ni tizas y los coches inservibles tirados por la calle que. hace tiempo se han incorporado al paisaje urbano no es difícil comprender lo que el ex secretario norteamericano James Baker tenía en mente cuando en 1991, meses después de la invasión de Kuwait, prometió que Estados Unidos iba a "devolver a Irak a la prehistoria".

Cierto, las plantas de energía eléctrica han sido reconstruidas así como los puentes, las carreteras y el servicio de abastecimiento de agua, aunque no es nada potable. Pero tan arruinado ha quedado Irak con los bombazos y sanciones que, por ejemplo, el mejor regalo que puede traer un visitante a sus amigos, en lo que una vez fue una superpotencia regional, es un paquete de penicilinas, un frasco de jarabe para la tos o un antirreumático.

"El embargo es un tiburón que muerde a todos", ha pintado alguien en un muro cerca del gran puente colgante de Bagdad. Y pocas cosas pueden ser más reales. En la gran mayoría de los hogares iraquíes se come una vez al día, generalmente una ración de arroz aromatizada por un solitario pedazo de carne de cordero, pan y, quizá, unas cebollas. En un país donde la pobreza uniforma a la población de 20 millones, un funcionario oficial de alto rango gana un salario equivalente a 400 pesetas, el té suplanta a la cena y la soda local -la Pepsi en su versión pobretona- es un lujo. Al cambio oficial, el sueldo medio de 4.000 dinares da para comprar cuatro botellas dé agua mineral al mes.

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Hace dos días, un dentista apareció en uno de los muchos negocios de subasta de Bagdad con un sofá, un ventilador y un gran baúl de ropa usada. "Es que mis pacientes ya no pueden pagarme al contado", explicó. El mes pasado se había visto obligado a deshacerse de sus últimas alfombras y de la licuadora eléctrica que le habían regalado en su boda hace siete años. "Es que tengo dos hijos y necesitan ropa", dijo antes de marcharse a su casa con una enorme bolsa de plástico que contenía el equivalente a 30 dólares en dinares iraquíes. Una fortuna en el país con las mayores reservas de petróleo del mundo después de Arabia Saudí, pero todavía sin posibilidades de volver a explotarlas y comercializarlas, cortesía del comité de sanciones de la ONU.

Seis años de penurias obligaron en mayo pasado al Gobierno de Sadam Husein a aceptar, a regañadientes, la resolución 986 del Consejo de Seguridad de la ONU, el instrumento que permitirá a Irak comenzar a vender cantidades limitadas de su petróleo para comprar alimentos y medicinas por un valor de 2.000 millones de dólares (un cuarto de billón de pesetas) cada seis meses. "La gente se está haciendo demasiadas ilusiones y esto puede ser contraproducente", decía el otro día uno de los asesores de Sadam Husein. Y tiene razón. Las noticias de Nueva York son todavía ambiguas: el secretario general de la ONU, el egipcio Butros Butros-Gali (en cuyas manos y no en las del Consejo de Seguridad, está la decisión de autorizar la puesta en marcha de la resolución 986), no está demostrando, a los ojos de los iraquíes, ni prisa ni entusiasmo. Se habla de diciembre o enero. Pero, incluso, una vez que Irak comience a percibir ingresos para aliviar las tribulaciones de su población, éstos no serán sino un paliativo de más valor psicológico que curativo.

"Leonino" fue el término que utilizó un diplomático latinoamericano en Bagdad para decribir el acuerdo con la ONU, que Irak considera humillante pero políticamente imprescindible. De los 2.000 millones de dólares, Irak verá en realidad sólo 1.350. De conformidad con decisiones de la ONU, el resto irá a parar en las arcas de Kuwait, en concepto de reparaciones de guerra, y en el fondo de' gastos de las Naciones Unidas y los organismos que creó para supervisar la situación en Irak desde el alto el fuego. En teoría, al menos, de los pozos iraquíes saldrá dinero no sólo para reparar el, zoológico de Kuwait City, sino incluso para pagar a la comisión de desarme del sueco Rolf Ekeus, el localmente odiado capitán de la campaña de desarme iraquí. La obsesión de Ekeus por las armas químicas ha dejado a Irak sin insecticidas y a merced de las cucarachas. Además, el precio del petróleo iraquí no será fijado por la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), de la que Irak es fundador, sino de una comisión internacional en la que la voz cantante la lleva Washington.

La venta de ese petróleo y el control de esos fondos -incluyendo la decisión de a quién se le compran los alimentos y de qué fabricas deben salir las medicinas- serán operaciones permanentemente bajo la lupa de EE UU.

"Sí, es escandaloso", admitía. un alto funcionario del Gobierno de Bágdad, "pero no nos queda otra opción". "Si nos negamos a acatar los términos de la resolución 986 no estaría mos haciendo otra cosa que entregarle pretextos a Washington para que se aplace nuestro retorno al mercado", dijo.

Dentro de un Gobierno que ha reducido en los últimos años, esa posibilidad aterra sobre todo al Ministerio de Salud Pública. Su titular, Umid Mubarak, tiene, entre otras cosas, la triste misión de elaborar estadísticas escalofriantes: por falta de medicinas, de cada mil niños recién nacidos en Irak, 186 mueren antes de cumplir el primer mes. Muchos más mueren sin haber cumplido un ano. Un informe., publicado por el diario Al Zaura dijo reciente mente que más de 70.000 iraquíes, casi la mitad de ellos niños de menos de cinco años, han muerto en la primera mitad de este año por falta de atención médica adecuada. Según la Unicef, el índice de mortalidad infantil se ha duplicado entre 1990 y 1995. Las razones: difteria, diarrea, infecciones respiratorias, malaria y otras enfermedades que proliferan en un país donde el déficit. de equipos en los hospitales obliga a hervir las jeringas y en el que las farmacias dan más pena que remedios.

Es un país que no verá, por ejemplo, Shahad Samir, un niño de seis años que en el momento de escribir estas líneas, a finales de septiembre, agonizaba en una cama del principal hospital pedíátrico de Bagdad. "Encefalitis complicada por desnutrición. No llega al lunes", decía el doctor Mohamed Hilal. En una cama contigua, sobre sábanas raídas y sucias, yacía Esmad Musab, de cuatro años. La criatura temblaba. Su madre lloraba y maldecía a Estados Unidos. El médico meneaba la cabeza. "Lo peor es que sabemos cuál es el problema, pero no podemos hacer nada". Los iraquíes Shahad y Esmad ni siquiera vivirán lo suficiente como para incorporarse a la "generación del bloqueo".

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