Falstaff conmueve Bilbao
El teatro Arriaga rescata la humanidad y de la ópera póstuma de Verdi
Una de las partituras más frescas, innovadoras, vitales y arrolladoras de todo el siglo XIX, el Falstaff de Verdi, ha llegado a Bilbao de la mano del teatro Arriaga. Una ópera que, a pesar de la tradición lírica de esta ciudad, nunca se había programado. La espera mereció la pena y un Falstaff -interpretado por Bruno Pola- a medio camino entre el humor, la elegancia, la lucidez y el abandono, conmovió.
Hace unas semanas La hija del regimiento, en el teatro Campoamor de Oviedo, fue ejemplar en la fusión de foso, escena y voces. Ahora, el Falstaff bilbaino del Arriaga incide en la misma línea. Es estimulante comprobar la vitalidad de ambas soluciones viniendo de dos lugares con un importante poso lírico a sus espaldas.En Bilbao coinciden dos ofertas operísticas con planteamientos diferentes y hasta a veces enfrentados: el de la ABAO (Asociación Bilbaína de Amigos de la ópera), desde el Coliseo, Albia, conservador en el repertorio y pendiente fundamentalmente del divo, y el del teatro Arriaga, más en función de la labor de conjunto y resaltando los valores teatrales, aunque con tendencia a mostrar siempre el mismo tipo de estética.
La ABAO nunca había programado Falstaff en sus temporadas, a pesar de que Verdi es probablemente su autor más frecuentado, El mes pasado, sin ir más lejos, ofrecieron La traviata y este octubre harán Macbeth. La presencia de Falstaff en Bilbao tenía valor añadido por esta circunstancia.
Se planteó Falstaff en el Arriaga desde la naturalidad, desde la cotidianeidad. La elcenografía de Carlos Cugat es de carácter realista, funcional y eficaz para enmarcar el desarrollo de la historia. Luis Iturri movió la escena con fluidez y en su dirección de los cantantes hubo equilibrio y mesura. Algunos detalles puramente teatrales fueron de mucho mérito: el carro de marionetas que salvaba el estatismo de la escena quinta, la utilización plástico a de las sábanas colgadas en el ambiente de las comadres de Windsor, la soledad de Falstaff con el cubo de agua caliente tras el forzado chapuzón, la complicidad de la moraleja con el público en la escena final.
Bruno Pola dibujó un Falstaff a medio camino entre el humor, la elegancia, la lucidez y el abandono. Nunca cayó en lo grotesco. Su humanidad conmovió. Del equilibrado reparto vocal destacaron,, además de Pola, la soprano coreana Kini Eum Sung, un timbre de gran dulzura para Nanetta, y el barítoro Roberto Frontafi como Ford. Mención aparte merece la actuación de la mítica mezzosoprano Rita Gorr como Quick1i. Su tendencia a calar no disminuyó la emoción de encontrarnos en escena con una figura histórica del canto. Lo más encomiable fue, en cualquier caso, la labor dé conjunto. El director italiano Elio Boncompagni controló con brío la orquesta, extrayendo de la Sinfónica de Bilbao una variada gama de recursos expresivos. Su visión se decantó más por. el lado de la comedia musical brillante y estilizada que por la continuidad con el mundo verdiano anterior. A la redondez de la función contribuyó también el Coro Rossini dirigido por Begoña López. El éxito fue rotundo.
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