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LA ACADEMIA INCORPORA A UN CRONISTA DE LA VIDA

"No hay que temer la incorporación de términos extranjeros"

Antonio Muñoz Molina considera que el idioma se corrompe por la mala sintaxis

Andrés Fernández Rubio

Antonio Muñoz Molina le gustaría pedirle a la Real Academia que se volviera a escribir güisqui con la grafía original, es decir, whisky. El nuevo miembro de la institución considera que no hay que tenerle miedo a que se incorporen términos extranjeros al idioma, y recuerda que el castellano se nutre de palabras árabes, del euskera, del catalán y de otras muchas lenguas. Para Muñoz Molina el problema más preocupante es la pérdida de unidad del idioma por la corrupción de la sintaxis. A él le preocupa más que la gente diga "de que" de forma incorrecta a la inclusión de términos del inglés, como liderazgo o mitin, que acaban sonando muy españoles. "Mitin, ¿será española mitin? Un tío mitinero...", dice Muñoz Molina poniendo énfasis en el ejemplo.El autor de El jinete polaco llegó ayer por la tarde a la galería Marlborough de Madrid sabiendo ya que era un elegido. Se celebraba la presentación de un libro escrito por el editor Juan Cruz, Exceso de equipaje, que congregó a un nutrido elenco del mundo de las letras y el espectáculo. En ese ambiente, Muñoz Molina fue uno más sentado en un escalón porque no había sitio. Al terminar el acto, su actitud siguió siendo la de un espectador curioso y cordial frente a las felicitaciones que le empezaron a llegar de todas partes. "No era una meta que tenía planteada. Mi única meta es escribir libros y artículos. Lo demás, si ocurre, pues bien", dijo con estoicismo.

Estupor y gratitud fueron sus primeras palabras respecto a su elección en la Academia como miembro más joven. Pero Muñoz Molina no acepta que su edad signifique que tenga que llevar aire nuevo a la institución. "El aire fresco nunca se sabe quién lo aporta", dice. "La renovación tecnológica o el que el diccionario sea un libro de bolsillo de mucha venta. Lo que hay que hacer es estar atentos al idioma, ver por dónde va, saber cuidarlo sin anquilosarlo. La labor es ecológica, y hay que mantener su unidad no porque sea algo sagrado, sino simplemente por una razón práctica dentro de su continua transformación".

En referencia al anterior académico elegido, que es un almirante, y a los científicos y lingüistas académicos por los que Muñoz Molina muestra el mayor respeto, "¿qué lleva un novelista?", se pregunta. "Lo mismo que Claudio Rodríguez, Pere Gimferrer o Mario Vargas Llosa. Lo que llevas a todas partes, que es tu trabajo, en mi caso como escritor de libros y de artículos en los periódicos". El que el idioma mantenga su unidad le parece a Muñoz Molina un asunto en el que los medios de comunicación tienen gran responsabilidad, en especial la televisión pública. Y le parece que se trata de un problema sobre todo educativo.

La creciente influencia del español en el mundo mueve a Muñoz Molina a establecer una doble dimensión: "La primera, su universalidad, y el hecho de que, dentro de ella, somos una provincia", dice. "Te da satisfacción práctica volar 12 horas, llegar al Cono Sur y entenderte con un argentino. También te da humildad, porque somos una provincia pequeña, y no la más relevante del idioma. La capital no es Madrid, sino México, Buenos Aires y Nueva York. Y la humildad también viene porque la universalidad del español no está acompañada por la universalidad de la cultura española".

Idiomas que conviven

La otra dimensión del idioma a la que se refiere el escritor es la del español en convivencia con las otras lenguas. "Cuando oigo eso de que está en peligro me parece ridículo", afirma. "A un idioma no lo ponen en peligro unas posiciones políticas. Y sólo hay que pasear por una calle de Cataluña para observar cómo los idiomas conviven. Frente a toda esta polémica me parece que la solución es aplicar la ley, y está escrito en la Constitución la cooficialidad de las lenguas".Muñoz Molina considera este terreno "un campo minado de provocaciones políticas", y cree que puede garantizarse sin provocar enfrentamientos "el derecho al uso del idioma que tú eliges para tu hijo". El, problema lingüístico requiere, en su opinión, un esfuerzo de racionalidad, la que hace que se sienta tan cercano en admiración literaria y en cariño personal a alguien como Bernardo Atxaga sin que el que éste escriba o no en euskera tenga el menor significado.

En su nueva condición de académico, Muñoz Molina sospecha que a él no le van a tener que llamar la atención por no asistir a determinado número de sesiones al año. "Generalmente soy cumplidor en la vida", dice, "y procuraré cumplir también con esta obligación". Luego pierde la seriedad y añade que piensa convertirse "en activo conspirador de escritores que me gustan mucho".

Entre ellos se encuentran varios de su generación. Piensa que el alza de los escritores españoles entre el público es una cosa de la democracia, de que ya los autores sólo tienen que preocuparse de escribir, sin necesidad de parecer mártires o genios. "Y eso crea un espacio en el que se encuentran el escritor y el público", dice. "Ese público lector que antes prácticamente no existía, que se va creando con cada libro, con títulos como La verdad sobre el caso Savolta, de Eduardo Mendoza, que para mí es uno de los puntos de inflexión de ese encuentro,. 0 como cuando Juan Marsé y Vázquez Montalbán ganan el Planeta. También con Jesús Ferrero, o Llamazares y su Luna de lobos. En estos casos no hay operación comercial entre medias. Escritores como Marías o Millás empiezan a tener otra relación con los lectores, y todo por casualidad".

Lo cultural y lo vital

Como lector, el eclecticismo de Muñoz Molina queda de manifiesto cuando cita los libros que está leyendo ahora: Las vidas paralelas de Hitler y Stalin, de Alan Bulluch, y la antología Spoon River, de Edgar Lee Masters. Respecto a su propia obra, dice que suele haber zigzags en ella. "En mi trabajo siempre hay como una guerra interior entre la literatura y la vida", precisa, "lo literario y lo biográfico, lo cultural y lo vital. En El invierno en Lisboa y Beltenebros lo vital está presente pero lo cultural es lo que da la obra. Luego está la tendencia hacia la narración de la experiencia más o menos pura, y el proyecto extremo es Ardor guerrero". Opina que la parte culturalista la ha superado y ya no le interesa. Y respecto al lugar en el que se encuentra su espacio literario asegura: "Donde está mi vida, que es la del emigrante del campo a la ciudad, que es la vida de cientos de miles de personas en el mundo". Muñoz Molina, que ha llevado su narrativa a focos tanto urbanos como rurales, dice que el problema no es el campo o la ciudad, "sino la manera en que se percibe el signo de los tiempos". Y cita la frase de Walter Benjamín sobre que el París de Baudelaire no existía en la época de Baudelaire."La modernidad no está en el tema ni en la voluntad de uno", afirma el escritor. "Uno es moderno porque por algún misterio ha sabido contar algo que pertenece a su tiempo o al que va a venir". El autor no piensa que siempre lo urbano tenga que ser lo más moderno. Cita a Paul Morand, que en Francia fue el escritor moderno por definición, en la época de los grandes expresos continentales, y se ha quedado muy antiguo. Frente a este ejemplo, el de Valle-Inclán, que ha crecido. O Rulfo, con sus paisajes del México profundo. "¿Hay alguien más moderno que Rulfo?", se pregunta.

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