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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Tabaco y salud

LA ORGANIZACIÓN Mundial de la Salud (OMS) convoca a celebrar hoy el Día Mundial Sin Tabaco, algo que sonará a música celestial a los 1.100 millones de personas que abren diariamente su paquete de tabaco para fumar una media de 1.560 cigarrillos al año. Pocos de media si algunos calculan lo que fuman. No debe ser inútil que, al menos una vez al año, se reflexione sobre el tabaco, su industria y los efectos de su consumo. Es más que probable que los fumadores pasen el día trampeando la letanía de buenos consejos que van a lloverles para que dejen de fumar. Sin embargo, la primera y más importante batalla que debe darse contra el tabaquismo es convencer a sus víctimas de la insensatez de esta adicción. Y de la inmensa gratificación de abandonarlo.La ley seca norteamericana demostró que el prohibicionismo no hace renunciar a nadie al placer. Y la lacra en aumento de otras drogas más reprobadas socialmente es la prueba del fracaso de estos métodos. Tiene que ser más efectivo conseguir en cada adicto la convicción personal de los estragos del hábito. Que esta certeza sea psicológicamente más fuerte que la inclinación a inhalar nicotina. El arsenal de argumentos para dejar de fumar es inmenso y conocido. El tabaco tiene que ver con el 40% de las muertes en España y el tabaquismo acorta la vida del fumador en unos 23 años de media. No es poco. Son dos contundentes ejemplos de la abundante estadística disuasoria, pero todavía ineficaz en tantos casos. Que a pesar de ello el tabaco no esté desterrado prueba que el fumador lo es por muchas razones, menos la de la razón.

La inducción de ciertos modelos de conducta multiplicados por la publicidad o el cine refuerza indudablemente la conducta del adicto. Pero una gran responsabilidad en la lucha contra el tabaquismo la tienen las propias administraciones, atrapadas en una visible contradicción: el ahorro sanitario que supondría una población más saludable -por tanto, no fumadora- no impide que sean los mismos Gobiernos los que se aprovechen fiscalmente del fumador, con un ingente asalto fiscal -y, sin embargo, quizás todavía insuficiente y poco penalizador-. Es ésta una contradicción que resta impacto a los sermones sanitarios que ellos mismos emiten.

Las contradicciones son muchas. La Unión Europea subvenciona los cultivos atendiendo. a criterios de empleo. Y en España es reciente el elogio del presidente del monopolio tabacalero a un consumo moderado, alegando beneficios para la salud del fumador que -por ser piadosos- llamaremos improbables.

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Con todo, es innegable que los mensajes sobre la nocividad del tabaco han hecho mella en la sociedad. Han aumentado la mala conciencia de quien fuma y, muy en particular, reforzado las actitudes recriminatorias de quienes, sin ser fumadores, están sometidos a la humareda del vecino. Sin lugar a dudas, son perfectamente exigibles los derechos del no fumador a no ser perjudicado por la vecindad involuntaria de un adicto sin que eso lleve, como ha ocurrido alguna vez, a la persecución del fumador y su descalificación como ciudadano.

Una fiscalidad sobre el tabaco que tenga objetivos disuasorios y no recaudatorios, una política de ayuda al cambio de cultivos para que una baja en la producción no esté asociada a la miseria agrícola, una razonable penalización al hecho de fumar en lugares públicos no aireados, más campañas contra el tabaco desde una Administración de la que no quepa dudar de sus intereses sobre el tema y, sobre todo, una intensa educación a las generaciones jóvenes para que no caigan en un hábito tan nocivo como imbécil son los caminos que deben seguirse. Porque el hostigamiento fundamentalista e intransigente que estamos viendo en algunos países occidentales, y en especial en Estados Unidos, sólo es una vía fácil que despierta otras caras quizás igual de mortíferas como son la intransigencia, la hostilidad y la falta de comprensión hacia el conciudadano, hacia sus hábitos y debilidades y -¿por qué no?- vicios.

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