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Tribuna:LA TRAGEDIA DE LOS FLORES
Tribuna
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La busca de una identidad

Diego A. Manrique

No se habló de Antonio Flores. Cuando debutó en 1980, recién cumplidos los 18 años, se hacía llamar Antonio, a secas. Y firmaba sus canciones como Antonio González: en los tiempos de irrupción de la nueva ola, no era ningún pasaporte el declararse hijo de Lola Flores si se trataba de colarse en el anglófilo mundo del pop español. Y los dos primeros elepés suyos, Antonio (Epic, 1980) y Al caer el sol (Epic, 1981), ofrecían pop sofisticado con ramalazos de rock chillón. De los arreglos y la dirección musical se encargaba Luis Cobos, mientras el productor era Jorge Álvarez, experto argentino cuya colección de discos sirvió para nutrir buena parte del repertorio de esos discos, firmados por genios suramericanos como Milton Nascimento, harly García o Gilberto Gil.No obstante, el disco de debú se abría con una llamativa composición del cantante, un alegato pacifista envuelto en balada dramática, a lo Elton John: "Prometo ver la alegría / escarmentar de la experiencia / pero nunca, nunca más usar la violencia" (No dudaría). Fue un éxito respetable, al igual que, en 1982, su versión del desgarrado Pongamos que hablo de Madrid, de un semidesconocido llamado Joaquín Sabina. Paradójicamente, en los próximos días se edita el disco en directo de Ketama, donde participa Antonio Flores en Vente pa Madrid, el himno a la capital de los Carmona.

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Aquellas primeras experiencias no tuvieron un saldo positivo. Antonio no se sentía del todo cómodo en el lujoso traje -que le habían confeccionado y su temperamento no se adecuaba entonces a las exigencias promocionales de la industria. Pasaron años de indecisión, de intentos que no salían adelante. Y lo peor: en la industria se le apuntó en la invisible lista negra de los problemáticos, los nada fiables.

Rescate

Así que, ya como Antonio Flores, reapareció en Twins, una pequeña independiente madrileña. El disco se tituló Gran Vía (1988), estaba producido por Carlos Narea y tenía una orientación urbana: adiós a las portadas bucólicas, ahora se presentaba subido en una moto, aunque no se privara de recrear un clásico del jipismo español, El lago, alucine químico del grupo Triana. Había excelentes temas propios (más colaboraciones de Antonio Vega y Nacho García Vega, de Nacha Pop), pero Gran Vía pasó desapercibido, a pesar de contener una rendida Canción de amor para Rosario, que algunos quisieron convertir en piedra de escándalo.

Rosario, que ya cantaba en el primer disco de Antonio, fue la responsable indirecta del rescate de su hermano. Sus canciones iluminaban De ley, el disco que lanzó a la hermana pequeña en 1992: como ella decía de Sabor, sabor y otros temas, "yo conocía el talento de Antonio, pero eso parecía llegar de un lugar secreto y me dejó boquiabierta".

Con la bendición de las ventas de Rosario, Paco Martín, fundador de Twins y patrocinador infatigable de Antonio, le consiguió un nuevo contrato con RCA. Cosas mías (1994) fue producido por Arturo Soriano y Fernando Illán, los responsables del sonido de Rosario. Por vez primera, todas las canciones venían firmadas por Antonio Flores y se podía hablar de un completo teistimonio autobiográfico. Musicalmente, Cosas mías abarcaba los diferentes intereses del artista: los aires flamencos, las baladas de piano, el rock trallero. Sus conocidos discrepaban respecto al valor de cada tendencia, pero Antonio prefería la variedad: rockero de corazón, no quería renunciar al frenesí eléctrico, pero también estaba dispuesto a interpretar con todo respeto un tema de Serrat, Tu nombre me sabe a hierba, en el disco de homenaje al cantautor barcelonés o se prestaba a grabar con los primos gitanos de Ketama. La continuación de Cosas mías ya estaba en preparación: se empezaría a trabajar duro después de los bolos veraniegos. No llegaremos a oírlo.

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