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Tribuna
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El académico del revuelo

Juan Cruz

El día en que Fernando Lázaro Carreter conoció a Jorge Valdano, el famoso entrenador argentino aún estaba en el Tenerife. El académico y el ex futbolista que cambió en España el lenguaje del fútbol se encontraron en un hotel de la capital isleña y allí hablaron, como dos apasionados del balompié, de las técnicas y las tácticas, y también de las palabras que han ido variando en ese universo a veces tan mal hablado. Luego Valdano invitó a Lázaro a ver el partido del día siguiente -Tenerife-Bilbao- y se despidieron asegurándose admiración mutua.Lázaro,cumplía ahí varias de sus pasiones, sin otro orden, en este caso, que el alfabético: el fútbol y la lengua. Al primero le dedica el interés que se merece y a la segunda le dedica la vida. Es un acechante temible de los gazapos públicos y vigila con la constancia de los buenos periodistas el cumplimiento de las normas cuya sucesión constituye de veras la riqueza acumulada del español. No lo hace desde la poltrona de cuero viejo de las cátedras, sino que lo manifiesta en las tribunas más Populares de la prensa, de modo que su figura de guardián delegado de la pureza posible del habla común se ha convertido en nuestro país, salvando las distancias, en una figura popular, como la de Valdano o la de Cruyff, comparación que sólo se hace en homenaje a su afición al admirable deporte del fútbol.

Ahora esa figura que la constancia y la sabiduría han hecho popular se ha situado de nuevo en primera página, esta vez como director de la Española. Antes la Academia sólo salía en las primeras páginas de los periódicos cuando se cubrían vacantes de académicos fallecidos o porque, precisamente, éstos morían. La institución que por su misma significación social era provecta y venerable se constituía, además, en objeto de cuchicheos compasivos por la inveterada pobreza de sus recursos, que en un mundo como éste hacían obsoleta su misma existencia. Lázaro, y sus antecesores, como Laín Entralgo o Manuel Alvar, por citar sólo los más recientes, se empeñaron en complicar a la sociedad en el desarrollo efectivo de la institución creada para dar esplendor y fijar lo que constituye el patrimonio natural más rico de los españoles.

Como don Pedro Laín estuvo en el origen de esa: lucha por la modernización de la Academia, subrayemos ahí su presencia como la de un testigo intelectual al que jamás nada le ha dado igual.

Pero ese tiempo en que la Academia era noticia por sus diversas indigencias o por sus ingresos, polémicos o no, queda, ya atrás, y ahora resulta que la institución convierte en best sellers sus estudios lexicográficos o gramaticales, informatiza sus fondos, tiene a punto su nuevo banco de datos, trabaja en la unificación de la ortografía y lo hace todo con un esfuerzo que proviene principalmente ahora del poder de convicción de Lázaro y de sus colegas. Además, implica a la sociedad en lo que hace y para ello junta en Madrid a todos los presidentes autonómicos, para que se enteren del material difuso y común y amenazado, con el que trabajan tan en solitario los académicos, e interviene en la polémica social que generan los asuntos de la lengua.

Esto último también lo ha hecho esta misma semana, alertando sobre un extremo que muchos han querido convertir en extremista: es incontrovertible que en España hay varias lenguas, para nuestra fortuna; defendámoslas todas para que convivan desarrollándose. El texto de la carta en la que se contiene esa recomendación fue enviado al presidente del Gobierno y Dios la que se armó. Como dijo el académico Pere-Gimferrer en todas las emisoras catalanas que le llamaron el día en que se hizo pública la carta, el contenido de ésta coincide no sólo con preocupaciones académicas, sino con resoluciones parlamentarias y con obligaciones sociales de defensa de la convivencia lingüística. Pero a Lázaro no lo han dejado tranquilo y en la propia en trega del Planeta a Camilo José Cela y a Ángeles Caso, según los periódicos, se llevó el protagonismo de la jornada, porque todo el mundo quería hablar con el académico del revuelo. Como es mesurado, tranquilo y perplejo, se explicó de nuevo, y vino a decir lo que dijo Gimferrer, ante los que, como el presidente Pujol, hablan del mal efecto que produce la carta de la Academia. A veces da la impresión de que la gente lee lo que le da la gana o aquello que le apetece leer para afirmar las razones, de indignaciones de otro origen. Pero si se lee con detenimiento esa carta no sólo se advierte que está hecha para tener un efecto beneficioso sobre la sociedad que la recibe sino que es también un instrumento generoso para que todos nos escuchemos mejor.

Acostumbrado al ruido de los estadios, seguro que a Lázaro no le habrá intranquilizado tanto alboroto. Y debe estar feliz, como director de la Academia, de haberla hecho noticia de nuevo para agitar y promover, y no para mostrar, como antaño, viejas indigencias y rancios hábitos. La vida genera controversia y ya no queda más remedio que considerar vivísima la antigua institución abandonada de la calle de Felipe IV.

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