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Tribuna
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La noche de los escalofríos

Diego A. Manrique

"¿De dónde son los cantantes?", preguntaba aquella niña cubana que se cruzó en el camino de Miguel Matamoros. La noche de EL PAÍS pretendía responder a una cuestión más peliaguda: ¿de quiénes son las canciones?La noche de EL PAÍS lanzaba un reto a artistas de primera fila: el enfrentamiento con canciones ajenas elegidas por su representatividad y por las necesidades del espectáculo. Hubo quien se sintió ofendido por la propuesta -"yo no quiero cantar nada que no sea mío"-, pero fueron más los que entraron en el juego.

Y entraron con todas sus energías. Enrique Morente aceptó atacar Pongamos que hablo de Madrid. ¿Misión imposible? No cuando está por medio la voluntad titánica de Morente, que infunde nueva intensidad a las pinceladas urbanas de Joaquín Sabina. El mismo Sabina proporcionó otro de los golpe de mano de la noche, al hacer suya Cruz de navajas, ese drama nocturno que tan dulce sonaba en la versión original de Mecano.

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No todos tuvieron que luchar a brazo partido con la canción que les tocó en suerte. Presuntos Implicados (Malos tiempos para la lírica) y Mikel Erentxun (Chica de ayer) hicieron colchones de plumas para que nada chirriara. Cristina Lliso, con la complicidad, de Mariano Díaz, director musical, supo levantar el solemne Camino Soria, aparentemente inseparable de sus creadores, Gabinete Caligari. La gran Mercedes Ferrer (Cómo hemos cambiado), o Carmen Linares (Volando voy) fueron respetuosas pero dejaron marcas intensas. Loquillo recurrió a su chulería innata para recrear Qué hace una chica como tú en un sitio como éste, con la legitimidad rockera que le daba Pepe Burning Risi.

Finalmente, fue cuestión de tablas y dedicación: el carisma de Miguel Ríos (Cruzar los brazos) y el desparpajo de Javier Ojeda, que lidió con el último himno nacional, No estamos lokos. Juan Perro se tomó muy en serio la tarea de cubanizar Sabor, sabor y Antón Reixa imprimió garbeo jamaicano a Contamíname. Joan Manuel Serrat ejerció de padrino del espectáculo con el prólogo -¡inevitable!- de Ara que tinc vint anys y su multigeneracional Mediterráneo, en compañía de Ana Belén, como maravillosa despedida.

Volviendo a la pregunta inicial: las canciones pertenecen a los que, siendo sus autores o no, saben revivirlas y son capaces de provocar un escalofrío de emoción más profundo que el del mero reconocimiento.

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