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Tribuna
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El otro incendio

Hace medio siglo, ardió la tierra en Hiroshima y Nagasaki. Y desde entonces, el poder viene prendiendo fuego a la memoria de lo que ocurrió.La venerable Smithsonian Institution había proyectado, en Washington, una gran exhibición, para este aniversario de aquellas explosiones que, literalmente marcaron a fuego la historia de nuestro tiempo. La muestra incluía numerosos testimonios de los protagonistas, desde el piloto que arrojó la primera bomba atómica, quien decía que el asunto nunca le había quitado el sueño, hasta los relatos de algunos sobrevivientes, que habían perdido el sueño y todo lo demás, pasando por científicos, jefes militares y unos cuantos historiadores especializados. La amplia documentación recogida proporcionaba indicios más que suficientes para confirmar:

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- Que las bombas no habían sido arrojadas para ganar la guerra, porque la guerra ya había sido ganada;

Que los 350.000 muertos -muertos por las explosiones o por sus consecuencias- habían sido civiles, en su mayoría mujeres y niños;

- Que las bombas fueron arrojadas, a modo de advertencia, para intimidar a la Unión Soviética, que era el nuevo enemigo que ya asomaba en el horizonte de la guerra fría. Estados Unidos energía de la guerra mundial como el nuevo poder dominante, y entraba en escena intacto y pisando fuerte, mientras en Bretton Woods el dólar ocupaba el lugar del oro en el centro de las finanzas universales.

Entonces estalló el escándalo. El presidente de la Sinithsonian fue obligado a renunciar, y la proyectada muestra se redujo a la exhibición del Enola Gay, el avión mortífero, para que los fervorosos patriotas pudieran besarle la nariz.

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