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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Desaparecidos en Argentina

Cuando le hablé por teléfono ella no me recordaba. Mi nombre no le significaba nada. Sólo cuando dije que era el amigo de Hugo me reconoció. "¿Dónde está Hugo?", reclamó exigente. Un latigazo helado me oprimió la garganta. "No sé", balbuceé. "A veces pienso que está rnuerto", concluyó. Al día siguiente fui a su casa. Abrió y me abrazó. Entramos. Noté que dejaba la puerta entreabierta. María miraba con insistencia hacia afuera. Para mi espanto, dijo: "¿Y Húgo ... ?... ¿No viene?...".Sentado en la cocina, junto a la mesa en la que habíamos compartido tantas veces el churrasco, la ensalada, las ilusiones y el miedo, padecí sus palabras. María, de pie junto al fuego en el que calentaba el café con cuidado maternal, agregó: "Este chico nunca me escribió. Pensé que estaba en Uruguay. No sé, no explicó nada. Ni una tarjeta. Yo estoy desesperada. Mi único hijo... Murió mi marido y a los tres meses Hugo se va. Comió conmigo el domingo y no vino más. ¿En qué estaba metido? Mi cuñado recorrió los hospitales y la morgue, pero no estaba. ¿No está con vos en España? Vi por te levisión el informe de Sábato. ¡Qué horror!...".

La casa estaba igual. El paraguas de Hugo. Su abrigo. Su foto. El impuesto del coche que, por una de esas absurdas y paradójicas precisiones burocráticas, aún llegaba puntualmente conminándolo a pagar. Comencé a escribir los datos personales de un amigo y hasta los de su coche, también desaparecido. La invité a pasear. Me dijo que hacía un año y medio que no salía a la calle. Pude saber que, aunque vivía sola, la portera y algunos vecinos le traían la comida y un hilo de vida.

Esa tarde hice la denuncia en la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, que presidía Ernesto Sábato. Era jueves. En la plaza de Mayo las madres clamaban. Otras. María no estaba. Nunca estuvo. Entonces hacía ocho años que. yo aguardaba poder regresar a la Argentina. Ahora, hace 19 años que ella aún espera-

Ahora, años después

y sospechosamente cerca de unas elecciones que decidirán la continuación o no del régimen menemista (perdóneseme el neologismo), los militares argentinos reconocen institucionalmente los crímenes atrocescometidos durante la represión del terrorismo, y la prensa europea descubre con horror algo que se sabe desde que, en 1984, Ernesto Sábato avaló con su firma el informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas titulado Nunca más.Más allá de los detalles sobre crímenes y complicidades, lo irritante es que aún hoy, con los responsables de la atrocidad sentados cómodamente en sus sofás y miles de personas que continúan desaparecidas, haya quienes sigan con la cantinela de que hay que olvidar y mirar para adelante. ¿Cómo olvidar? ¿Cómo pedirle a una madre o a un padre que olviden a un hijo del que no han visto ni siquiera su cadáver? ¿Cómo pedirle a una mujer que olvide que se le aplicó electricidad por vía vaginal porque también había que castigar al hijo maldito y futuro marxista de sus entrañas? ¿Cómo pedirle a una abuela que olvide que su nieto está en poder de una familia de criminales, que se le ha robado hasta su identidad? ¿Cómo olvidar a quienes, sin haber empuñado jamás un arma, cometieron el pecado de luchar por una sociedad más justa y más digna? ¿Cómo olvidar que la jerarquía eclesiástica católica, que dice defender tanto la vida, ayudó con su silencio, su complicidad y hasta con el consuelo espiritual de la confesión y comunión, a- los criminales? Y, sobre todo, ¿cómo olvidar, si nadie ha pagado por toda esa barbarie? Yo no olvido ni quiero olvidar, porque si olvido se repetirá la historia, se repetirá el dolor, se repetirá la barbarie-

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