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La maldita estirpe de Cervantes

Manuel Rivas

Gonzalo Torrente Ballester vivió la pasada semana, en su Ferrol natal y al cumplir los 84 años, la experiencia de verse como estatua. El Torrente de carne y hueso miraba con cierta perplejidad al homónimo de bronce. "Le veo un poco joven", dijo el escritor a la escultura. De no mediar la multitud, la conversación hubiera sido memorable. Recuerdo a otro escritor gallego, Ramón Otero Pedrallo, hablando durante horas, en la villa marinera de Rianxo, con el busto en bronce de su amigo Daniel Castelao. ¡Mira, Daniel, las gaviotas! Y el busto alzaba los ojos. Seguramente, intimidado ante su propia estatua, Torrente pidió ser recordado "con benevolencia".Es posible que el homenaje de los paisanos, porque Torrente es muy gallego, "muy atlántico", y este reciente premio compensen la sensación de olvido de los últimos tiempos. La víspera de su cumpleaños, lo entrevistamos en Salamanca. Hablamos de su navegación literaria a contracorriente, de la implacable ley del silencio sobre su obra hasta que La saga/fuga de JB, en 1972, aquella obra de la que un avispado censor dijo que "de todos los disparates que he leído, éste es él peor", hizo saltar todas las losas de la crítica. Una década antes estuvo a punto de arrojar la toalla. "Escribí y publiqué el Don Juan con grandes esperanzas de que me hicieran caso. Y no me hicieron caso ninguno. Estuve en la Feria del Libro de Madrid todo un día y firmé y vendí tres ejemplares, viendo cómo un escritor de menos categoría vendía y firmaba sin parar". El triunfo entre el gran público no le llegaría hasta que se emitió la versión televisiva de Los gozos y las sombras. En Salamanca le pregunté si ahora se sentía reconocido. Fue el único momento en que masculló la respuesta, como si le doliesen las palabras.

-No. Ha vuelto el silencio.

Torrente podría contarnos la guerra de Cuba. Pese al calendario, asegura que nació en el siglo XVIII y platicó con Jovellanos sobre una España ilustrada y anticolérica. Después de tantas vueltas en el bombo absurdo de la historia, es evidente que su sensación de estar fuera de juego poco tiene que ver con el papel que se le otorga en la feria de las vanidades. Su escepticismo es una respuesta alérgica del olfato al polen de las ideas dominantes, también en literatura. En las letras españolas, Torrente sigue siendo un extraterrestre, un intruso. Como él mismo dice, ha salido "un poco rana". Su estirpe es la de Cervantes, otro tipo raro.

Torrente usa un bastón para apoyar su vejez. Nunca ha cultivado el efectismo público, y quizás por eso se le ha escuchado poco, empezando por los primeros sordos, los de su oficio. Pero algunos de sus giros son copernicanos. España, es de común conocimiento, ha sido pobre de hacienda: pero rica de espíritu, un vivero de genios. Pues no. Cuando Torrente habla de la rareza de Cervantes, en el fondo cuestiona la idea que la España literaria ha tenido y tal vez tiene de sí misma. "En España ha habido pocos novelistas y la imaginación nunca ha sido valorada. En Inglaterra hay muchos novelistas y muchas industrias. En España hay pocos novelistas y pocas industrias Para escribir novelas y para inventar aparatos se necesita lo mismo: imaginación".

Torrente, el viejo y lúcido Torrente, habla del futuro al hablar del pasado. Él, que discrepa de modo de vida americano, admira su capacidad para crear una industria próspera con los sueños esa materia inagotable. Él, que nació entre el cielo y la tierra, es un artesano del humor y la imaginación. Sólo se equivoca cuando teme al silencio. Nunca se acallará la que Kundera llamó cariñosamente "maldita estirpe de Cervantes".

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