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La ministra y el Real

La pregunta se repite con inquietud en los rincones más insospechados. ¿Qué pasa con el teatro Real? La tradicional falta de transparencia informativa del Ministerio de Cultura alrededor de su buque-insignia en el terreno musical, ha generado todo tipo de especulaciones sobre el futuro inmediato del teatro. Los variados intereses que confluyen en su puesta en marcha han propiciado intoxicación de noticias y, en suma, confusión. ¿Qué piensa la ministra de Cultura de todo ello? Tras hora y media de intensa charla con ella, he sacado la conclusión de que sus puntos de vista merecen ser escuchados. Otra cuestión es que sea capaz de llevarlos a cabo, entre otras razones por el carácter tenebroso e inmovilista de alguno de sus colaboradores más directos en el ministerio. La soledad de la ministra no tiene el toque esencial y creativo que defiende Steiner, pero tampoco está acorralada por los fantasmas de la desconfianza a que conduce el aislamiento del poder. Es una soledad más bien cercana a Chéjov y se apoya en las buenas intenciones, algo no siempre suficiente para quien ostenta su grado de responsabilidad pero, en cualquier caso, esperanzador.Las obras del teatro Real concluirán, si no se producen nuevos retrasos, en el verano de 1995. Es lo único claro de todo este rompecabezas. Los problemas empiezan a partir de ese momento. A la falta de previsión e incluso de definición sobre el futuro del teatro, se ha unido el recorte presupuestario en Cultura, y el más que probable de 1996. El ministerio no sabe qué hacer.

La identificación tan estrecha entre Cultura y el Real agudiza el conflicto y la búsqueda de salidas. El ministerio es burocrático, es lentitud, y un teatro moderno debe abrirse a la sociedad civil, buscar apoyos económicos externos, compartir su proyecto con otras empresas e instituciones. Esto es prácticamente imposible desde la rigidez del ministerio, pero sí puede ser factible desde la Fundación del Teatro Lírico, si hay un equipo gestor ágil e independiente que inspire confianza.

Opina la ministra que un calendario asumible para el Real en la actual, coyuntura incluiría un periodo de rodaje en que se aborde alguna producción de prueba, se hagan las correcciones que puedan ir surgiendo y se fogueen los equipos técnicos y organizativos. La inauguración oficial se iría con ello a 1997, un año que, si la reconstrucción del Liceo de Barcelona sigue su ritmo previsto, podría suponer el gran relanzamiento de la ópera en España. En ese intervalo, piensa Carmen Alborch, habría que desarrollar un modelo de teatro que se ajuste a las condiciones y necesidades que requiere la sociedad actual. Para ello sería imprescindible la constitución inmediata de un equipo de dirección reducido que se enfrente primordialmente a búsqueda de patrocinadores, elaboración de la filosofía del teatro, implicación con la sociedad y organización funcional y operativa. Son cuestiones que debían estar resueltas desde hace tiempo, pero lo cierto es que no lo están, y en algún momento hay que empezar. Con este planteamiento, la ministra sabe que probablemente ella no inaugure el teatro como máxima responsable de Cultura, y es posible que su sucesor pertenezca al partido de la actual oposición. Este desprendimiento indica una razonable visión de futuro y sobre todo sentido común. La ministra debe, en cualquier caso, explicar con precisión a la sociedad la fundamentación de sus planes y propuestas.

Carmen Alborch descarta los rumores extendidos estos últimos días sobre el cierre del teatro de la Zarzuela y el traslado de sus estructuras al Real en cuanto finalicen las obras de éste. La solución sería tan disparatada como cambiar de un piso de 80 metros cuadrados a otro de 500 llevándose los mismos muebles, y limitaría el alcance de la nueva personalidad del Real.

Si quiere sacar adelante sus iniciativas respecto al Real, la ministra de Cultura probablemente tendrá que pegar más de un puñetazo encima de la mesa. Alargar más la espera o prescindir de la rentabilidad política inmediata de esta inversión cultural le va a granjear antipatías y protestas de algunos sectores, pero al menos supone una respuesta a una situación totalmente bloqueada y con escasas perspectivas de éxito, si no se toman medidas urgentes, imaginativas, sosegadas y con los pies en el suelo.

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